Audio
Clasificación
Informantes
Recopiladores
Notas
Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Transcripción
Traducción
Cuentan que había una mujer que vivía con dos muchachas: una, que era su propia hija, y la otra, que era una hijastra. La segunda era hija de su marido, y la había tenido con su primera esposa, que había fallecido.
La hijastra era mucho más hermosa que su propia hija, y todo el mundo lo notaba. La madre también, y por eso se moría de envidia. Odiaba a la hija de su marido desde lo más hondo de sus entrañas. Continuamente hacía todo lo que estuviera en su mano para demostrar que su hija era mejor que ella.
Pasó el tiempo, las muchachas crecieron, y por fin llegó el momento de buscarles un buen pretendiente para casarlas. La mujer entonces empezó a darle consejos a su propia hija para que pudiera administrar bien su hogar y para que su vida matrimonial fuera armoniosa.
Pero para que la huérfana no entendiera el verdadero mensaje que le quería transmitir, la mujer hablaba con su hija de manera cifrada. Le dijo que habría de pintar la casa con los excrementos del perro, cuando, en realidad, con “excrementos” ella se refería a una tierra blanca que se encontraba en la montaña. Un material que, al mezclarlo con el agua, se convertía en pintura y olía muy bien.
También le dijo que debía llenar de cenizas la vasija. Y al decir “cenizas”, ella quería que su hija entendiera “trigo”.
Y por último le sugirió que trajera piel de rana, que la salara y que la conservara en caso de que viniera un huésped. Pero ella no se refería, claro, a la “piel de rana”, sino a la “carne”.
Llegó el día de la boda, y su hija, creyendo que así complacería a su marido, siguió al pie de la letra las recomendaciones de su madre. La hija de su marido también se casó, pero al contrario que su hermanastra, ella sí había interpretado correctamente el mensaje cifrado.
Pasaron los días, y la mujer decidió ir a visitar a su hija para enterarse de cómo le iban las cosas en su nueva casa, y de paso para comprobar si estaba aplicando correctamente sus consejos. Nada más entrar vio las paredes de casa recubiertas con excrementos de los perros. ¡El olor que desprendía era fétido!
Entonces la madre entró, y enseguida su hija se puso a preparar la cena. Como quería agradar a su invitada, destapó una vasija y empezó a sacar cenizas y piel salada de rana para preparar un cuscús.
Y, al ver tales disparates, su madre montó en cólera. Empezó a gritarle que no había entendido nada, que aquello no era lo que ella le había aconsejado, y que más le valía retirar aquella porquería de las paredes y comportarse como era debido con los huéspedes.
Al día siguiente fue a visitar a la huérfana. Ya desde fuera de la casa a la madrastra le llegó el aroma de las flores. Después vio las paredes pintadas de un blanco resplandeciente. Llamó a la puerta y la huérfana le abrió y le dio la bienvenida. La recibió con mucha amabilidad. Nada más entrar, ella se fue a la cocina para buscar el trigo y la carne para preparar el cuscús.
Tras comprobar el fracaso de su plan, la mujer regresó a su casa llorando y diciendo entre sollozos que aquel desastre había ocurrido por su culpa, que la única boba en la historia era ella misma por haber querido enseñar algo de provecho a su hija, que era tonta, y no a la huérfana, que había sabido descifrar el mensaje.