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Bibliografía
IGRH: 5058
Otras versiones de "La devota de san Antonio"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
ATERO BURGOS, V. y VÁZQUEZ RECIO, N. (1997). Hacia una tipología del romancero milagroso en un corpus del sur. En José Manuel Lucía Megías (ed), Actas del VI Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (Alcalá de Henares, 12-16 de septiembre de 1995), vol 1., 191-200. Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá.
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Transcripción
En Cádiz hay una mujer viuda con una hija.
Joven, de buen parecer; quince años tenía Rita.
Devota de un santo que era aquella joven,
lo lleva en su pecho como corresponde.
Lo tenía en su dormitorio, en una urnia metido,
le pedía a san Antonio: ―Concededme lo que os pido.
De que mi mamá mude el pensamiento.
Quiere comerciar de mí y de mi cuerpo―.
Y al momento entró la madre: ―Dime qué has pensado, Rita.
Estamos pasando hambres, siendo tú tan rebonita.
Hay un caballero que nos quiere dar
cantidad en dinero por tu honestidad―.
Rita contestó llorando: ―Tú eres una mala madre,
que encarné yo en tus entrañas y quieres vender tu sangre.
Tú quieres que yo, que por el dinero,
manche yo mi honor― y entró el caballero.
La madre cerró la puerta, sólos quedaron los dos
y el caballero le dice: ―Yo no mancharé tu honor,
pues dime qué santo es tu devoción.
―Sólo san Antonio es mi defensor.
―Yo me enteré que tu madre quería vender tu honor;
yo paseaba esta calle, le hice señas de amor,
y yo entré en tu casa y sobre seguro
le entregué a tu madre cuatrocientos duros.
―Me vendió como una esclava, conmigo podéis contar
pero sacadme de casa, de al lado de mi mamá.
Si sois soltero y os queréis casar,
solo san Antonio el premio os dará.
―Yo no me puedo casar―. El caballero contesta.
―Si a monja queréis entrar yo hablaré con la abadesa.
Os pagaré el dote, será lo mejor;
sólo san Antonio es tu defensor―.
Dice Rita: ―¿de qué forma saldré con vos en compaña?
―Volviéndote una paloma saldrás por la ventana―.
Llegan al convento, saltaron las tapias
y al caer adentro el santo los ampara.
Dice: ―¡Levanta, mujer!, que ya estás en salvación,
yo soy aquel de tu urnia, Antonio, el que te libró―.
Se hincó de rodillas, le pidió perdón;
monja de san Antonio y allí se quedó.
Más la madre cuando vio que no salía el caballero,
llegó la noche y abrió la puerta del aposento,
llegó al bofete y había una carta.
De que la suspende, en vilo la arrastra.
Dice: “Tú eres desdichada, no tienes perdón de Dios,
tu hija ya está salvada pero ahora te devoro yo”.
Se le lió al cuello y la quebrantó,
ese fue el milagro que este santo obró.