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Notas
En la versión cantada se repiten, sin seguir un patrón fijo, los versos 7-8, 11-12, 18 y 42-43.
Quede constancia de nuestro agradecimiento a la directora del Centro de Participación Activa de mayores de Alcaudete, Manuela Vadillo Torres, por cedernos un espacio para realizar las entrevistas.
Bibliografía
IGRH: 0005 + 0701
Otras versiones de "Silvana"
Otras versiones de "Novio asesinado"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
ANASTÁCIO, V. (1982). Os incipit de Silvana no romance do Conde Alarcos: Considerações. Quaderni Portoghesi, 11-12, 227-239.
GUTIÉRREZ ESTÉVEZ, M. (1978). Sobre el sentido de cuatro romances de incesto. En M. Gutiérrez Esteve, J. A. Cid Martínez y A. Carreira (Coords.), Homenaje a Julio Caro Baroja (pp. 551-579). Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.
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VALIENTE BARROSO, B. (2015). El Romancero tradicional de Cantabria: el ciclo del tabú del incesto [Tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid.
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ATERO BURGOS, V. y VÁZQUEZ RECIO, N. (1998). Espacios y formas rituales de lo femenino en el romancero tradicional. Estudos de Literatura Oral, 4, 9-22.
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Transcripción
Rey moro tenía tres hijas y las tres como una dama,
y las más chiquitilla Silvana se llamaba.
Silvana se paseaba por el jardín de su tía;
su padre la remiraba por un mirador que había.
—¡Qué guapa estás, mi Silvana! ¡Qué guapa, Silvana mía!
Una nochecita o dos contigo yo dormiría—.
La niña se va mu triste, se encuentra con su madre:
—¿Qué tienes tú, mi Silvana? ¿Qué te ha pasado?
—¿Qué quieres que me pase si el canalla de mi padre,
el canalla de mi padre dormir conmigo quería?
—Hija mía, si tú quieres, eso lo remedio yo,
que tú te pongas mi ropa y yo me ponga la tuya—.
A las doce de la noche por la sala el padre se corría:
—¿Qué tienes tú, mi Silvana? ¿Qué tienes, Silvana mía,
siendo tu cara una rosa estés tan descoloría?
—¿Qué quieres que me pase si he criado a mis tres hijas,
la primera la Clotilde, la segunda la Lucía,
la tercera la Silvana, la que quieres por querida?
—Perdóname tú, mi esposa, aunque no lo merecías.
—Estás perdonado, mi esposo, aunque no lo merecías.
Ella ha salido corriendo, se ha encerrado en una sala:
—De aquí no he de salir mientras no salga en la caja—.
A las cuatro de la tarde los entierros se cruzaban.
Él parecía un clavel, ella una rosa blanca.