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Los romances costaban un le-, un, un euro. Bueno, un euro, ahora lo he dicho: un real. Entonces mi abuela me daba el huevo, yo iba a venderlo y entonces le compraba el romance al hombre.
Entonces tú, a lo mejor, comprabas un romance, ésta otro, yo otro y luego nos lo cambiábamos, y así nos lo aprendíamos. Pero tenía que gustarte a-, eso, porque otras po: “Yo no”, o no le daban. Yo, gracias a mi abuela. Mi madre no me lo podía dar porque en aquellos tiempos… no me lo daba. Ya está.
Pero yo iba a mi abuela:
—Ay…— Decía:
—¡Toma!, ¡anda y vete!— y me daba el huevo.
El huevo valía un real y el romance valía un real. Me daban el real en la, en la tienda y yo iba a comprar el romance, a buscar el tío por dónde iba, que corría toa la calle, toas las casas, to, to el pueblo.