Audio
Clasificación
Fecha de registro:
Referencia catalográfica:
0588r
Categoría:
Colección:
Colección de Jerónimo Anaya Flores
Informantes
Recopiladores
Notas
La informante indica que el título de este romance es Carmela.
Se repiten los versos 2, 9, 11, 13, 15, 17, 19, 24, 26, 28, 30 y 32.
Bibliografía
IGRH: 0153
Versión publicada en Anaya Flores (1999: pp. 72-73; música p. 163; procedencia y peculiaridades p. 211) y en Anaya Flores (2016: p. 142; música p. 387).
Otras versiones de "La mala suegra"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Estudios
KIORIDIS, I. (2015). La suegra «mata» a la nuera: dos ejemplos del motivo en las baladas tradicionales griegas y en el romancero, Atalaya [En ligne], 15.
URL: <http://atalaya.revues.org/1683>
SORIANO LÁZARO, E. (1981). El romance de la mala suegra recogido en Mezquita de Loscos, Kalathos, I, 179-182.
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Transcripción
Carmela se paseaba por una sala brillante
con los dolores de parto, que el corazón se le parte.
—Coge la ropa, Carmela, vete para la ciudad;
si a la noche viene Pedro, yo le daré de cenar,
y, si quiere ropa limpia, también se la puedo dar—.
A la noche viene Pedro: —Mi Carmela, ¿dónde está?
—Se ha marchado con sus padres, no se ha querido esperar;
me ha tratado de canalla, de infame y de criminal;
no tienes sangre en las venas si no la vas a matar—.
Coge Pedro su caballo con los criados delante;
al llegar a la ciudad, se encuentra con la comadre.
—Buenos días tengas, Pedro, ya tenemos un infante.
—Del infante gozaremos, la infanta que se levante.
—¿Cómo quieres, criatura, cómo quieres, inorante,
que una mujer de dos horas parida y que se levante?
—Levántate de ahí, Carmela, levanta y sin rechistarme,
que la espada traigo limpia y he de mancharla en tu sangre—.
Ya empezaron a vestirla la comadrona y su madre;
la comadrona lloraba, su madre gotas de sangre.
La ha cogido en el caballo y la lleva por la calle.
—Carmela, ¿cómo no hablas? —¿Cómo quieres que te hable,
si a las ancas del caballo voy derramando mi sangre?
—Dale una teta tú al niño, mientras que yo afilo el sable,
que, al llegar a aquella ermita, llevo intención de matarte—.
A otro día por la mañana, las campanas clamorean.
—¿Quién se ha muerto, quién se ha muerto? —La infanta doña Carmela.
—¿Quién se ha muerto, quién se ha muerto? —La condesa de Olivares—.
Entonces replicó el niño, con diez horas no cabales:
—No se ha muerto, no se ha muerto, que la ha matado mi padre
por un falso testimonio que han querido levantarle.
Las campanas de la gloria tocarán para mi madre,
en cambio, las del infierno, para mi abuela y mi padre.