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Yo flipé, como dicen ahora los chavales, cuando…., pues cuando tuve ocasión de, de ver no, no, no solamente las bondades materiales del entorno. Yo, bueno, pues estar en una casa con agua caliente, con ducha y no sé qué…, era algo absolutamente, para nosotros que veníamos de ese barrio de Tetuán, con bastante pobreza y tal, ¿no? Y luego la otra dimensión, la dimensión cultural, que tampoco entonces éramos capaces de explicarla, pero que enseguida, al tiempo, vimos ―claro―…, de ver cine con mujeres desnudas, a, a, a, a por ejemplo ―fíjate― una biblioteca en la fábrica. Yo trabajé todos los años que estuve allí en la Siemens ―en la Simens, se dice en alemán. No se pronuncia la ie―. Había una biblioteca en la fábrica con no menos de cien o doscientos o trescientos libros en castellano. No era, no era un altruismo bobo el de los, el de los jefes. Ellos tenían en Sudamérica uno de sus clientes. Pero hay que hacer notarlo, porque, porque es una manera inteligente, y no va en contra del que trabaja, sino todo lo contrario, el ayudar a que se, a que se conecte con la cultura. Yo leí, por ejemplo, un Don Juan de Torrente Ballester que acababa de publicarse en París. Pues a los quince días estaba en esa biblioteca. ¡Asombroso, ¿no?! Ortega… Bueno, Ortega con, con mucha razón por su ascendente alemán, sus estudios allí y tal. Pero vamos…, los clásicos, los contem-…, muchísimo, y, y, y tantas cosas.