Era una joven doncella     de una familia muy rica;
su novio la abandonó     cuando se encontraba en cinta.
Al verse desamparada     en tan mala situación,
se ha ido a casa de sus padres,     de rodillas se postró:
―Perdóname, padre mío,     que no lo volveré a hacer.
Me despido de vosotros,     de mis hermanos también―.
Al verse desamparada,     se ha ido a casa de su madrina,
donde allí la recogieron     como si fuera una hija.
Aunque nada la hacía falta     y siempre estaba llorando
aguardando el porvenir     que se la estaba acercando:
―Ya tuve un hermoso niño,     tan hermoso como un sol―.
Ella sola le criaba     por no descubrir su honor.
Pasaron los nueve meses     y el niño no era cristiano;
por no descubrir su honor     no le habían acristianado.
Carmela escribió una carta     dirigiéndose al Antonio,
comunicándole el sitio     que podían estar solos.
Antonio acudió a la cita     que Carmela le había dado.
Se ha encontrado con su hijo     recostadito en un árbol.
―Antonio, no seas tonto,     acércate como yo
a darle un beso a tu hijo,     que es fruto de nuestro amor―.
Antonio se fue acercando     a darle un beso a su hijo:
―¡Qué desgraciado ha de ser     nuestro cariñoso niño!
―Antonio, no seas tonto,     no maldigas a tu hijo.
¿Te acuerdas del juramento     que tú hiciste conmigo?
―El juramento que hice     para mí todo fue en vano.
Tú te quedas con tu hijo,     que yo me lavo las manos.―
Al oír esas palabras,     Carmela le pegó un tiro,
y quedándose en el acto     ella corre con su hijo.
Los marineros la vieron     de subirse a la mar allá
y de arrojarse a la mar     con el hijo de su alma.