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Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Transcripción
Traducción
Había una vez dos concuñadas que vivían juntas en la misma cabaña. Cada semana se dirigían al bosque a recoger leña. Una de ellas era muy lista y hábil, mientras que la otra era un poco boba y torpe. Al llegar a casa, las dos solían ponerse a charlar y a reír amistosamente mientras se ocupaban en las tareas del hogar.
Y resulta que por aquel lugar, no muy lejos de la cabaña, solía merodear un león. El animal se escondía para observarlas sin que ellas pudieran verlo. Siempre se quedaba por los alrededores de la casa curioseando y espiando lo que hacían y decían las mujeres. Pero nunca se acercaba a ellas.
Un día, mientras estaban recogiendo leña en el bosque, la torpe escuchó un rugido y descubrió al león. Entonces se fue corriendo para avisar a su compañera y le dijo:
–¡Date prisa, date prisa, que ya ha anochecido, y aquel cuyo aliento huele mal anda por aquí! ¡Tenemos que volver a casa!
Entonces la concuñada inteligente le preguntó:
–Bueno, ¿y quién es ese al que le huele mal el aliento?
La torpe estaba asustada, porque sabía que el león andaba cerca y podía escucharlas, así que no respondió. Pero la otra era muy perspicaz y adivinó enseguida de quién se trataba. Entonces le dijo en voz baja:
–¡Ah, te refieres al león!
Las dos mujeres recogieron la leña a toda prisa y regresaron a casa corriendo. Lo que no sabía la boba era que el león había escuchado toda la conversación.
A la semana siguiente las dos mujeres volvieron al bosque a recoger leña. De repente, cuando más enfrascadas estaban en su tarea, el león surgió de la nada, apareció entre la maleza, se acercó a ellas y les dijo:
–¿Qué tal estáis, tías*?
Entonces respondió la mujer inteligente:
–¡Oh, bienvenido seas, rey del bosque!
Al león le pareció muy bien aquella acogida tan cordial y tan cortés de la mujer y se quedó muy satisfecho con la respuesta. Pero después se dirigió a la torpe y le dijo:
–¡Tú, la que me insultó la última vez, la que dijo que mi aliento olía mal, toma el hacha y dame un golpe en el entrecejo! ¡Dame justo entre los dos ojos! ¡Apunta bien, no vayas a fallar!
En un primer momento ella se quedó muy asustada y no quiso obedecer. Pero al ver que no iba a darle el golpe, el león la amenazó:
–¡Pégame, o te devoro ahora mismo!
Y a la mujer torpe no le quedó otro remedio que obedecer. Agarró el hacha con fuerza, apuntó al ceño del león y le asestó un golpe tal y como le había ordenado el león.
Después de recibir aquel tremendo hachazo en la cara, el león se retiró dolorido a la profundidad del bosque.
Pasaron los meses, y la herida del león acabó cicatrizando. Entonces regresó al lugar donde las mujeres solían recoger leña, y volvió a acercarse a ellas. Se dirigió a la torpe y le dijo:
–¿Te acuerdas del golpe que me diste la última vez?
–Sí, claro que me acuerdo –respondió ella.
El león le mostró la cicatriz:
–Pues mira, la herida se ha curado.
Ella dirigió la mirada hacia el entrecejo del león y dijo:
–¡Pues sí, es verdad! ¡Se ha curado completamente!
Entonces el león añadió:
–Es verdad que la herida se ha curado, pero tu injuria todavía me duele, me corroe las entrañas. Dime, ¿por dónde quieres que empiece a comerte?
Y la pobre mujer, resignada, le dijo:
–Empieza por mi cabeza, que no piensa.
Y el león la devoró en el acto.