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Transcripción
Una vez tenía yo un gato,
blanco y rubio, más moní,
con el rabo así de gordo;
se llamaba Serafín.
¿De qué os riais?
¿Es que un gato no se puede llamar así?
El nombre era muy bonito,
estaba puesto por mí.
Cada vez que se dormía
enroscado en el sillón,
parecía desde lejos
un bellísimo almohadón.
Cierto día llegó a casa
una amiga de mamá,
tan cortísima de vista
que no veía ni allá.
Era gorda, gorda, gorda,
tan gorda como un balón,
y cada dedo ―madre mía―
parecía un salchichón.
Entró la anciana en al cuarto,
con los lentes sin poner.
En el sillón de mi gato,
allí se dejó caer.
Cada vez que me recuerdo,
me dan ganas de llorar.
Me lo hizo una tortilla
por delante y por detrás.
Pobrecito de mi gato,
pobrecito Serafín.