Sacrificios realizados para dar una buena educación a sus hijas

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Referencia catalográfica: 0429n

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Transcripción

Cuando yo iba | mis niñas, una tengo médico y la otra enfermera, dos niñas que he tenío, una en Madrid —¡espérate, espérate!—. Y entonces, pues mi marío era el primor de los primores, en el campo to el día con sus juntillas. Yo ven- | me entretenía en ir a Alcalá andando, once kilómetros p’allá y p’acá, a hablar con los profesores pa mis niñas, pa ver cómo llevaban sus estudios y con to sus cosas. Y entonces, mis niñas, cuando eran grandecicas, ya que sabían ya:
—¿Tú no tienes vergüenza, que te digan que eso?—.
Digo:
—Yo voy a hablar con los profesores y lo primero que les digo, digo: “Mire usted, perdóneme usted, pero no sé yo explicarme ni sa- | ni sé yo lo que quiero decirle a usted” —al profesor. Y dice: “Perdone usted, que la comprendemos de momento”, me decían los profesores con una educación—.
Y se lo conté:
—Eso es que tú lo dices, pero lo que él quiere es reírse de ti—.
Digo:
—El que tiene educación no se ríe de, del que no sabe—.
Y to esas cosas me han pasao a mí: dos niñas, las he costeao sus carreras a las dos, les he puesto sus pisos, se han casao, una con un médico, la médica con un médico, la otra con el otro. Y nosotros, mi marío y yo trabajando. Me se ha muerto hace siete años y to las noches lo estoy viendo y hablando con él y diciéndole cosas y to porque lo quería con locura. Y esta es mi vida.