Audio
Clasificación
Fecha de registro:
Referencia catalográfica:
0769r
Categoría:
Colección:
Colección de Jerónimo Anaya Flores
Informantes
Recopiladores
Notas
Títulos alternativos: "La suegra perversa", "Manuelita", "Doña Albela", "Doña Albora", "Doña Arbola".
La informante indica que aprendió estas canciones “porque, cuando yo era chica, mi madre se iba al campo, y si me dejaba una peseta para comprar comida, venía un tío de coplas y yo compraba las coplas, y no compraba la comida. Y así nos lo pasábamos. Y mi madre, que iba al campo, me llevaba a las quinterías con ella, y yo aprendía los cantares".
Bibliografía
IGRH: 0153
Versión publicada en Anaya Flores (2016: pp. 140-141).
Otras versiones de "La mala suegra"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Estudios
KIORIDIS, I. (2015). La suegra «mata» a la nuera: dos ejemplos del motivo en las baladas tradicionales griegas y en el romancero, Atalaya [En ligne], 15.
URL: <http://atalaya.revues.org/1683>
SORIANO LÁZARO, E. (1981). El romance de la mala suegra recogido en Mezquita de Loscos, Kalathos, I, 179-182.
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Transcripción
Carmela se paseaba por su sala de brillantes
con sus dolores de parto, que el corazón se le parte.
—¡Quién llegara, quién llegara (y) a los brazos de mi madre!—.
La suegra que la escuchaba, como solía escucharle:
—Coge la ropa, Carmela, vete en casa de tus padres;
si a la noche viene Pedro, yo le daré de cenar,
y si ropa limpia pide, yo le daré de cambiar—.
A la noche viene Pedro: —Mi Carmela ¿dónde está?
—Se ha ido en casa de sus padres, nos ha tratado muy mal;
te ha tratado de canalla y me ha querido pegar;
no tienes sangre en la venas si no la vas a buscar—.
Ha cogido su caballo con la espada por delante.
Al llegar a la ciudad, se encuentra con la comadre:
—Bienvenido seas, Pedro, ya tenemos un infante.
—De le infante gozaremos; de la madre, Dios lo sabe.
Levántate, mi Carmela, levanta sin replicarme,
que la espada traigo limpia, la he de manchar en tu sangre.
—¿Cómo quieres, Pedro mío, cómo quieres, ignorante,
que de dos horas parida una mujer se levante?
—Levántate, mi Carmela, vántate sin replicarme—.
Ya se ponen a vestirla la comadrona y la madre;
la comadrona lloraba; la madre, gotas de sangre.
La ha montado en su caballo, uno al otro sin hablarse.
—¿Cómo no me hablas, Carmela? —¿Cómo quieres que te hable,
si los pechos del caballo van derramando mi sangre?
¿Cómo no me hablas tú, Pedro? —¿Cómo quieres que te hable,
si detrás de aquella ermita llevo intención de matarte?—.
Ya redoblan las campanas, ya redoblan redoblantes.
—¿Quién se ha muerto, quién se ha muerto? —La mujer del comandante—.
Entonces contesta el niño, de dos horas no cabales:
—No se ha muerto, no se ha muerto, que la ha matado mi padre,
por un falso testimonio que han querido levantarle.
En el infierno hay dos sillas, para mi abuela y mi padre;
y en la gloria hay otras dos, para mí y para mi madre.