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Una vez vinieron los cacharreros, que llamábamos en el pueblo, y traían pelotitas y traían eso. Y la dije yo a mi madre | Porque allí llevaban toas las zapatillas, las alpargatas, que se llamaban entonces, las íbamos recogiendo, las que se iban rompiendo, y luego venía el cacharrero ese y, con las alpargatas, nos daban cosas. Y yo, pues ya había juntado media docena de, de zapatillas y fui a comprar la pelotita. Pues eran las zapatillas, pero también teníamos que dar una peseta, me acuerdo. Que no era bastante con las pantuflas que llevaba. Pues fui a casa, a mi madre: —Que no me dan la pelota, que tiene que ser con una peseta—. Dice, dice: —¡No, no, no, no, de dinero yo no doy nada, porque tal y porque cual!—. ¡Pues venga, venga, que a lo mejor nos lo da por menos!—. Bueno, pues que llegó mi madre. ¡Y también qué cosas! Llega mi madre y dice: —A ver qué vale esa pelota, esto—. Dice: —Con las zapatillas estas—. Dice: —Con estas, me tiene que dar, además, cincuenta céntimos—. Y yo, como una ignorante, digo: —¡Anda, pues antes me ha dicho a mí que una peseta!—. Fíjate, o sea, que yo misma metí la pata. Y dice: —¡Ay, sí! Me he equivocado, es una peseta—. Pues ya mi madre, erre que erre, que no la daba la gana. Si me la daba por los cincuenta céntimos y si no, nada. Pues me quedé sin la pel-, sin la pelota.