Los bolos serranos

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Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 0727n

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Notas

Este registro ha sido recopilado en el marco del proyecto de I+D (Excelencia) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades “Documentación, tratamiento archivístico digital y estudio lexicológico, histórico-literario y musicológico del patrimonio oral de la Andalucía oriental” (referencia: FFI2017-82344-P), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

Transcripción

Los bolos serranos es un juego que está muy arraigao aquí en, en, en la sierra. De hecho, se ha perdío un poquito, pero quizá por falta de, de alguna infraestructura que nos falta, ¿vale? Antes hacías una bolera en cada espacio que había, pues en cualquier sitio la gente te montaba un | una tabla de madera con unas líneas y, y tablas. Terreno por alante, hacías la, la bola, que era de madera, sobre todo, de encina, | encina porque es mucho más dura, resiste mucho más los porrazos | y el vinilo. Y ahí era, eh, pues todos los fines de semana. La, la, la | los vecinos | los hombres, que era un juego de hombres entonces. Ahora, ahora sí es verdad que con esto del bolo andaluz y federarnos, hay muchas mujeres que están federás. Esto ha cambiao un montón, pero por aquel entonces era juego de hombres, ¿no? Y cualquier fin de semana, pues a las tres de la tarde en verano, estábamos jugando, pues hasta las diez de la noche. Partidas. Normalmente, pues según los que se juntaran, pues se hacían equipos de cuatro personas. Cuatro contra cuatro y, si había más: “Bueno, pues el que pierde sale, entra otro”. Y así. Una forma de competir un poco. Ese es un juego de los más, de los más serranos y más arraigaos que, que ha habío aquí. En cualquier sitio, eh, había una bolera. De hecho, bueno, había | les llamaban los “Campilleros” y demás, eh, este | esta gente de aquí, bueno, eran boleros que te mandaban | Recuerdo que un poco más arriba, cerca de la carretera, ahí, en esta misma dirección que estamos, había una bolera que podía tener trescientos metros y aquellos hombres fortarrones de aquel entonces le pegaban y, bueno, la perdían, la perdían. Un juego muy arraigao aquí.