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Notas
Esta narración fue recogida en Martínez Reyes (2016: n.º 316).
Transcripción
Dice la gente que, siempre en ese sector, antes corría la, la línea férrea. Ahí eran zonas bananeras. Ahí eran zonas bananeras. Entonces, la gente cuenta que, en aquellos tiempos, en los años treinta o cuarenta, cuando el auge del banano y los ramales de, de los ferrocarriles, era como quien dice, el grito, el grito de la tecnología. Los ferrocarriles, de las máquinas de vapor, y todas esas cosas. Pues, cuentan que la gente, que caminaba por la línea de noche, miraban una luz a lo lejos, que venía de la parte de atrás en sentido al que ellos iban caminando. Y, pues decían: "¡Viene la Frutera!". La Frutera se llamaba la máquina que jalaba todos los vagones de, de bananos. Entonces le decían la Frutera, entonces ellos miraban la luz y decían: "¡Ve, ahí viene la Frutera!" Y empezaban a caminar rápido para, para que | pues aprovechar la luz. Y, y pues no, ellos miraban que la Frutera, que la máquina ni se escuchaba ni nada, pero cada vez que volvían hacía atrás, miraban la luz más cerca, y más cerca, y más cerca. Y… a tal grado que, que llegaba la luz tan cerca, y ellos no escuchaban nada de bulla, y tenían que salir corriendo.
Cuenta la gente que esas luces eran como tesoros. Pues se supone que, si alguien hubiera tenido el valor, el valor de detenerse y sacar un pañuelo nuevo y blanco y tenderlo en la, en la, así en el suelo, la luz biera llegado a sentarse al pañuelo, y la persona solo tenía que envolverlo, y eso se convertía en una, como una…, como un jade, como una piedra que atraía fortunas inmensas a esa persona. O sea, o sea, es la creencia, ¿verdad? Que, que decía la gente, que, que atraía fortunas inmensas, ganado, tierras y todo lo que pudiera querer, solamente por haber | tener valor de guardar ese, ese pañuelo, eh, amarrarlo y… | Es la historia, eso no me consta a mí, pero es lo que se cuenta en el pueblo.