Doña Josefa Ramírez

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Referencia catalográfica: 0593r

Informantes

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Notas

V. 22a: el sujeto de “rompió y leyó” es don Pedro de Valenzuela.

V. 92b: el informante dice “misma”, aunque habría que mantener la forma antigua “mesma” para mantener la rima; lo mismo pasa en la segunda parte.

v. 46b: para mantener la rima, en vez de “mismo”, tendría que ser “mesmo".

Segunda parte: v. 59a: “la” se refiere a “merced” (v. 58a).

Aclaraciones léxicas:

billete: “carta, breve por lo común” (DRAE, 2014). 

resma:  significa conjunto de veinte manos de papel; cada mano consta de cinco cuadernillos, o sea, veinticinco  pliegos, pues se llama cuadernillo al conjunto de cinco pliegos de papel, que es la quinta parte de una mano (id.). La resma, por tanto, tiene quinientos pliegos; aquí se usa para referirse al papel que escribió doña Josefa.

montera:  “prenda para abrigo de la cabeza, que generalmente se hace de paño y tiene varias hechuras, según el uso de cada provincia” (id.).  coleto: vestido de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que cubría el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura (id.).

charpa: “tahalí que hacia la cintura lleva unido un pedazo de cuero con ganchos para colgar armas de fuego” (id.).

rodela: “escudo redondo y delgado, que, embrazado en el brazo izquierdo, cubría el pecho al que se servía de él peleando con espada” (id.). Don Quijote utilizó una rodela en su segunda salida (I, 7); en su época, se usaba la rodela, junto con la espada, para combatir a pie (Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Instituto Cervantes-Crítica, 1998, I: pág. 92, nota 41; ilustración en II, pág. 972).

contador: “se llama comúnmente el que tiene por empléo llevar la cuenta y razón de la entrada y salida de algunos caudáles, haciendo el cargo à las personas que los perciben, y recibiéndoles en data lo que pagan” (RAE, Dic. Autoridades, T. II, 1729, p. 543). V. 52b: la “gaveta” es un “cajón corredizo que hay en los escritorios” (DRAE, 2014).

doblones: “monedas antiguas de oro, de diferentes valores, según las épocas” (id.).

donado: “hombre o mujer seglar que se retíra à los Monasterios y Casas de Religión, para servir á Dios y à los religiosos” (RAE, Dicc. Autoridades, T. 3, 1732: pp. 84-100).

lenzuelo: “pañuelo de bolsillo” (DRAE, 2014).

Bibliografía

IRGH: 5007

Versión publicada Anaya Fernández y Anaya Flores (1999: pp. 84-100; procedencia y peculiaridades p. 212).

Otras versiones de "Doña Josefa Ramírez"

Díaz (2007: D.20); Manzano Alonso (2003: pp. 560-562); Pimentel García (2020: n.º 451); Porro Fernández (2003: n.º 16); Trapero (2000a: n.º 103); Trapero (2000b: n.º 107); Trapero, León Felipe y Monroy Caballero (2016: n.º 145).

Contaminaciones y engarces

Doña Juana de la Rosa + Doña Josefa Ramírez (Trapero, León Felipe y Monroy Caballero, 2016: n.º 146).

Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.

Estudios

BALDELLOU MONCLÚS, D. (2015). El ascenso a la masculinidad: mujeres transgresoras en la literatura popular del siglo XVIII. Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 21, 205-236.

GOMIS COLOMA, J. (2007). Porque todo cabe en ellas: imágenes femeninas en los pliegos sueltos del siglo ilustrado. Estudis: Revista de Historia Moderna, 33, 299-312.

Transcripción

[PRIMERA PARTE]
A la que es Madre del Verbo,     María, Señora nuestra,
le pido humilde y postrado     me dé gracia con que pueda
referir a mi auditorio     las más infausta tragedia
y el infortunado caso     que sucedió a una doncella.
Prestad atención, os ruego.     En la ciudad de Valencia
nació de muy buenos padres     la hermosa doña Josefa.
Con muy buenos documentos     criose apuesta Minerva.
Apenas cumplió esta niña     dieciocho primaveras,
muchos galanes la rondan     sus celosías y puertas.
Y entre tantos pretendientes     la adoraba muy de veras
un principal caballero,     don Pedro de Valenzuela.
Al fin le escribió un billete     con muy rendidas ofertas.
Diole cuenta de su amor     la dama, como discreta,
que con otro le responde     a su petición atenta,
diciendo: “Señor don Pedro,     yo estimo vuestra fineza.
Ya sabéis cómo en mi casa     soy la única heredera.
Hallo imposible, señor,     el que mis padres consientan
que yo con usted me case;     mas esta noche en la reja
de mi jardín os aguardo     a eso de las diez y media.
Dios os guarde, caballero;     quien os estima y venera,
doña Josefa Ramírez,     como humilde esclava vuestra”.
Rompió la resma y leyó     lo que expresado se queda,
deseando que la noche     tendiese el manto de estrellas.
Llegó la citada hora.     Pronto se puso en la reja;
hizo una seña  y salió     aquella diosa Minerva,
aquella estrella de Venus,     tan bizarra como atenta.
Saludáronse corteses     (…………………………..)
y entre los dos dispusieron      (…………………………..)
que una noche la sacase.     Cuando en esta diferencia
le acometen dos traidores     a don Pedro con violencia.
Dos estocadas le dieron     por las espaldas, tan recias
que las heridas crueles     hasta el pecho le penetran.
Y, como león herido,     saca la espada y, con ella,
a los dos ha acometido;     pero poco le aprovecha:
ellos escapan huyendo     y el triste joven dio en tierra
diciendo: —Difunto soy;     perdóname, amada prenda.—
Esta voz que oyó la dama,     cayó amortecida en tierra.
Volviendo en sí del letargo,     decía de esta manera:
—¿Qué es esto? ¿Qué me sucede?     Cielos, ¿qué desgracia es ésta?
¿Qué he de hacer, triste de mí?     ¡Oh, fortuna tan adversa!
¿Cómo hallaré yo consuelo     en tanto tropel de penas?
Ya no hallaré ya sosiego     hasta que de cierto sepa
quiénes son los alevosos     que con tan grande inclemencia
a don Pedro dieron muerte. —     Toda en lágrimas deshecha,
jura que se ha de vengar,     a pesar de las estrellas.
Como una leona herida,     se retiró de la reja;
se despojó de su ropa,     tomando capa y montera,
un rico coleto de ante,     calzón de la misma pieza,
zapatos a lo moruno     y rica media de seda,
una charpa,  dos pistolas,     también su espada y rodela
y un trabuco que pendiente     de su cintura lo lleva.
Luego, partió a un contador     y sacó de una gaveta
hasta doscientos doblones,     y se ausentó de Valencia.
Entre unos montes se oculta     y de noche daba vueltas.
Iba a las casas de juego,     donde todo se conversa.
Jugando estaba una noche,     otros señores con ella;
sin saber con quién hablaban,     del caso le dieron cuenta:
—Dicen que don Leonardo     y don Gaspar de Contreras
salieron con gran sigilo     de la ciudad de Valencia.—
Doña Josefa responde:     —¿Pues qué cosa les molesta
a esos nobles caballeros     para salir de su tierra?
¿Quizás irán a algún pleito     de algunas de sus haciendas?
Que quien tiene mayorazgo     nunca le faltan quimeras.
—No es mal pleito el que les pasa     —ellos dieron por respuesta—,
pues son los que dieron muerte     a don Pedro Valenzuela.—
Disimulando su enojo     responde con gran reserva:
—Mucha fuerza se me hace,     y no es posible que crea
que esos nobles caballeros     hiciesen acción como ésa,
que fuera gran villanía,     pues existía en sus venas
sangre noble, y esto basta.     Sabed, ¿hay quién los defienda?
—Esto no se puede hablar     (………………………………)
sin saberlo muy de cierto.     (………………………………)
Sabed que es mucha verdad     lo que os digo. Si no fuera,
no me importaría decirlo.—     Mas ella, con gran reserva,
responde: —Dios les asista.     ¿Adónde el viaje llevan?—
Ellos mismos le informaron     que iban a Cartagena.
Salió del juego diciendo:     —Buena suerte ha sido ésta.
Ya tendrá mi pena alivio     si se me logra la idea.—
Y montando en el caballo,     que el céfiro puso rienda,
a Cartagena marchaba     con muy pronta diligencia.
Llegó una tarde, feliz,     a eso de las dos y media.
En un mesón se apeó     y a la patrona dijera:
—Cuídeme de este caballo,     que pronto daré la vuelta.—
Y sin desarmarse fue     a la plaza, por si encuentra
a alguno de sus paisanos,     que tanto verlos desea.
No los pudo descubrir     y, hacia el mesón, dio la vuelta
y a la patrona le dijo     que previniese la cena
y que le hiciese la cama     en una sala que tenga
las ventanas a la calle,     sin darle a entender su idea.
Apenas anocheció,     pronto se puso en la reja
de la ventana, escuchando     cuanto en la calle conversan.
Oyó decir a dos hombres     aquella palabra misma:
—Para mañana a la noche     tenemos función muy buena
en casa de don Mansilla,     pues en su casa se hospedan
dos famosos caballeros     naturales de Valencia.
Y quieren regocijarlos,     mas no quieren que se sepa,
porque en Valencia mataron     a un hombre de grandes prendas.—
Tente, hombre, no prosigas;     cállate, imprudente lengua,
que no sabes quién te escucha,     porque si bien lo supieras
no dieras cuenta a tu amigo.     ¡Oh, cuánto más te valiera
muchas veces el callar,     que el que no habla no yerra!
Séneca muy bien lo explica     en una de sus sentencias.
Ya satisfecha del caso     se quedó doña Josefa.
Apenas amaneció,     hizo muchas diligencias
por descubrirlos. Al fin     en la calle los encuentra.
Cuando los tuvo delante     les dijo de esta manera:
—¿Me conocéis, caballeros?     Sabed, soy doña Josefa,
aquélla que agraviasteis     en la ciudad de Valencia.
Vengo a tomar la demanda     por don Pedro Valenzuela,
que habiendo muerto mi amante,     poco importa que yo muera.—
Sacan los tres las espadas     y a la batalla se aprestan.
En dos idas y venidas     alcanzó doña Josefa
al valiente don Leonardo     una estocada tan recia
que le ha pasado su pecho,     dando con su cuerpo en tierra.
Esto que vio don Gaspar,     cerró con doña Josefa;
mas poco le aprovechó,     porque ella con gran destreza
le ha traspasado el costado,     y a los dos difuntos deja.
Se alborotó la ciudad,     y acudió con gran presteza
el señor gobernador     para llevársela presa.
Pero ella con arrogancia     dijo: —Sepa su excelencia
que mi espada a nadie teme,     aunque un ejército venga —
Empezó a chocar con ellos,     uno toma y otro deja;
tres alguaciles mató     en medio de la refriega.
Se le ha quebrado la espada     y echó mano con presteza
al trabuco que llevaba,     y a barrer la calle empieza.
Conque llegó a refugiarse     dentro de la misma iglesia
del seráfico Francisco,     donde a curarse se queda
dos balazos que llevaba     y muy malherida una pierna.
Buena ya de su accidente,     pidió a los padres licencia
para salir del convento;     y mandó que le trajeran
el caballo que tenía     en un mesón de allí cerca.
Fue un donado  y se lo trajo,     y agradeció la fineza.
Sin ser de nadie sentida,     se alejó de Cartagena.
Y ahora Pedro de Fuentes     a aquella parte primera
da fin, y en otra segunda     daré noticias enteras
de lo que vino a parar     la hermosa doña Josefa.
 
[SEGUNDA PARTE]
Ya dije cómo salió,     amparada por silencio,
de Cartagena una noche,     llena de mil pensamientos.
Doña Josefa Ramírez     se marchaba para el reino
de Cataluña una tarde,     y al encuentro le salieron
siete bandidos; mas ella      les reconoce al momento.
Del caballo se desmonta,     de aquella suerte diciendo:
—Apartarse del camino;     presto, quitarse de en medio,
o le quitaré la vida     al que fuera desatento.—
Esto dijo, y disparó     con tan bellísimo acierto
un trabuco, que se lleva      en un tiro los tres primeros,
que los coge perfilados;     y los otros, que esto vieron,
se pusieron en campaña;     mas la dama con esfuerzo,
sin punto de cobardía,     se hizo fuerte contra ellos.
De los siete mató a cinco,     y los otros dos huyeron
ya con heridas de muerte;      mas no les vale por eso,
que ella, arrogante, les sigue;     y de merced le pidieron
les otorgase la vida.     Metió la mano en su pecho
 y dijo: —Para estar segura,     quitar estorbos de en medio.—
Y, al soplo de dos pistolas,     los dos se los deja muertos.
Luego, montó en el caballo,     como que nada había hecho.
Llegó, al fin, a Barcelona,     adonde supo de cierto
que ya la andaban buscando     sus padres con mucho anhelo.
Al instante determina     vender el caballo, y luego
embarcarse para Roma,     sin reparar en los riesgos
que pueden sobrevenirle,      como adelante veremos.
Se embarcó, al fin, en las ondas     del salado mar soberbio;
y fue su suerte tan mala     que, a los dos días, se vieron
de corsarios argelinos     infelices prisioneros;
desembarcados en tierra     y a pregones los vendieron.
La compró a doña Josefa     en un moderado precio
un renegado muy rico,     hombre de mucho respeto,
que por sus buenos conceptos     era atendido en el pueblo.
Preguntando a su cautivo     por su nombre, y al momento
responde: —Pedro me llamo,     señor, al servicio vuestro.
—¿En qué oficio te ocupas?      —El oficio que yo tengo
es, señor, maestro de armas.     —Un buen oficio, por cierto,
ejercitabas, cristiano;     mas darte otro pretendo.
Di, ¿tú sabes escribir?     —Algo entiendo también de eso,
no con mucha perfección,     porque usado no lo tengo. —
Viendo su disposición,      le entregó todo el manejo
de su casa; y al instante     llamó su amo a dos negros
que tenía le enseñasen     la arábiga lengua; y ellos
lo pusieron por la obra,     y lo aprendió en breve tiempo.
Tan buenas cuentas le daba     a su amo, y tan contento
le tenía, que no sabe     qué hacer con su escudero.
En este tiempo la mora,     mujer de su amo mismo,
al buen Pedro regalaba     y hacía muchos cortejos.
Un día que salió el amo     a cazar con sus monteros,
le llamó y le dijo a solas:     —Cristiano, yo por ti muero;
yo no vivo ni descanso,      en mí no cabe sosiego,
porque esos dos luminares     que, con sus muchos reflejos,
me han partido el corazón;     yo me abraso en vivo incendio.
Y si merezco la dicha     de que premies mis afectos,
te prometo que serás     muy dichoso en este pueblo.—
Por no descubrir su sexo,      con muy buenos documentos
don Pedro la rehuía,     de aquella suerte diciendo:
—Mirad, que soy vuestro esclavo,     y que si no tengo hierro,
esta merced que me hace     mi amo por ser tan bueno,
la llevo en el corazón     y hacerle ofensa no quiero.
Así, señora, dejadme     y no toquéis más en eso.—
Viendo la mora el desaire     que el cristiano le había hecho:
—Juro por el gran Mahoma     que he de vengar tu desprecio.—
Apenas llegó su esposo,     le salió al recibimiento;
aquella falsa enemiga     le echó los brazos al cuello
y con un llanto fingido      le dijo: —Poned remedio
en vuestra casa, señor,     porque el mayordomo vuestro
quiso, atrevido, ofenderme,     muy lascivo y deshonesto.
A mi aposento se arroja,     trajo consigo este acero;
de un puñal, con amenazas,     quería lograr su intento.
Mas yo, como una leona,      me levanté de mi lecho,
se lo quité de la mano,     el cual, vedlo, aquí lo tengo.—
Enfurecido ya el moro,     mandó prender a don Pedro,
meterlo en una mazmorra     y lo cargasen de hierro,
y que no le diesen agua,     tampoco mantenimiento,
y que allí se moriría      pagando su atrevimiento.
Un moro piadoso había     compadecido de verlo,
que al descuido de sus amos     le llevaba el alimento
y también le daba agua     con cariñosos afectos,
que entre los infieles hay     también nobles sentimientos.
Al cabo de quince días,      por ver si se había muerto,
visitóle el renegado;     y, luego que vio a don Pedro
vivo, ha tomado un cordel     para azotarlo soberbio.
Y al tiempo de descargarle,     le dijo: —Señor, teneos.
Advertid que es falso todo     por lo que estoy padeciendo.
Yo soy mujer, no soy hombre.—     Y, como prueba de aquello,
un pecho le manifiesta     y dice: —¿Basta con esto?—
De la prisión la sacó     dándole abrazos muy tiernos;
le dijo: —Cristiana amiga,     por mi profeta te ruego
que me reveles la causa     de haber mi esposa este enredo
contra ti trazado. —Entonces     le contó todo el suceso.
Viendo esto el renegado,     iracundo y muy soberbio,
dijo: —Juro por Corán,     a la ley que fiel profeso,
que he de ejecutar en ella     el castigo más acerbo
que hayan visto los nacidos,     para que sirva de ejemplo.—
La encerró en una mazmorra     y la cargaron de hierro;
puso una tina de aceite,     y luego que estuvo hirviendo,
hizo venir a la mora     y se lo echaron por el cuerpo.
Mandó apartasen la tina     y la arrojasen al fuego,
donde feneció la mora     pagando su atrevimiento.
Al cabo de algunos días,     con felices pensamientos,
ha llamado el renegado     a aquel hermoso portento
de doña Josefa, y, luego,     ella ha acudido al momento.
—Bien, señor, ¿qué me mandáis?     —Veníos a mi aposento
y a solas os lo diré,     que es de importancia el secreto.
Ya sabéis, doña Josefa,      la voluntad que os tengo,
y sólo de vos me fío     para descubrir mi intento.
Pretendo pasar a Roma     y ser de mi culpa absuelto;
después he de recogerme     en un sagrado convento.
Tú te pasarás a España,     pues ya prevenido tengo
dos mil doblones, los cuales      entre los dos partiremos.
Mira que te vas mañana,     pues hoy se halla en este puerto
un tratante mercader     a quien pagado le tengo
el viaje, y con él te vas,     segura de todo riesgo,
a pasar por Alicante,     de España famoso puerto.—
Le entregó los mil doblones     atados en un lenzuelo;
se fue a recoger la ropa     y joyas de mucho precio
que tenía, y todo junto     lo encerró en un arca y, luego,
tiernamente se despiden;     y ella con grandes deseos
su viaje continúa,    siendo feliz. Y, como el viento,
llegó a Valencia, y en ella     entró con mucho secreto.
Se ha informado de sus padres     y supo que estaban buenos.    
Una noche determina,     disfrazada, de ir a verlos;
y, a eso de las oraciones,     fue a su casa con deseos.
Llegó a la puerta tocando     y a abrirle salió un buen viejo;
y ella, cortés, le pregunta,     quitándose su sombrero:
—¿Vive aquí el señor don Juan     Ramírez y Marmolejo?
—Sí, señor —le respondió.—     Y entró al instante a verlos.
Se sentaron a su lado     y dijo: —Sabed por cierto
que vuestra hija, señor,     hoy se halla en este pueblo.
Tres años y medio ha estado      metida en un cautiverio,
sirviendo no como esclava,      (…………………………..)
pues era dueña absoluta      (…………………………..)
de la casa de sus amos;     y, al cabo de este tiempo,
le han dado la libertad     y gran cantidad de dinero.—
Don Juan, que atento escuchaba     las razones del mancebo,
al oírlo se enternece     y lloraba sin consuelo.
—¡Oh, hija de mis entrañas!     ¡Oh, si permitiera el cielo
que yo la viese en mi casa,     cesarían ya mis desvelos,
dieran vado mis tristezas,     mis congojas fueran menos!—
La madre, por otro lado,     hacía sus sentimientos.
Del asiento se levanta     y, arrodillada en el suelo,
dijo: —Cese vuestro llanto,     que a vuestra hija estáis viendo.
Y ahora, padre y señor,     perdona mi grave yerro,
y lo que pretendo es     meterme en un monasterio.—
Lo pusieron por la obra     entrándose en un convento
de religiosas franciscas,     donde vivió dando ejemplo.
Aprended, mozas doncellas,     y mirad los muchos riesgos
que padeció aquella dama     por defender a su dueño.

Resumen de "Doña Josefa Ramírez"

Doña Josefa Ramírez, una joven valenciana muy rica, se enamora de don Pedro de Valenzuela. Sin embargo, sus padres no aprueban la relación. Un día en que los dos enamorados se encuentran hablando en su reja, dos individuos asesinan al joven. Josefa se viste de hombre y sale a vengar la muerte de su amado. Llega hasta Cartagena siguiendo la pista de los asesinos. Cuando consigue dar con ellos, los reta y los asesina. También mata a los miembros de la autoridad que intentan apresarla. Se refugia en un convento de franciscanos y, una vez curada de las heridas de la refriega, huye. En la segunda parte, Josefa se dirige a Barcelona para partir a Milán, pero la interceptan unos corsarios argelinos que la venden como esclavo. La mujer de su amo se enamora de ella, pero como la rechaza, la mujer la acusa ante su marido de haber intentado forzarla. Josefa es encerrada en un calabozo y, después de ser azotada, reconoce que es una mujer. Su amo la libera y castiga a su esposa. Vuelve a Valencia, donde se reencuentra con sus padres.