Recogida de la aceituna y vendimia

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Referencia catalográfica: 0140n

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Transcripción

Yo empecé la aceituna con once años (…) y el primer día yo tenía una ilusión por ir a la aceituna…, yo ya iba a montarme en el tractor, por montarme corriendo en el tractor y to, y cuando llegué al tajo, me bajo del remolque ―el tractorista era mi padre―, y me dice: ―Bueno, ya… ―Oh, me puso mi madre un mandil, no llevaba guantes, no; sí―. Y llega y dice mi padre, dice mi padre: ―¿Y la espuerta dónde está?―. Digo: ―Andá papa, pues yo no lo sé―. Y me la dejé en lo alto de las eras, donde nos montábamos en los tractores, ahí me dejé la espuerta.
Tuvo que venir mi padre con el tractor, llevarse la espuerta, y cuando ya estábamos tanto rato, tanto rato, íbamos a ver la novela de Lucecita. No sé si la han sentido nombrar. Pues llevábamos, eso sí llevábamos, cuando yo iba, nuestros transistores aquí ataos, metíos en una media pa sentirnos. Nos hincábamos de rodillas en una oliva, y ya teníamos las uñas comías, no teníamos uñas. Entonces, para que no nos dolieran los dedos, mi padre cogía el cascarabito de las bellotas y nos las poníamos en los dedos, pa que no…, como si fuesen dedales. Esa es mi historia.
Y, si es poco, con trece años me fui a la vendimia, y ya el colmo, allí ya…. helaos de frío, porque te levantabas de noche, y venías de noche, allí helaos de frío, nos ponían de comer (…). Es que la comida era muy mala. Si nos tirábamos veintiocho días, fue el primer año yo eché veintiocho días (…), veintiocho días, y fueron veintiocho gachas de titos por la mañana, veintiocho patatas con bacalao, y por la noche veintiocho tomate frito y potaje, el tomate frito que lo freían y después le echaban agua; que, antes de entrar a ponerlo en la mesa, una tía mía, que en gloria está, y una señora que vive aquí y ya está muy mayor, iban y le tiraban el aceite pa que nos lo pudiéramos comer.
Eso era mi vendimia, y los tiempos de antes.
Y si le cuento el primer año que fui a la vendimia a Francia, eso ya fue el colmo. Ahí ya no se lo cuento. Hablar francés sabíamos fenómeno. Pues nos llegamos de noche, y nos decían que los patronos que nos estaban esperando en la estación de Marsella, pero allí no venía nadie, y la estación de Marsella cuando llega el (…) la cierran. Nos hubierais visto allí a los diez o doce que íbamos de la Torre. Parecíamos (…) pelícanos, tuvimos que abrir las maletas, sacar los impermeables allí, que hay 322 escaleras en la estación de Marsella hasta llegar a un parque. Allí acostaícas entremedias de cartones esperando a ver si venían. Sin saber con quién hablar, sin saber a quién llamábamos por teléfono, un desastre.
Esa fue mi primer año que fui a la vendimia a Francia; luego ya cuando nos instalamos, pues otro, y luego otro año no, a otro fuimos, cambiamos de patrón, y nos tuvimos que venir, porque nos dieron pa dormir en caravanas, que allí había cagás de palomos, de ratas… Y una que venía, que era la Angelita de don (…), empezó a llorar: “¡Ay, que mi papalau tiene lo de los conejos más limpio que está esto!”. Era su abuelo, que se llamaba Julián, y decía ella mi papalau. Bueno, aquello… Y ya dijo Miguel (…). Dice: “Mira, ámonos que ya bastante hemos ganao este año”.