En el pueblo de Aragón,     en el pueblo de Aragá, 
habitaba un pescador     llamado Pedro Marcial; 
así vivieron felices     hasta que el padre traidor 
quiso sentir con su hija     una insolente pasión. 
En esto que vino el hermano,     por su hermana preguntó: 
—Dime dónde está mi hermana.     —En el lecho se quedó. 
—¿Qué te pasa, hermana mía,     que estás pálida y llorosa? 
¿Qué tienes que estar tan triste,     siendo tu cara una rosa? 
—Ven acá, hermano querido,     ven acá y siéntate aquí 
que voy a contarte a solas     lo que me sucede a mí—. 
Pero el padre, criminal,     que está en la conversación,  
con un puñal en la mano     penetró en la habitación. 
De que el hermano querido,     que a su hermana iba a matar, 
l´ha dado un tiro a su padre     que cayó al suelo mortal. 
Con la ropa ensangrentada     a casa del juez se fue, 
con la boca, que era un ángel,     de este modo le habló al juez: 
—Yo vengo a pedir a usía     que por un alma tirana 
le he dado muerte a mi padre     por abusar de mi hermana—. 
Hasta el señor juez lloraba:     —Doy la declaración, 
vete tú para la cárcel     que estarás un día o dos.