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Clasificación
Fecha de registro:
Referencia catalográfica:
1074r
Categoría:
Colección:
Colección de Jerónimo Anaya Flores
Informantes
Recopiladores
Notas
La informante le da el título de Romance de la mala suegra.
Adolfa es de Calzada de Calatrava, pero reside en Ciudad Real, donde se recogió el romance.
Bibliografía
IGRH: 0153
Versión publicada en Anaya Flores (2016: pp. 139-140).
Otras versiones de "La mala suegra"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Estudios
KIORIDIS, I. (2015). La suegra «mata» a la nuera: dos ejemplos del motivo en las baladas tradicionales griegas y en el romancero, Atalaya [En ligne], 15.
URL: <http://atalaya.revues.org/1683>
SORIANO LÁZARO, E. (1981). El romance de la mala suegra recogido en Mezquita de Loscos, Kalathos, I, 179-182.
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Transcripción
Carmela se paseaba por una sala brillante
con dolores de parto, que el corazón se le parte.
Se ha asomado a una ventana para que la diera el aire;
desde allí estaba viendo el palacio de sus padres.
—¡Válgame, Dios, quién tuviera una casa en aquel valle
pa tener de compañera a la Virgen y a mi madre!—.
La suegra la estaba oyendo por el ojo de la llave:
—Coge la ropa, Carmela, y márchate con tus padres.
Cuando venga mi hijo, yo sabré lo que contarle,
y le pondré de cenar y cama donde acostarse—.
A la noche vino Pedro: —Buenas noches tenga, madre.
¿Adónde está mi Carmela, que no ha salido a esperarme?
—No me hables de Carmela, no me hables de esa infame;
me ha puesto de sinvergüenza y hasta ha querido matarme—.
Ha montado en su caballo con su espada por delante,
y al llegar al palacio se ha encontrado con la comadre.
—Buenas noches tenga, Pedro, pues tenemos un infante.
—Y el infante que yo quiero que Carmela se levante.
Levántate de ahí, Carmela, levántate al instante.
—¿Cómo quieres tú, mi Pedro, que yo de aquí me levante,
si de dos horas parida no hay mujer que se levante?—.
Monta Pedro en su caballo y Carmela por delante.
—¿Cómo no me hables, Carmela? —¿Cómo quieres que yo te hable,
si los pechos del caballo van bañaditos de sangre?
¿Cómo no me hablas tú, Pedro? —¿Cómo quieres que te hable,
si al otro lao aquella ermita tengo intención de matarte?—.
A otro día por la mañana las campanas redoblaron.
—¿Quién se ha muerto, quién se ha muerto? —La condesa de Olivares—.
Responde el niño chiquito, muy enfadado y con aire:
—No se ha muerto, no se ha muerto, que la ha matado mi padre
por un falso testimonio que han querido levantarle
la pícara de mi abuela, que me ha quedado sin madre.
Cuando yo sea mayorcito, yo también sabré vengarme.