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Sencillamente a mí me platicaban de chico que aquí pasaba un, un encabezao a caballo, encabezao. Y… yo nunca lo vi, y yo lo cuidaba por un agujero, chiquillo, un agujero que tenía un agujero ahí en la puerta de madera. Y yo nunca lo vi. Y dicían que pasaba y yo nunca lo vi.
Pues yo te digo, mira, el, el Berna, había un señor que se lla- | le decían el Berna, se llama Ignacio y otro se llamaba Moisés. Ese ya murió, era mi compadre, y le decía, le decía: “Mira”, le decía “míralo tú, mira Nacho”. Le decían el Berna, pero se llamaba Ignacio, ¿te acuerdas de aquella canción que decía, que “yo soy Ignacio Bernar”?, ¿eh? La, la d’esa de Ignacio Bernar, pues le pusieron el Berna. Dice: “¡Ay, mi Berna! Ya convivís aquí en el puente”. Bueno, ya hay casas todo, anteriormente taban separaos Marfil con el Marfil de abajo con el Marfil de arriba. Tábamos separaos. ¿Cuáles casas había? No había casas aquí na más que | fíjate la, la última que estaba allí, se puede decir la de, de allí de… la hacienda, de la fundición, o sea, aquí de donde ta la carnicería adelantito, esa era toda. Y ya p’allá no había nada hasta allá, hasta mero abajo, hasta los topes allá.
Decía: —¿Cómo te gustaría verme? —dijo Berna— Cuando aquí te voy a estar esperando con, con mi amigo.
—Muy pelón —dijo— muy peloncito ya—dijo—, si mira, con la pura calavera.
Dijo: —Ay, no —dijo— no —dijo—, mejor no—.
Y estas sí, estas cosas se platican. A mí me platicó | yo le platiqué a un amigo mío, compadre mío, yo conozco | a veces dice uno “los caminos de la vida”. Yo te conozco aquí por la Parson, a llegar a la montaña, que te agarra lo más cerquititas. Mi padre salía aquí derechito por la cuesta, pasaba por, por, por ahí por el Ojo de agua, y salía exactamente onde tan las antenas. Al cerrito onde tan las antenas. Allí salía. Y en ese entonces había unas flores así de grandes, mira, así de grandes, mira, por el frío, sería por el frío, no sé, de Casahuate. Y muchas flores en este tiempo, que sa-, que la salida en noviembre, la salida en la montaña. Y ahí nos íbamos, todos los trabajadores nos íbamos ahí a la montaña. Y le decía yo a un compadre mío, le dije:
—Mire, compadre, cuando yo me muera, quiero por favorcito me, me venga y me corte un ramo de flores de estas mismas que hermosas —parecían como si fueran de estas alcatraces, pero eran de Casahuate, como si fueran alcatraces—.
—Sí, se ven bonitas, compadre. Pero lo impor-, lo importante es que se muera, compadre —así me decía con esas palabras— lo importante es que se muera. ¡Qué se va a morir! —dijo—. Se imagina usted, me voy a morir yo primero yo—.
Mira, más aquel que le entró tanto miedo, cuando ya reflexionó. Pero no fue de la noche a la mañana. Esto viene siendo como…, digamos, al mes o dos meses o qué, que pasó un poquito más. Digo:
—Compadre, ¿qué hay?
—Ay, compadre, quiero hablar con usted.
—Claro, ¿qué trae, compadre? Lo veo mu preocupao—.
Me dijo: —Algo, compadre, algo. ¿Se acuerda la vez que fuimos a la montaña? —dijo—.
—Sí, ¿qué tiene que ver eso? ¿Qué vamos a ir de vuelta?—.
Dijo: —No, no, no, ¿se acuerda que me dijo que quería las flores de Casahuate?
—Sí, pero cuando me muera, compadre—.
Dijo: —No, compadre, la mera neta no —dijo—, la mera | ahorita te estoy diciendo en vida, le estoy diciendo. No le voy a traer sus flores hasta allá. Ni de aquí siquiera se las voy a cortar —dijo—, compadre. No…, se imagina, compadre —dijo— yo le, yo le dije de vacilada—.
Y de vacilada le platicó a su señora, a mi comadre Lorenza. Dijo:
— [¿Ya, po íbamos juntos?] —le platicó—. Es que mi compadre y yo hicimos un trato, que cuando se muera iba a traerle sus flores hasta allá.
—¡Ay! —dijo— No seas tonto, viejo.
—Entonces de veras si se muere mi compadre —dijo— y en la noche va a tar, va a tar viniendo que quiere sus flores.
—Ay, pos ¿de veras…?
—Le digo el espíritu…
—Ay, no…—.
Me dijo que no, “yo no le quiero traer flores, compadre”, dijo, así es que dijo “se aguanta”.