[Una vez, a mí me asustó La Sucia. No logré verla, solo escucharla.] Yo andaba de ayudante en unos camiones, viajaba para San Salvador y Guatemala. Un día venimos para acá a Tela y entre Progreso y Tela, se acabó el, el agua del carro, del radiador, y marcaba una luz roja. Me dice:

—¡Necesita agua el carro!

—¡Púchica!—

Y entonces me dice:

—Bajate aquí, Raúl —me dice— a ver si…

—Pucha, pero aquí solo tiene un charquito. —Estaba lloviznando. Y me voy yo.— Nombe, aquí no agarro nada. Está cerquita el puente, si querés voy al puente.

—Andá pues—.

Me da una pistola 38 y me la meto. Un foco y dos galoncitos. Mire que yo me voy. Yo alumbró bien la bajada de ese puente ahí y había unos alambres así de púas, bajo el puente ahí. Me pongo el foco en la boca y lleno los, los dos barriles. Cuando ya los llenó: "¡Ja, ja, ja, ja, ja!" Se tiran aquel carcajadón. Cierro yo los ojos y salgo para afuera. Y dejo tirados el foco, los barriles, los galoncitos. Y el alambre que había ahí; aquí tengo yo una marca bien fea, porque con, con, con eso reventé el alambre, así… y me meto al carro. No le pude decir nada al chofer.

Al siguiente día, como, ya como a las cinco y media:

—¿Qué te pasó Raúl?—.

Y aquel curándome las heridas, porque aquella gran abertura: el puro hueso se me miraba. Entonces yo le dije a él:

—Mirá —le digo— que me salió esto y esto y esto. ¡Vamos a buscar la pistola! —le digo.

Y ahí estaban: la pistola, y el foco y los barrilitos. Y la gran carrera, pero solo me tiró agua y me hizo: "¡Ja, ja, ja, ja, ja!". Me tiró agua encima y entonces:

—¡Es La Sucia! —me dije.

Y va de reírse. Yo miré el bulto, el bulto en medio del río.