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Caperucita Roja iba a ver a su abuelita, y tenía que pasar por un monte, y la | iba con su cestita. La llevaba pues de comer, y… Y iba, pues todos los días. Salía el lobo a ella:
—¿Dónde vas, Caperucita, tan guapa y tan preparada?
—Voy a casa de mi abuelita.
Y se escondía el lobo y la dejaba. La hizo varios días eso, a la Caperucita. Pero luego ya, pues fue y…, y se…, se hizo el lobo, que quería comerse, claro, lo que llevaba Caperucita y a la abuela. Mató a la abuela, se la comió y se metió en la cama, y estaba la puerta cerrá. Y… llegó la Caperucita:
—¡Caperucita!
—¡Ábreme la puerta, que está cerrada!
—¡Ábrela tú, que está abierta!
—¡Tienes la voz muy ronca, abuelita!
—Es porque he bebido agua muy fría.
—¡Abuelita, ábreme la puerta, que soy Caperucita!
—¡Que no, que tienes la voz muy ronca!
Fue y se…, se bebió más agua, se aclaró un poco más la voz y volvía otra vez la Caperucita, y ya fue y le abrió la puerta. Dice:
—¡A ver, enséñame…!
Antes de abrir la puerta, dice:
—¡Enséñame los pies!
Dice:
—¡Tú tienes los pies muy negros, y mi abuelita los tiene más blanquitos!
Se fue, se dio un poco de harina, se untó de harina, salió otra vez y le enseñó las patas:
—¡Y tú no eres mi abuelita, que hablas muy ronco!
Fue otra vez a beber agua y a ver eso. Y ya, tanto, tanto pegar a la puerta, que abrió la puerta, la metió dentro y… que se la machacó, Caperucita también. Y —claro—, como eso, pues… Fueron ya, que fue un cazador por allí, y la entendió gritando a la Caperucita, y sacó al lobo, le mató, le abrió la barriga y salió la Caperucita y la abuela a vivitos los dos, de la barriga del lobo.