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Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Transcripción
Érase una vez una mujer que fue a recoger aceitunas. Se pasó todo el día metiéndolas en su alforja hasta que la llenó hasta rebosar. Cuando vio que ya no cabían más aceitunas, recogió sus bártulos y se marchó de vuelta a casa.
Por el camino pasó por la fuente y allí se encontró a una niña que estaba llorando.
La mujer se quedó muy preocupada y le preguntó:
–¿Por qué lloras, hija?
–Pues estoy llorando –dijo la niña–, porque mi madre me ha abandonado. Esta tarde estuvimos haciendo cola para llenar los cántaros de agua, pero luego se olvidó de mí y me dejó aquí sola.
–¿Y tú te has quedado aquí solita en la fuente? ¡Con esta oscuridad! –le dijo la mujer.
Entonces la niña le suplicó:
–¡Llévame a tú casa, por favor! Te prometo que mañana volveré a la mía. ¡Llévame a tu casa, que ya ha anochecido y ya no se ve nada en el bosque!
Y la campesina respondió:
–Vale, te llevaré conmigo por esta noche. Pero mañana por la mañana te vas a tu casa.
Y las dos se marcharon a casa de la campesina. Al llegar, la mujer le dijo que tenía un poco de comida y que la iban a compartir. Luego se puso a preparar la cena mientras la niña se quedó al lado del kanun para calentarse.
De repente la niña empezó a crecer a una velocidad asombrosa. Los ojos y las orejas le crecieron aún más hasta alcanzar un tamaño desproporcionado. ¡A los pocos segundos se había transformado en una gigante de aspecto espantoso!
La campesina al verla gritó asustada:
–¿Por qué te has transformado así? ¿Por qué te has puesto tan grande?
Y el monstruo le respondió:
–¡Ah!, ¿que no sabes quién soy? Pues te lo voy a decir: ¡soy la ogresa!
–¡Me has engañado! ¡Me has traicionado! ¡No me dijiste nada! –le gritó la mujer aterrorizada.
Y entonces la ogresa le dijo:
–Es verdad, no te lo he dicho, pero tú tendrías que haber sido más perspicaz y haberlo adivinarlo tú sola. ¡Mírame ahora!
Después el monstruo le ordenó que le hiciera la cena. La mujer le dio toda la comida que había preparado. La ogresa lo engulló todo en dos bocados y enseguida volvió a pedirle más comida. Pero la mujer le dijo que ya no le quedaba nada más.
Entonces la ogresa le propuso lo siguiente:
–Vamos a pelearnos, y la que salga vencedora que se coma a la otra. ¿Te parece bien?
La mujer, que estaba extenuada, le dijo llorando:
–¡Por favor, que yo no estoy para peleas! Estoy hecha polvo.
Pero la ogresa no quiso atender a razones, y le dijo gritando:
–¡Venga, levántate, que tengo hambre!
Y empezaron a pelearse. El estrépito de cacharros y de platos rotos fue ensordecedor. En cierto momento de la pelea la ogresa la agarró del pelo y la tiró al suelo. Mientras tanto la mujer gritaba con todas sus fuerzas y se encomendaba a un santo y pedía auxilio a los vecinos:
–¡Sidi Hadj Azagan, defiéndame! ¡Vecinos, defendedme, que se ha metido un monstruo en mi casa y quiere comerme!
Entonces oyó la voz de un vecino que le respondía desde fuera:
–¿Qué le ocurre, tía?
–¡Pues que hay un monstruo en mi casa! –respondió la mujer.
El vecino acudió a todo correr para socorrer a su vecina. Pero en cuanto intentó abrir la puerta desde fuera, la ogresa se transformó en una aguja y se escabulló por debajo de la puerta.