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Y entonces, nos vinimos, como te digo, y en el mes de agosto, pues, hija mía de mi alma, se resfrió. Ahí, que tengo una bajera en las escaleras, partiendo las almendras pa hacer los almendraos, que yo iba tos los años al horno a hacer los almendraos, y se resfrió. Y bajó al médico y el médico pues le mandó lo que antes se llevaba, la aqucilina, cuatro botes de aqucilina. Como no habíamos hecho viajes ningunos, na más que pasar fatigas trabajando, pues hija mía, se puso los | le pusieron los cuatro botes, el practicante y dice | y sube una tarde del Hogar y dice: —Cati—. Digo: —¿Qué?—. Dice: —Me he apuntao a un viaje de ahí del Hogar. Vamos a ir al Rocío—. Digo: —Francisco, pero si estás que te has puesto los botes y estás resfriao, ¿y tienes ganas de?—. Dice: —Sí, vamos a ir—. Con que entonces estuvimos en eso, en el Rocío, un viaje del día, del día, que entonces salían viajes pa el día de ahí del Hogar. De ahí se apuntó. Y fuimos al Rocío y pasamos el día, pues mu bien. Nos pusieron la comida en un hotel y bien. Con tanta gente en el autobús, pues lo pasamos muy bien. Y entonces ya, pues echamos el viaje bien, pero luego el día tres o el día cuatro de los Santos, dice: —Catalina—. Digo: —¿Qué?—. Dice: —Otro viaje. Vamos a ir a Puerto Vanús—. No habíamos visto mundo ni na, pues | Digo: —¿Es que estás bien?—. Dice: —Sí—. Pues hija mía, cuando vinimos de Puerto Vanús, se le pasaría la calor de los, de los cuatro botes de penicilina y bajamos al médico y le mandó otros cuatro, y no se ponía bien. Y entonces ya bajé yo, que entonces el que había aquí de médico era don Juan Ferrer y entonces le dije, digo: —Don Juan, mire usted, Francisco no está mejor y yo…—. Dice: —Entonces, ¿qué quieres?—. Digo: —Que me lo mande usted por Urgencias y esta tarde mismo, pues me voy con él—. Y entonces, dice: —Bueno, pues vete por Urgencias—. Me dio el volante y me fui por Urgencias. Mi hijo el mayor, que es ese el que hay ahí con la mujer, estaba | tenía una lavandería de coches. Y entonces lo llamé y le digo: —Juan—. Dice: —¿Qué?—. Digo: —Que me voy a Jaén con papa. Si acaso no pilláramos el autobús, el último, pues ya te llamo y vas por nosotras, por nosotros—. Que pensaba que | Conque dice mi hijo: —No, mama, que voy a cerrar la lavandería y voy a ir | y os voy a llevar yo—. Pues fuimos y cuando lo reconocieron y eso, pues entonces salió el médico, en la silla de ruedas y el suero puesto, dice: —Vamos a ingresar a su marido, porque su marido tiene una mancha en el pulmón—. Pues claro, pues lo subieron a la sala. Yo no sabía ni siquiera ni la sala de, de, de lo que era. Y entonces mi madre me llamó, que vivía, dice mi madre: —Catalina—. Digo: —¿Qué?—. Dice: —¿A onde está el Francisco ingresao pa ir?—. Le dije yo: —Mama, me parece que es en la séptima—. En la séptima o no sé. Dice mi mama: —¡Oy, hija mía de mi alma! Ahí es donde están las cosas malas—. Mi mama lo sabía por una vecina. Se llevaba muy bien y había tenío cáncer de, de mama. Y entonces ya, pues estuvo veinte días. Estuvo ingresao. Y yo allí con él. Y cuando a los veinte días, ya cuando llevaba diez o doce días, le pregunto yo a don Bernardino Alcázar y le digo: —Don Bernardino, ¿cómo está mi marido?—. Yo veía que no estaba mejor. Digo: —De la neumonía—. Dice: —¡Oy, hija mía! No quisiera decírtelo, porque es igual que si tú subes esa tanda de escaleras y están esperando que llegues a lo alto pa empujarte. Tu marido es cáncer y viene aprisa—. Dos meses. Dos meses que duró. Entoces le dije yo, digo: —¿Conoce usted a don Cristóbal Chamorro?—. Dice: —Pues claro, es también médico de pulmón—. Y dice: —¿Es que lo conoce usted?—. Digo: —Yo sí lo conozco. Mi marido lo ha criao, digo, porque el padre era maestro y la madre era maestra—. Y vivían ahí en Las Protegidas, que habrás pasao por ahí, por el centro médico. Esa calle que es esa baja. Digo: —Y vivía ahí mi tía y mi tío. Y mi tío le hacía los trabajos. Su tío Rodrigo le hacía los trabajos al maestro y a la maestra, digo, y él era el chiquillo y mi marido, pues ha estao mucho con él y lo hemos tratao muncho—. En cinco minutos estaba allí don Cristóbal: —Cati, ¿qué pasa?—. Digo: —Pues mira, la de tu padre—. Porque su padre también murió de cáncer. Estaba en el Neveral, que fuimos nosotros a verlo. Y entonces ya, pues na: —Catalina, le vamos a hacer una prueba—. Y claro, él no | yo le dije a los médicos que no le dijeran lo que tenía, pero cualquiera cuando está malo y no se pone mejor, pues se lo calcula. Y él, jamás, jámas me dijo: —¡Oy, Catalina, qué malo estoy! Que me duele o que no me duele—. Na. Y entonces ya, pues como te digo, dice: —Catalina—. Salió el médico don Cristóbal y ese, eh, don Bernardino Alcázar y digo, digo | Dice: —Le íbamos a hacer una prueba, Catalina, ha dicho que no, que él dice que no se hace ya pruebas ninguna, que él no es conejillo de india—. Como no quiso hacérsela, lo único que le dijo, dice: —Me pongan el papel, que voy a firmar y me voy a mi casa—. Porque es que a mí también me dijo don Cristóbal que, si le hacía la prueba, que igual la resistía o igual me lo traía con los pies pa alante, ¿me entiendes? Que no había garantía. No había garantía. Dos meses, pues ya ves tú, me lo traje el día tres o el día cuatro de que ya pasaron los Santos y el veintidós de la pascua murió.