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Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Transcripción
Traducción
Érase una vez una mujer que estaba cosiendo en su casa. Estaba muy concentrada en su trabajo, cuando, de repente, una ogresa con aspecto de ser humano se coló sigilosamente. Se acercó a la mujer y le preguntó:
–¿Qué estás haciendo?
–Estoy cosiendo –respondió la mujer.
Y la ogresa continuó preguntándole:
–¿Y qué estás cosiendo?
–Pues estoy cosiendo albornoces, mantas… –le respondió la mujer sin dejar de trabajar.
Entonces la ogresa le propuso:
–¿Quieres que te ayude?
–Pues sí. ¡Me encantaría que me ayudaras!
Al momento la ogresa se sentó al lado de la mujer. Ella le enseñó cómo tenía que coser, y le indicó que siguiera exactamente los mismos pasos que daba ella. Y además le advirtió de que nunca debía deshacer el trabajo.
La ogresa se puso enseguida manos a la obra. Cogió la aguja y, en un abrir y cerrar de ojos, ¡ya se había terminado todo el ovillo de lana! ¡Ya lo había gastado todo cosiendo!
En aquel momento la mujer notó que su invitada empezaba a cambiar de aspecto. Estaba creciendo por momentos, los ojos y la boca se le pusieron muy grandes. Entonces se asustó mucho y le preguntó:
–¿Qué te está pasando? ¿Por qué te estás poniendo así? ¡Estás cambiando de forma!
–Pues eso es porque te estoy ayudando, y yo soy más fuerte que tú –respondió la ogresa.
Y en aquel momento comprendió que se trataba de un monstruo. Para librarse de ella, le dijo que se le había acabado la lana. Pero entonces la ogresa le gritó:
–¡Si ya no queda hilo, trae cuerdas! ¡Como no traigas algo para seguir cosiendo, te voy a devorar!
La mujer se puso a temblar. Estaba muerta de miedo. En cuanto se sobrepuso un poco, se dirigió a un cántaro de aceite, se agachó y se mojó el pelo. Luego cogió un tizón fino que estaba en el brasero. Lo cogió con cuidado, por la parte que no quemaba, y se rascó el pelo con él. Y por último volvió a colocar el tizón en el brasero. La ogresa había estado observando la escena con atención, sin perderse ni un detalle.
No entendía nada, pero estaba muy intrigada y quiso imitar lo que hacía la mujer. Así que se fue al otro cántaro, donde no había aceite, sino gasolina. Se mojó el pelo con la gasolina y se dirigió al brasero. Sacó el tizón fino y se rascó el pelo con la parte que estaba al rojo vivo.
Al instante su cabeza salió ardiendo. Las llamas eran enormes, y la ogresa se fue corriendo de la casa gritando y llorando despavorida. Ya fuera, empezó a pedir auxilio a su hermana ogresa que estaba en el bosque:
–¡Hermana, hermana, que se me quema el pelo! ¡Que se me quema la cabeza! ¡Que me achicharro viva!
Y la otra ogresa le respondió desde lejos:
–¡Vete a apagarlo al río, perra!