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Mira, te voy a contar una anécdota que me contaron a mí. Fui yo un día a visitar a una tía mía, y eran las vísperas de San Antón, y llegó una vecina allí, y dice mi tía:
―María, cuéntale a mi sobrina lo que le pasó a tu papa con el mulo―, y empezó ella a reír, venga reír. Digo:
―¿Qué le pasó, María?― Dice:
―Cállate, que estábamos cenando (y, como antes se echaba en las puertas las lumbres, porque como eran las calles empedrás, pues a lo mejor en la calle había siete u ocho lumbres y…, y los abuelos de los Joses estos que hay ahora pues tenían costumbre de echar en su puerta una lumbre, y allí llevaban los vecinos la leña, y estaban allí to los vecinos juntos), y dice que…, que estaban cenando y que le dice su hermano al…, al…, al padre, porque terminó antes | dice:
―Saca la leña que hemos traído, que ya se está ahí oyendo de hablar José—. Dice:
―¡Que te calles! ¡Vamos a echar lumbre ni lumbre, que… eso tengo yo pa echar tres mañanas aquí la lumbre!―.
―Pero, hombre, si la hemos traído pa echarla a San Antón―.
―¡Que no la echo!―, y dice que le dice el hijo:
―Mira que si te castigara San Antón y se muriera el mulo…― Dice:
―Sí, se va a morir; estás tú fresco―.
Y a otro día, cuando se levantó, dice que estaba el mulo muerto, y lo contaba ella muerta de risa. Dice:
―Así que ahora —dice—, de que llega la víspera de San Antón, y está ya oyendo él de estar trajinando con las lumbres —dice—, no hay que decirle “saca la leña” —dice—, va corriendo, corriendo y saca la leña y la echa pa que no se le mueran ya más los mulos.