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Era un matrimonio que eran muy felices, y le dijo la mujer al marido:
―Esteban, ve al huerto vecino y traite una lechuga.
Dice:
―No, porque si es de la bruja Coruja, y si se entera querrá vengarse.
―Anda, date prisa, que la comida se está enfriando.
Y fue Esteban, cogió la lechuga y, cuando la tenía en las manos, se le presentó la, la bruja:
―¿Cómo te has atrevido a entrar al huerto vecino, y has arrancao la mejor de mis lechugas?
―Tened compasión, bruja Curuja.
Dice:
―¿Compasión, eh? La primera hija que tengáis me la llevaré para mí.
Empezó a reír y se fue volando con un olor a azufre. Y…, y cuando tuvo la niña, que de nombre se pusieron Lucerito, se apareció la bruja, se la quitó y la subió a lo alto de…, del castillo y cerró la puerta y la dejó allí, encerrá en la torre. Y la niña iba creciendo, creciendo, y las trenzas cada vez más largas, más largas, y un día estaba cantando allí. Ella estaba encerrá, y decía:
Sola y solita yo estoy,
encerrada en esta torre,
y un príncipe aquí vendrá
a sacarme de esta torre,
oh, oh, oh, oh.
Y pasa por allí el príncipe en un caballo:
―¿Quién canta ahí, en el castillo de la bruja Coruja?
―Soy yo, que estoy aquí encerrada, aquí.
Dice:
―Asomaos pa que os vea.
Y Lucerito se asomó por una ventana, y dice el príncipe:
―Oh, qué hermosa sois, qué radiante es vuestra belleza. ¿Cómo podré llegar hasta ahí?
Dice:
―De ninguna manera, porque si la bruja Curuja se entera os dejara ciego, pero si no la teméis puedo echar mis trenzas.
Y Lucerito echó sus trenzas, donde el príncipe trepó por ellas, y cuando estaba allí arriba llego la bruja:
―Principillo, principillo, ¿cómo te has atrevido a entrar hasta aquí?
Y Lucerito le dijo:
―Tened compasión, bruja Coruja.
―¿Compasión, eh? Principillo, principillo. Ciego tienes que quedar. Mejor dicho, no verás.
Y salió la bruja volando, dejándose toas las puertas del castillo abiertas, con un torrente de humo, azufre negro, y Lucerito le cogió la cabeza al príncipe, y empezó a llorar:
―¡Qué desgraciados somos! ¿Qué va a ser de nosotros?
Y dice el príncipe:
―¿Qué es esto que me mojan mis ojos?
Dice:
―Son mis lágrimas. Os amo tanto…
Dice:
―Oh, ya vuelvo a ver. Ya vuelvo a ver. Vuestras lágrimas me han curado. Huyamos de este maldito castillo. Mi pala-, mi, mi caballo nos espera.
Entonces la montó en el caballo, se la presentó al rey, y ya pues se casaron y fueron muy felices. Y yo, que estaba allí, me regalaron unos zapaticos de pasta, y en mitad del camino me quedé descalza.