Era una joven muy guapa,     una familia mu rica.
Su novio la abandonó     de que la ha dejado en cinta.
Cuando se enteró su padre     de la manera que estaba,
la muerte le sentenció,    de su casa la esterraba.
Viéndole de mal parada,     se fue casa su madrina.
Lo que es que la recibieron     como si fuera una hija.
Allí nada le hacía falta     y siempre estaba llorando
de ver el mal porvenir     que se le iba acercando.
Carmela tuvo un hijito     más rebonito que el sol;
ella sola lo criaba,     solo por guardar su honor.
Ya tenía nueve meses,     todavía no era cristiano;
solo por guardar su honor,     no lo había bautizado.
Carmela pensó mandarle     una postal a su novio,
dándole cita a un sitio     que se vieran los dos solos.
Rogelio acudió a la cita      que Carmela le ha mandado,
y se la encontró en el bosque     con su hijito en los brazos.
Con la sonrisa en los labios     dice Carmela:
—Soy yo, acércate     y verás el fruto de nuestro amor.
Rogelio se fue acercando,     dándole besos al niño:
—¡Qué desgraciado va a ser     este pobre niño!—. [Com.1]
Dice: —¡Qué palabras más amargas     salen de tu corazón;
en vez de amar a tu hijo,     le echas una maldición!
Rogelio, no digas eso,     no maldigas a tu hijo.
¿Te acuerdas del juramento     que tú hiciste conmigo?
—El juramento que hicimos,     mis palabras fueron vano;
tú te quedas con tu hijo     y yo me lavo las manos—. [Com. 2]
Carmela le ha dado un tiro     y, al verlo caer en tierra,
se ha marchado con su hijo     y puso un pie en la baranda    
y se ha tiradito al mar     con su hijo de su alma.
Ya que va por altas mares,     encima de un velador;
se dejó una carta escrita     pa’l señor gobernador:
—La culpa tuvo mi padre     de no haberme recogío;
yo me veo de mal parada     y me mato con mi hijo. [Com. 3]

¶

[Com. 1: Dijo el tío.]

[Com. 2.: Ya está.]

[Com. 3: Ya está.]