La Virgen de la Cabeza,     ¡ay!, venerada por toda España,

ha sido muy conocida     por su ermita muy bien conservara.

La otra iglesia es muy grande     y se sentía una campana.

Una voz qu’así decía:    —No asustaros, que soy vuestra hermana—.

Un niñito se ha perdido     en aquel monte guardando de fieras.

Cuando iba anocheciendo,     el angelito fuerte gritaba.

Se le apareció la Virgen,     que con su manto ella lo tapaba.

—No llores, niño,     que yo estaré en tu compaña.

Y, hasta que sea de día,     que yo te acompañaré con tu mama—.

Al otro día al amanecer,     la Virgencita lo acompañaba,

lo puso al lao de su madre.     Loca la madre de alegría lloraba.