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Notas
Esta narración fue recogida en Martínez Reyes (2016: n.º 32).
Transcripción
[Dagoberto]: —Mi cuñada murió. Y entonces ella… | bueno, yo ya sabía que había fallecido y llegó en la noche. O sea, eran como las once y media. Y yo le digo:
—¿Qué hace acá? —le digo yo.
—No, es que vengo aquí a donde vos —me dice— porque vos siempre has sido | siempre es el que más me has querido.
Le digo: —¡Pero usted ya no pertenece a este mundo!
—No —me dice— mirá que, que yo quiero estar aquí —me dice.
—No —, le digo— ¡siga el camino! —le digo yo—, ¡usted tiene que buscar!
Y era que estuvimos… | Pero, y era que me apartó incluso. Yo la miraba solo… | Ella se miraba solo la silueta. No le miraba piernas, no miraba nada. Solamente la figura del cuerpo, la forma de ella. Pero… se miraba… | Estaba… ¿cómo le digo? Oscuro, todo, como que si yo estuviera viendo un negativo. Pero los movimientos que ella hacía, todo lo que movía, se podía | lo podía hacer, porque incluso, vaya, nos separaba una cortina y ella le hizo a la cortina así, hacia un lado. Y yo le digo, fue cuando yo la voltié a ver y le digo: “¿Qué hace acá?”, le digo. Estaba oscuro. Y estuve | entonces fue cuando yo le vi y le dije que ella no pertenecía a este mundo y que… buscara el camino. Que, que ya tenía que haber… seguido.
[Recopiladora]: —¿Y la, la voz de ella?
[Dagoberto]: —Es la misma. La misma voz. No, no, no sonaba diferente. Y entonces fue cuando ella voltó y cuando se fue, que salió por el corredor de la casa e iba llorando, yo lo vi hasta cuando se alejó. Llorando iba.