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Otras versiones de "El soldado de Tortosa"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Transcripción
Esta fue la fundación en la ciudad de Tortosa,
con un tal José Romero y Dominga Carrascosa.
No era este matrimonio muy estimado en el pueblo;
por su desgracia o fortuna solo una hija tuvieron.
Los padres llenos de gozo disfrutaban de alegría;
al bautizar le pusieron su nombre llamado Elvira.
Esta chica se criaba, pero de lo más hermosa,
su cara se parecía como la leche y la rosa.
Llegó a diecinueve años esta doncella inocente;
por custión del casamiento la pretende un estudiante.
Iba con la picardía, el tirano la engañó.
Llegó la hora y la chica un niño desocupó.
Al verse desvergonzada y ver lo que le pasaba,
dejó su hijo en la cuna, una noche se marchaba.
A otro día por la mañana los padres se levantaron;
fueron a ver a su hija, solo al niño se encontraron.
Echaron requesitorios y sin poderla encontrar,
sus padres con mucha pena no hacían más que llorar.
De limosna para el niño, muchas mujeres le daban
de mama y sus abuelos de noche se lo acostaban.
Este chico se criaba sin dar en qué merecer,
pero muy bien educado, juntos vivían los tres.
Ya le llegaron la quinta, pues en la suerte jugó
y el pobre por su desgracia para Melilla cayó.
Ustedes recordarán de la primera traición
que nos hicieron los moros al regimiento español.
Los cogieron prisioneros en una casa de campo;
que pone bajo de tierra, todo estaba minado.
Tenían una correa, pero muy bien preparada,
lleno de pinchos y clavos y con ella les pegaban.
Los pobrecitos estaban como vinieron al mundo,
y por calma les ponían ramas de los higos chungos.
La gente que allí habitaba, en aquella casa había,
eran dos hombres y dos mujeres de aquellos dos cabecillas.
La una de aquellas moras, de tan malos sentimientos,
el pegar a los soldados era su divirtimiento.
La otra se retiraba para no oír los lamentos,
porque ella le tenía pasión a los prisioneros.
Una noche que la mora oía con disimulo
cómo lloraba un soldado, despidiéndose del mundo:
—Adiós, mi querida patria; adiós, aguas caudalosas,
las que lleva el río Ebro cuando pasa por Tortosa.
Adiós, para mis abuelos; adiós, mis queridos padres,
para ellos rogaré la salud donde se hallen—.
Al oír esto la mora, al soldado se acercó:
—¿Cómo te llamas, muchacho?—, llorando le preguntó.
El soldado le responde: —Me llamo José Romero
y soy nacido en Tortosa en casa de mis abuelos.
—¿Y tus padres dónde está? Responde: —Yo no lo sé,
porque ni a mi pobre madre no la pude conocer.
Según decía mi abuela, mi madre a mí me dejó;
de cinco días nacido, una noche se marchó—.
Al oír esto la mora, al soldado se abrazó,
diciendo: —Yo soy tu madre, hijo de mi corazón.
Cuánto he sufrido por ti hasta llegarte a encontrar
en medio de estos bandidos, donde nos van a matar.
Si yo pudiera salir con el intento que tengo,
todos [¿sube?] tres conmigo, a la España volveremos
Cuando mi marido esté en aquel profundo sueño,
todos son de tres conmigo y a la España volveremos—.
Una noche que la mora observaba a su marido,
iba con grande silencio para salvar a su hijo.
Iba con grande silencio y sacó a los prisioneros.
Entonces se le [¿rencaron?], de lo que hicieron con ellos.
Ya mataron a la mora aquellos dos traicioneros,
entonces les vengaron de lo que hicieron con ellos.
—Ya estamos en salvación de este peligro tan grande,
que no había más remedio que derramar nuestra sangre—.
Treinta días por las sierras, por la noche caminando,
los pobres iban rendidos cuando a la España llegaron.
Era un cuadro de tristeza cómo abrazaban a Elvira,
al verse dentro de España disfrutando de alegría.
De la madre y de su hijo llorando se despidieron,
porque ha sido el salvavidas de todos los prisioneros.