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Esto era unos padres que tenían una hija muy golosa, muy golosa, y la mandaba su madre, un día la mandaba a comprar carne, otro día la mandaba a comprar cintas, otro día la mandaba a…, a los recaos que tenía que hacer, y se gastaba el dinero en golosinas. Y ya, fue un día y dice: “Pero bueno, y que… tú te gastas… ¿en qué te gastas el dinero todos los días? Vete hoy a por medio kilo de asadura para comer”. Se fue a por asadura, y se encontró en el camino a un hombre muerto, en el huerto, en un huerto, y fue ella y le sacó, le abrió y le sacó las asaduras porque se gastó las perras en golosinas, y llevó la asadura.
Lo puso su madre, se lo comieron, y todo. Y el hombre resucitó. Fue a la puerta:
—¡María! ¡María!
—¿Quién?
—¡Dame la asadura dura
que me quitaste de mi sepultura!
—¡Ay, madre! ¿Quién será?
—Déjale hija, que ya se marchará.
—¡No me marcho, no, que abriendo la puerta estoy ya!
Y volvía…
—¡María, dame la asadura dura
que me quitaste de mi sepultura!
—¡Ay, madre! ¿Quién será?
—Déjale hija, que ya se marchará.
—¡No me marcho, no, que subiendo las escaleras estoy ya!
—¡María, dame la asadura dura
que me quitaste de mi sepultura!
—¡Ay, madre! ¿Quién será?
—Déjale hija, que ya se marchará.
—¡No me marcho, no, que abriendo la habitación estoy ya!
—¡María, dame la asadura dura
que me quitaste de mi sepultura!
—¡Ay, madre! ¿Quién será?
—Déjale hija, que ya se marchará.
—¡No me marcho, no, que tirándote del pelo estoy ya!
¡Dame la asadura dura
que me quitaste de mi sepultura!
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.