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Mira, ahí si entra un poco de supersticiones, pa’ que me entiendas, de las supersticiones de la pata, de la pata coja, pero como te digo, eso lo usaba, todo esto, esto precisamente lo que hablamos hoy de las hechicerías ¿eh?, o como dice uno, uno puede tomar las cosas como tú quieras, pero sí, el de la pata coja me decía mi tía que era, era pura hechicería, que sí existía, sí me decía, me decía “que sí existe” pero como te digo, hay cosas que si se me graban tan bien que si te las puedo decir todo, pero yo a esas cosas no, nunca les tomé mucha atención a esas cosas.
Hay una… | Mira, yo tengo unas historias que les tenía preparadas a ustedes, sencillamente para ustedes hoy, no sé si, si ya les platiqué lo del señor Mudy ¿Usted recuerda? Porque no quiero revolverle, de Eduardo Mudy, ¿no lo recuerda? Miren, Eduardo Mudy, él se vino de su país aquí a México, un hombre tan agradable, a mí se me hacía hasta chistoso el hombre. Él se equivocó, se vino a vivir aquí al lado del Capulín, a la parte de abajo ‘onde hay unas, hay unas… como bodegas que jue en aquellos entonces ‘onde guardaban los granos. Pero no supo ‘onde se metió porque ahí había una pura bola de rateros ahí, entrada a los Rodríguez, él sembró toda la aplanada, puso árboles, tenía criadero de gallinas, tenía criadero de, de conejos. ¿Qué le pasó? Él trabajaba y otros cosechaban, buscó una manera de cómo solventar pa’ que ve todo aquello parara, se trajo a una muchacha de ahí mismo del rancho, para ver si ella misma le ayudaba, pero esta muchacha pues era familiar de los mismos rateros de allí, y esta muchacha le puso sus condiciones, le dijo, “yo me vengo a trabajar con usted, a trabajar pero necesito que se traiga a un amigo” que tenía, que era su novio más chico que ella. Siguieron robando, y a este hombre se le atravesaban en el camino en la noche porque él lo único que tenía para moverse era una bicicleta ‘onde iba… ‘onde traía a veces hasta Guanajuato acá sus verduras, todo eso, y aquí cuando se vino pa’ ca ya fue diferente, entonces lo enfadaron y se vino, fue cuando compró la Hacienda de San Juan Nepomuceno. Le gustó porque ‘taban las presas al lado de arriba, tres presas que luego la presa de la Flores, el río, la noria, entonces este río pasaba clarito la agua, había pescados en este río.
Se vino, se trajo a los dos, se trajo a Conchita y se trajo a Lucio, eran como una escala, el señor [Eduardo] ya más grande, la muchacha esta Conchita más chica, y Lucio más chico. Enton’ es la misma plática, nada más que les voy a narrar algo del camino antiguo que ‘ta unido con esta plática, ellos nunca sabían lo que había pasado en este camino antiguo, decían que había un ratero, de esos sinvergüenzas, pero tenía un perro tan inteligente, un perro inteligente que ese no se le dejaba ir a los animales, se le dejaba ir a los, a los, a los arrieros, pero en la madrugada cuando pasaban los arrieros o la mañana oscura, dicen que este se venía, el perro a puras señas, se le dejaba ir a los arrieros para distraerlos, y entonces este ratero sacaba uno o dos burros metiéndose al arroyo que le nombran “la minita”, ahí los metía para adentro. Pero el perro tan inteligente nunca delató a su patrón, nunca se regresaba ‘on ‘taba su patrón, este se regresaba de para acá, o se iba de pa’rriba, nunca se metía al arroyo ese, porque al meterse al arroyo pos delataba a su patrón que ahí estaba con los burros que se había robado, no así fue…. Tanto, tanto fue así que las demandas que había, entonces estaba el cuartel, el cuartel de los federales aquí, en el Cuartel de San Pedro, aquí estaban los federales. Tantas demandas hubo que le pusieron una celada a este hombre y ahí mismo lo mataron, lo mataron junto con el perro. Y al pasar el tiempo, el tiempo que empezó a aparecer el hombre, el hombre, pero con to’ y perro, y ahí este hombre se le atravesaba al señor Mudy, al señor Mudy, al señor Eduardo Mudy, y en la mañana que iba con su cajita con su bicicleta con sus verduras a entregar, y ya de ahí se iba a dar clases de la Alianza, porque daba clases de inglés. Entonces le dijo a Lucio, le dijo a Lucio, dijo: ”Mira, Lucio, alguien de allá del rancho, de la comunidad de los Rodríguez”, dice, “mira, se me atraviesa”.
En cierta parte, le dijo donde era y Lucio era el más chico, y además él lo reconoce que era miedoso, que le daba miedo, este se venía a una instancia a que el señor saliera de su portón, porque allí lo conocían todos los arrieros, porque él tenía un postigo en su portón donde él vendía, él vendía tabaco y vendía cerillos, manojitos de cerillos que había en aquellos entonces y vendía lo que eran las quintitas del mezcal, es vivo el hombre ¿no?, y Conchita y Lucio nunca habrían el portón, siempre primero cobraban y luego daban la mercancía ¿Cuánta gente lo conocía? Muncha gente lo conocía, de entre ellos, digo, no estoy dando fe de esto, a mí no me consta pero mi tío me lo decía que era cierto porque él era uno de los arrieros, un tío mío que era hermano de mi abuela, porque a él le molestaba cuando uno decía “viejo loco, es mentira”, no… era cierto, entos’ cuando esto pasó, lo llevó, dijo: “Vente, Lucio”.
Dicen que Lucio llevaba un palo aquí, aquí debajo del brazo y unas piedras en la mano, al llegar a la minita allí, y el señor Mudy pos en su bicicleta iba pa’ allá, ya cuando llegó exactamente en el lugar allí dijo: “Ya de aquí, Lucio, puedes retirarte”, porque ellos lo conocían por el Güero, y aquí todos nosotros lo conocíamos por “onivá”, porque decía “oni va”, o sea no dónde va sino “¿cómo le va?, buenas tardes, ¿cómo le va?”, pero le decían que “el onivá”, el señor Mudy, Eduardo Mudy.
Entonces que dijo:
—Regrésate Lucio, la mañana oscura, regrésate Lucio —dice— aquí es onde se me atraviesa un perro y una persona —dijo.
Entonces que dijo Lucio, dijo:
—Viejo loco, lo que pasa es que se está dando bien cuenta que cuando él se viene yo me voy a acostarme con Conchita, y esto ya lo hace de capricho, pa’ que luego yo vaya a calentar la cama.
Entonces dice que las dos piedras que traía en la mano, las agarró y las aventó entre el arroyo, pa’dentro del arroyo ¿Cuál sería su sorpresa de Lucio? Que salió el perro de entre el arroyo y que ya lo trae, que lo dejó todo desgarrao, dicen que se le veía aquí la sangre, las manos, patas y todo desgarrao la ropa, y las manos... todo. Entons’ los arrieros que iban, que oyeron los gritos de aquel muchacho que no sabían quién era, arreciaron el paso, dijo: “córrele, ustedes adelante, córrele”. Y ahí van… Pos que al llegar ya cuando llegaron allí, pos que la mañana oscura pero sí lo conocieron, y lo vieron que les escurría la sangre de las manos, la cara y la ropa toda rompida, y que le dijeron:
—¿Tú eres Lucio?, ¿tú eres Lucio?
Dijo:
—Sí, soy yo, es que vine a acompañar aquí hasta al güero y que esto…
Y que lo veían, y entre ellos, por eso a mi tío Nicolás y a mi tío Guadalupe les molestaba que dijera uno esas palabras, que estaba loco Lucio, entonces allí dijo:
—Mira, mira, Lucio, regrésate como puedas —dijo— para que te cure Conchita, a ver qué hace, mira nomás todo desgarrao y todo sangrado.
Pero viene la sorpresa, que Lucio como podía venía charrengueando al pacito, pero cada vez que se retiraba, el dolor iba siendo menos, cada vez que se retiraba el dolor iba siendo menos, menos, menos y se retiraba, ya podía caminar y ya cuando iba más retirado ya podía caminar mejor. Podía caminar mejor y ahí viene, y ahí viene Lucio, y Lucio, y Lucio, y Lucio, cuando llegó y tocó el portón para que le abriera Conchita, le dijo:
—Cúrame, cúrame —se usaba aquello… y esa familia lo usaba, una… te ponían aquí… te ponían aquí una orquetilla y una farola, una farola que tiene aquí así, con su velita, y al tocarle que le dijo—:
—Conchita cúrame.
Dijo:
—¿De qué te curo?
—¿Pos qué no me ves cómo vengo? —Ya fue cuando Lucio él mismo se vio que no tenía nada.
Dijo:
— Ay, Lucio, pos ¿de qué fumates?, ¿de cuál fumates? Mira cómo vienes. ¿Qué de qué te curo?
—¿Qué no me ves? — Decía—.
—Pos yo que te miro, vienes normal.
Entonces, por lógico se comprobó, eso me decían mis dos tíos Nicolás y Guadalupe, ellos no fueron, no fueron allí a preguntar, pero los demás arrieros que iban juntos con ellos, porque iban alfalferos, iban lecheros y todo. Mis tíos | mi tío Guada, mi tío Guadalupe decía que llevaba un viaje de sandías, un viaje de sandías que traían rumbo acá de Irapuato, acá, un viaje de sandías que llevaban acá al centro, él ya no regresó pero dicen que dispues ya tardiando, ya tardiando llegaron aquellos arrieros, porque también eran que consumían ahí el mezcalito y que le tocaron a Conchita, le tocaron el portón, sabían que el señor Mudy no estaba, tocaron y al salir Conchita dijo:
—¿Qué pasó con Lucio? —dijo—. ¿Qué pasó? ¿Cómo está? —dijo—.
—¿Pos que pasó de qué?, ¿qué pasó de qué? Pos ahí ‘ta, mire.
Dijo:
—¿Pero cómo puede ser?
No, y que le dieron una explicación a Conchita:
—Si nosotros mismos lo vimos con nuestros propios ojos, todo rompido de su ropa y le escurría hasta la sangre —dicen— le veíamos —dijo— ¿cómo es posible?
Y esta plática, cómo les digo yo, el que lo decía con tanta, así con tanta… eran mis tíos, con tanta verdad, con tanta así que le molestaba que no le pusieran hasta atención, dijo no… porque yo, eso me decían mis tíos pero yo lo platiqué con Lucio, yo lo platiqué con Lucio, ya con Lucio taba viejito, ya más viejito, viejito. Le digo:
—Oye, tú, Lucio, me platicaba mi tío…
Dice:
—Ah, tú te vienes a burlarte de mí —me decía Lucio, ya pues señor grande ya viejito—, te vienes a burlar también de mí.
Dije:
—No, esta platica me la contó mi tío Nicolás, me la contó mi tío Guadalupe, ahora quiero que me la cuentes tú para que se me grabe, que me grabe —decía yo…—
Decía:
—Mira, Luis, así pasó, y esto otro…
Entonces Conchita era más grande que él, ya estaba más viejita, y ya Conchita decía, dijo: “No…”
¿Será cierto? Yo le creía a mis tíos, más a Lucio pos lo tenía en duda, pero Lucio, a mis tíos decían que sí era cierto, quién sabe si sería cierto todas estas… Estos son mitos y leyendas, precisamente, mitos y leyendas, porque lo que te platicaba yo… mira aquí…
No… Pos esto fue por los años por ahí por los años sesenta y cinco, sesenta y… por ahí, sesenta y siete más o menos.
[Entrevistador]: ¿Y qué edad tenía Lucio ya?
[Don Luis]: Le digo, ya taba el señor grande ¿sabe por qué íbamos a visitarlo? Porque íbamos a tomarnos un pulque, él preparaba el pulque, el que se hace del maguey, del maguey sale uno que se llama aguamiel y de esa aguamiel lo fermentan y sale un pulque, un pulque, que ya uno lo prepara uno que con un refresquito de color o que de sabor, pero a eso íbanos allí, y aprovechando precisamente entrar a esa plática, ya era mucho tiempo que yo ya la sabía, pero como digo yo, lo que él me platicaba.
A mí me gustaba platicar con él porque hablaba con mucha seriedad, y claramente decía “si te vas a burlar de mí no te la platico”. Claramente decía: “Si te vas a burlar de mí no te la platico”; pero mira, así y asá. Y coincidía tal como me la platicaban mis tíos, así, más que mis tíos me la platicaban como él dijo: caminando, caminando así como dijo caminando, y a veces cosillas así, repetían lo mismo, así como yo a veces eh, hay mucho de qué platicar.
[Entrevistador]: ¿Dónde vivía Lucio?
[Don Luis]: En la hacienda de San Juan Nepomuceno, fueron los que se quedaron con la hacienda cuando murió el señor Mudy.
[Entrevistador]: ¿El señor Mudy de dónde era?
[Don Luis]: Pues tengo entendido que era inglés, era inglés él, el señor Mudy… Esta gente sufrió…
[Entrevistador]: ¿Cómo era? ¿Usted le conoció?
[Don Luis]: Újule, cómo no iba a conocerlo, le digo que era agradable, era un hombre curiosito, un hombre curiosito que no se metía con nadien. El Güero, aquí todo mundo le saludaba, no ve que le decía “¿cómo va?”, o sea que “buenas tardes ¿cómo le va?, ¿cómo le va?” Por eso digo que ‘óndi va”, pero la gente le pone un poquito de más pa’ que diga “onivá”, el señor “onivá”, pero se llama Eduardo Mudy el señor, muy agradable el señor, y al morir él…
[Entrevistador]: ¿Cómo murió?
[Don Luis]: Se supone que ya de viejito, cualquier enfermedad, una gripa, pero ya de viejito…, y al dejarles la hacienda a Lucio y a esta Conchita, también Conchita porque realmente Conchita era su compañera, no era su empleada, era su compañera de él; y, bueno, Conchita tenía sus dos compañeros que era él y Lucio. Pero esta gente sufrieron demasiado, se juntaron con una gente tan sinvergüenza que cuando compraron la hacienda, tengo entendido que en ese entonces les dieron como tres millones de pesos por la hacienda, y esta gente que le arregló todo para que la vendieran que pa’ que no lo hicieran tontos, ella misma hizo el trato, le dio una carta poder, muy honrada la mujer, se llama Otilia, muy honrada la mujer. Él le dio una carta poder pa’ que pudiera vender, pa’ que no lo hicieran tonta pues a Lucio y a Conchita ¿Qué fue lo que pasó? Cuando ellos ya entregaron, dijo: “ya tengo el dinero, ya la vendí y todo eso”, dijo, “el dinero ya lo tengo en la casa”. Se lo dio en una saca de pitas así de grande, con puros billetes pos de a peso, de a diez pesos, una saca grande y todavía Conchita quería darles una propina allá. Cuando ésta se fue, ya se fue ella porque ya tenía unos familiares en la frontera, y ella quería irse a pasar sus últimos días en la frontera junto con Lucio porque era su compañero y ya, se lo llevó.
No tuvieron, los familiares la recibieron porque iban millonarios, él les habló que ya habían vendido la hacienda, y le dijeron “vénganse”, hubo un poco de interés, “vénganse”, no pudieron comprar una casa que les valía cien mil pesos, y aparte lo que ya habían gastado, y todo aquí, el pasaje y todo lo que habían gastado. La casa que les vendían se las vendían en cien mil pesos, la casa. No completaron, no completaron la cantidad de dinero, si quiera les habían dado si quiera medio millón de pesos a los otros, los hicieron tontos.
Yo lo digo porque Lucio regresó, lo mandó Conchita con lo poquito | No compraron la casa, no los recibieron los familiares, anduvieron calavereando aquí por allá los señores, y con lo poquito que tenía mandó a Lucio, desde la frontera lo mando aquí a la ciudad de León a comprar zapatos, un pequeño negocio para ellos dos, para vender zapatitos, para vender zapatitos se vinieron. Lucio traicionó a Conchita, porque Lucio ya no regresó, dijo: “Esta es mi pequeña parte, mi pequeña parte y la pequeña parte que le toca a ella que se lo gaste con sus familiares”, dijo “y esto ya se me queda a mí”. Él vino a morir aquí con unos familiares que se arrimó aquí, pero quedaron en la mira de desgracia.