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Lo que sí me acuerdo, que es muy curioso, es que mi padre me llevó, unos años que estuvimos después de la guerra de España ―ya había muerto mi madre―, se marchó ahí | tenía por ahí mi padre sus bienes terrenos, y me llevó un día a una casa que estaba en el monte muy sola, muy apartada muy apartada, y me dijo: “Fíjate en las rayas de las puertas”. Y entonces yo, al entrar, vi las rayas hechas así, de garras, y me dice: “Pregúntale a este señor de qué son esas garras”, al dueño de la casa. Y era un pasiego que vivía y se quedaba solo todo el invierno en la casa, con un añadido, que eran las vacas, y él se quedaba preparando quesos que conservaba debajo de la nieve, para bajarlos luego a venderlos a Santander. Y entonces tenía las estas así, y me dijo él: “Alguna noche me he tenido que quedar al lado del fuego de la…, de la chimenea con el arma cargada”, porque se cogían carrerilla los lobos para entrar, porque olían las vacas. ¡Fíjate! Olían el ganao y querían entrar y se tiraban. Cogían carrerilla, a ver si podían abrir las puertas.