La historia de Miguel el arriero

Audio

Clasificación

Informantes

Recopiladores

Notas

El informante afirma que fue el propio Miguel el que le contó esta historia.

Transcripción

Había un hombre, que por cierto se llamaba Miguel, dice que fue lo que lo, lo, le valió, que no se lo llevara el demonio. Se llamaba Miguel. Un hombre muy ingrato, trabajador, pero no sabía compartir su dinero, le daba su, lo que era su parte | ellos eran, ellos eran arrieros, cuando entonces bajaban el Caulín. Entonces decían que, le daba la señora pues para que, para alimento de sus hijos, y a los hijos más grandes los mandaba al río. A las explanadas para sacar la pasto grama para sacar su | para alimentos de sus burros, que no era un alimento especial, para, para, para el trabajo de los animales. No compartía con sus animales. Así es que era po lógico que los traía a todos flacos, enterelidos y, y po lógico que no podían. Les echaba costalitos chiquitos, costalitos chiquitos y aun así los castigaba demasiado a los burros. Decían que los tenían, decía que los tenían sin orejas a los pobrecitos. Los tenía sin cola. Y cuando ya no tenían ni dónde diz que les mordía las jetas con los dientes pa poderlos parar a los burros. Y siempre su palabra, que se me grabó a mí mucho, es, es, es esa palabra que decía él: “Hijo de la chigada”. No pronunciaba la palabra tan, tan, tan fuerte, pero sí, daba a entender lo que | nosotros entendemos lo que quería decir. Y que así les decía a los burros: “Párate, hijo de la chigada”. Y los ba- | los agarraba de los dientes, de las jetas al burro. Pos ónde le iban a parar, si estaban bien flacos los pobrecitos. Confiándole a sus hijos, todavía pequeños, pa que les dieran pasto, se dedicaban a jugar, no les trataba pura, pura jara entre los costales. Y ellos mismos los niños les daban de cenar a los burros: “No, los burros necesitan descansar, necesitan comer”.

Entonces se | pos toda la gente se burlaba de él. Siempre pasaban, cualquier arriero que pasaba junto de él, cargao, con que lo tocaran, pos aventaba los burros por allá, caían los burros con las patas pa’rriba. Así es que dicen que se topó con un hombre ahí en la Organera. Ya lo había visto, a un hombre que le, que lo miraba allí parao no más, no más que lo miraba viendo hasta que un día le habló. Un hombre extraño. Él lo vio extraño en los ojos. Se le hacían unos ojos muy brillosos, así muy brillosos. No se le acercó cerquitas, pero sí a lo retirao, a lo retiradito es que le miraba unos ojos muy brillosos. Y que le dijo aquel hombre, dijo:

—Mira —dijo—, si quieres yo te ayudo. Yo te ayudo para que no se burlen de ti—.

Dijo: —Pero vos- | ¿cómo me vas a ayudar tú? —dijo— Si tú nunca has trabajao— dijo.

Pero él pensaba que le iba a ayudar con la, la, la | con algo, con algo, no sé cómo le pensaba la ayuda. Dice:

—Pues que te tomes tú de catrencito.

Dijo: —No —dijo— no, yo soy un hombre muy poderoso. —Dijo— Además, tú seguido me estás mencionando a mí.

—Pero ¿cómo que yo te menciono?

Dijo: —Sí —dijo—, tú seguido me estás mencionando a mí —dijo—. Cuando tu mujer no te ha hecho un chilito para, para cuando comes allá que comes allá arriba en el cerro, ¿qué es lo que dices? “Ay, diablo de vieja”. Y que para todo: “Ay, diablo de burros”, también “que no quieren trabajar”. —Po no es que no quieran, más bien no les daba de comer. Entonces dijo: —Mira, si tú quieres, yo te voy a ayudar— y delante de todos, mira, delante de todos dijo: —Todos tus arrieros los vas a dejar todos con la baca abierta.

—Na… —dijo— pos si se trata de ayudar, dale pues, ayúdame.

—Esta semana te vas a dar cuenta —dijo.

Entonces dice que bajó con sus costalitos chiquitos, pues sus costalitos. Pos que tan podían cargar los burros. Dicen que al subirlos a la…, a la báscula, al subirlos a la báscula pesaron lo que pesaban los demás, los costales y que todos decían “Pero ¿cómo puede ser?”. Pero todos veían lo que estaba pesando lo, lo, la báscula. Pero que sí veían la realidad. La realidad sí la estaba viendo, él romanero. A él no lo taba engañando el demonio ni lo estaba engañando nadie. Él taba viendo lo que era la realidad. Él lo que era la, la, lo que era la realidad. Pero los demás compañeros, que eran los, los arrieros, sí estaban viendo que la báscula, que la báscula taba pesando demasiados kilos pa los pullitos de, de caolín que, que bajaba. Y así tuvo bajando. Y así tuvo bajando. Y llegó el sábado y el, el | cuando no bajaba el, el pagador, el mismo romanero, como era el que tenía la lista, porque todo era por kilos, por tonelaje, él mismo, don, don Luis les dejaba el dinero para que él pagara a todos los arrieros. Él sabía lo, lo que se debía a cada quién. Que empezó a pagarles a todos, y el presencia de todos los arrieros, vieron cuando le pagaron a, le pagaron a Miguel, le decían “el general”. “El general”. Le pagaron pu- | en aquellos entonces puras monedas. Agarró a tal monedas y que hasta le decían horas:

—Sí —dijo.

—Pero ¿cómo lo hiciste tú, tú, Miguel, hombre, o el general?

Dice: —Pues hay una persona que me está ayudando. —Le dijo, dijo— Me está ayudando. —Le dijo así, dijo que le estaba ayudando—.

Y ya este se fue bien emocionao a la casa. No compartió con la mujer, nada más le dio lo justo, lo que siempre le daba, porque él tenía otras miras de irse allá. De irse a divertirse a Silao, con el engaño de la mujer que hubiera comprao unas cosas a Silao: “Está bien, viejo, está bien, ve y cómpralas”, dijo. Y los pobrecitos burros sin tragar, los mandaban a las explanadas, a las explanadas de allí del río, pelonas, que no había ni qué comer.

Y él sí vira a Silao, pero allí estaba el engaño, que era pura falsedad de todo aquello, que era puro ficticio, no había nada, no era nada de cierto. Él sentía el dinero, lo palpaba, lo agarraba, se lo metía en las bolsas y lo tentaba y todo. No solamente llevaba dinero en las bolsas del pantalón, sino en su yompa, en sus bolsas llevaba dinero. Entos dicen que cuando la señora salió, que ya, ya se oía el camión. En aquellos entonces pasaba un camión de guajoloteros, ya los camiones mejorcitos pasaban que iban de Irapuato a León. Entos, que los que iban a aquí a Silao, que eran puros guajoloteros, camioncitos de | que toda traían parrilla arriba en la | en el, en el techo.

Entonces dice que le dijo la señora, su esposa, le dijo: “Ándale, Miguel, que Dios te bendiga”. Y que hasta le aventó unos machetazos allí a la parte de abajo: “Ándale, que Dios te bendiga”. Desde ese momento, se dio cuenta Miguel que algo le faltaba. Cuando él ya oyó el camión que iba y se metía las manos a la bolsa, y él estaba solito, y que daba vueltas. Se metió las manos a la yompa, se metió las manos a la bolsa, y no traía más que dos, tres centavos, lo que era reales. Unos dos o tres centavos, los que eran reales, lo que le había sobrao de lo que había ganado. Lo que era una realidad, lo que había ganado. Ese era que lo que traía no eran tantos pesos que, que | como se, se, se tentaba él y la gente y lo, los que habían visto. Entonces, te | le | “No”, dijo: “No, pues ¿cómo voy?”. Se regresó, y daba vueltas, y que le decía la señora:

—¿Qué te pasa, Miguel? ¿No fuites?

—No… —dice— es que se me tiraron los centavos.

Dijo: —No, pues traspúlgate, Pues no, tú tabas tú solo parao allí, en la parada—.

Pos que se dio vueltas así a los pantalones y todo, no encontró absolutamente nada.

A la siguiente semana, volvió a ver al mismo personaje y le dijo:

—¿No te divertistes? Fue por tonto —dijo—, porque tú to le crees a tu vieja. To lo que te hace tu vieja —dijo—. Esa es la que tiene la mala suerte —dijo—. Tú debes de divertirte, pero no, no le hagas caso a la mujer —dijo—. Salte a escondidas de la mujer —dijo— y déjala allí en la casa. Hazlo así —dijo—, verás —dijo—. Te voy a ayudar otra semana —dijo—, pero en esta semana, te viene mejor. —Dijo: —Pero vamos a hacer un trato, pero es una prueba que te estoy dando —dijo— pero vamos a hacer un trato. ¿Estás de acuerdo?—.

No, pues le dijo él: —Sí, estoy de acuerdo —dijo—, pero que sea real—.

Dijo: —Va a ser real —dijo—, claro que va ser real. —Dijo: —Ahora vas a sacar bastante dinero—.

Y así lo hizo. Bajando puñitos de… | en sus burritos flacos, puñitos de, puñitos de caulín y la báscula seguía pesando. Y también el, el, el pagador o el romanero, que a veces les pagaba, también se veía lo mismo, se veía que le daba puños de dinero. Pero en realidad él, él estaba pagándolo a lo justo. Él, él no taba, no tenía na, no tenía ninguna influencia por el demonio ni por, ni por ninguna nada. Él veía la realidad. ¿Pero qué tal los demás? Los demás arrieros y él sí veían… tanto dinero. Y que le dijo: “No…” que dijo, que le dijo: “Hoy sí, me lo voy a esconder a mi vieja” dijo. ”Me voy a ir” dijo “voy a Silao a dar una vueltecita, voy a Silao. Ahora sí traigo dinero alto, dinero” dijo. Y que se los acomodaba en una bolsa y se los acomodaba en otra, para acabarla de fregar ya cuando se iba. Le pasó lo mismo, ya cuando se iba, salió una hermana, una hermana de él y le dijo:

—¿Tú a dónde vas, hermano?—

Dijo: —Voy a Silao. —Pero nunca esperó que le aventase su machetazo.

Dijo: — Ándale, hermano, que Dios te bendiga y te cuide—.

Dijo: “Ya me echó a perder todo esta mujer”, dijo. Se volvió a tentar, no traía más que puro, la pura feriecita. Dijo: “No…, esto será algo, esto es algo que declaro sí no entiendo yo”. Dijo: “No, este tipo de ayuda no”, dijo: “Yo quiero dinero en efectivo y este no, diciendo no más así, me da dinero no más así ficticio, nada más así, que no existe”.

Dicen que se encontró con él, y le dijo:

Dijo: —Ya ves —dijo—, la culpa la tiene tu familia: tu esposa y tu hermana —dijo—, tanto dinero que te di al ganar —dijo— ¿de qué te sirvió?—.

Dijo: —Mira —dijo—, ahora ya sí que no te estoy creyendo nada —dijo— porque ningún dinero me has dao. —Dijo— todo es pura mentira —dijo—, emaginación tuya —dijo— y que me has hecho creer a mí que me das dinero, ¿y cuál dinero me has dao?— Dijo: —De tu dinero no he gastao ni un cinco —dijo—.

—Porque no has querido —dijo—. Deja a tu mujer —dijo— déjala y verás que te vas a dar una gran vida—.

Dijo: —No —dijo—, yo a mi mujer no la voy a dejar— Además, ¿tú quién eres?—

Dijo: —Soy tu protector —dijo— y te voy a proteger —dijo— y además vamos a hacer un trato, te vas a hacer rico conmigo—.

Dijo: —No —dijo—, así ese tipo de riquezas ¿para qué me sirven? —dijo—. Na más es por ilusión. No —dijo—, no—.

Y allí donde dicen que iban pasando más arrieros, más arrieros por ahí y el taba platicando en El Organal, acá abajo, platicaba en El Organal, la parte baja del arroyo. Acá está platicando él solo. Supuestamente él solo. Y decían:

—Mira, no más, no solamente se les botanea Miguel —dijo—, mira, ya ta platicando solo.

—Pero ¿con quién?

—Pos con alguien, pos mira allí ta platica y platica—.

Dicen que este se quitó el som- | se quitó la gorra.

Dijo: —¿Quieres conocerme, quieres hoy?

Dijo: —Sí, hijo, quiero conocerte quién eres hoy —dijo— porque no, ni creo yo que seas el diablo —dijo.

—Ni en | ni siquiera, no crees que soy el diablo —dijo.

—No, ni siquiera creo que seas el diablo—.

Dicen que se quitó la gorrita, porque traía una gorrita negra y que le va viendo semejantes cuernotes. Unos cuernotes de chivo, diz que, que parecía…

Y dijo: —Ay… —dijo—.

Y que uno, uno de los arrieros que se quedó parao oyendo allí, dijo: —Ay, Miguel —dijo— es el mismísimo demonio —dijo. Dijo: —Mira —que le dijo—, no te lleva, na más porque te llamas Miguel, encomiéndate al, al ángel de tu guardia —dijo— que sea san Miguelito.

Dijo: —¡Ay! —Entonces que gritaba Miguel, Miguel el general, dijo: — Ay, ángel de mi guarda. San Miguelito, retírame este demonio —dijo—, retíramelo—.

Dicen que los que vieron toda aquella acción, dicen que era un tronco de un árbol, un tronco de un árbol como de unos tres metros, o quizás hasta más grande, grueso, negro, que dicen que iba que si en un remolino, iba topando entre todos los demás árboles, que hasta parecía que iba a tumbar tos los demás mezquites onde pegaba, que hasta todos los mezquites se sacudían así, mira, que iban y decían:

—Ay, hijo de la canija, mira no más, de la que te salvates tú, Miguel—.

Y no más que después todos los arrieros le decían: —Mira, na más te salvates porque te llamas Miguel —dijo— y el ángel de tu guarda en san Miguelito, que andas tú creyéndote del demonio.

—No —dijo—.

Le decían: — Sí, era el demonio. Pregúntele acá —decían que un tan don Chon—. Pregúntele a don Chon que si le alcanzó verle los cuernos a aquel catrín allí. Y que despareció de aquel manera, desapareció de un troncón así, que iba dando vueltas en un remolino entre el arroyo pa’rriba y se perdió—.

De allí, creo que le abrieron los ojos. Pensó diferente, pensó diferente entonces ya de allí, lo que traía, que era efectivo, porque esos sí los había ganao con el sudor de su..., pos de sus animales, ¿verdad? Porque era un hombre que trabajó [¿altanero?]. Dice que les mandó, compró un poquito de máiz a sus burritos y les dijo a sus hijos, todavía pequeños, dijo:

—Miren —dijo— ahora no los, ahora no los saquen, ahora no los saquen a los burros a las planadas pelonas allá —dijo— miren, mejor ahora vayan allá, que con don Cosme —dijo—, ale, con don Cosme les compren un puño de maíz a los burros pa que les echen —dijo—.  

Le echaron su maicito y ya, ya, ya, descansando el pesebre allí y todo. Y así comenzó a cambiar su vida, a cambiar. Bueno, de todas maneras los burritos se miraban como extraterrestres, porque los pobrecitos sin cola y sin, sin, sin orejas y todo, y hasta les faltaba una parte de la, de las jetas de los burros, porque fue muy cruel con ellos. Cada vez que le hacía, metiéndole más alimentito a los, a los, a los animales, les iba echando un puñito más de, más de caolín. Y más les iba dando bien de comer y bien descansaditos, más carga bajaba. Hasta cuando ya, dicen que al final, se normalizó el, el general y dijo: “No, con el diablo no hay que hacer tratos para nada. Prefiero trabajar y darles de comer a mis hijos, a mi esposa y a mis animales”, dijo, “que son lo que me dan de comer”. Este es parte de la | de que pasó del arriero.