Si me prestan atención,     madre de Dios soberana,
¡qué lastima!, ¡qué dolor!,     ¡qué joven más desgraciada!
¡Ay, qué lastima de moza!,     veintidós años contaba;
el cariño de sus padres,     trabajadora, cristiana.
A la que el sol ya caía     con el fresco de la tarde
iba a su huerto a regar     y a traerse los tomates.
Coge un cubo en la mano     y se dirigió a la vega,
dos kilómetros del pueblo,     aquella honrada doncella.
Cuando sintió de cantar,     que ella tanto amaba,
que venía por el camino     con su escopeta de caza,
pero antes de llegar     el novio no la había visto;
vio una perdiz volar,     apunta y dispara el tiro.
Consuelo en el huerto,      detrás de aquella juncarra,
ella recibe en el pecho     aquella perdigonada.
―¡Ay, Antonio, que me has muerto!,     ¡amor de mi corazón!―
Madre de toda mi alma,     mirando al cielo murió.
―Levántate de ese suelo     porque Dios me oyerá;
no puedo ir más al pueblo     porque soy un criminal.
¡Ay, de que se entere el pueblo     todos vendrán con dolor
para ver a esta doncella      que la ha matado un traidor!
De que tus padres se enteren     de esta inocente desgracia
dirán que soy un asesino,     he deshonrado su casa.
[Com.: Y ahora dice “Carta que le escribe el novio a su madre.”]
―Adiós, madre de mi alma,     adiós, madre de mi vida,
tu hijo se va del mundo     cuando más falta te hacía.
He matado a la mujer     a la que tanto quería
sin darme cuenta que estaba     dentro del huerto metida.
Quiero que pongas una cruz     en este sitio que estamos 
con el nombre de Consuelo      y de Antonio, su adorado.
Os pido que nos recéis     por nuestra alma una oración,
que descansemos en el cielo,     en los brazos del Señor.
A los padres de mi novia     este recuerdo les mando:
“Que les he matado a su hija     pero yo también me mato”.