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Yo voy a contar que los tiempos de antes no eran como los de ahora, ni una imaginación. Yo empecé a ir a la aceituna con once años, sin guantes, sin pantalones. Las manos, nos salían de sabañones que era una pena. Tan chiquitilla, con once años, ya ves lo que yo podría hacer.
Pero iban dos ami-, dos personas muy buenas, que las recuerdo y las quiero… Una ya se murió, pero la otra vive todavía, y cuando la veo…, porque ella como más vieja, se llevaba sus cerillas en el bolsillo, y cuando veía una poquita grama, la encendía y me calentaba las manos. Y como an-, antes nos íbamos muy temprano, andando, el manigero pues echaba una poca lumbre, y estas dos amigas, como más viejecillas y tener más idea, echaban piedras en la lumbre, y luego nos las llevaban en la esportilla. El manigero… ―no es como ahora; ahora, esa maquinaria y esas cosas―, el manigero iba vaciando la esportilla a las espuertas más grandes, y entonces con esas piedrecillas que estas dos amigas, que nos tirábamos mucha temporá, y nos calentábamos las manos con piedras. Con once años, y he estado yendo hasta que he tenido cincuenta y cinco. Cuando ya empezó to esa maquinaria y eso, yo ya dejé de ir porque ya no podía.