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Cuando de Eduardo Mudy, ya esa platica ya te la había platicao, que esas platicas ya, ya se las platiqué, de dónde venía, de los Rodríguez y que se había traído a Conchita y que se había traído a Lucio, ¿me entiendes? Esas ya se las platiqué yo, ¿eh? Esa, esa es la plática que les platiqué del perro, que había mordido a Lucio. No, este es la plática ya de muerto.
Lucio, por lo, por lo regular era un hombre holgazán, que no le gustaba hacer absolutamente nada. Conchita era igual, decían que no quería ni hacerle de comer al hombre, a don | al señor Eduardo Mudy, porque él sembraba todas las galeras para atrás la mucha legumbre, y aparte de la legumbre, él estudiaba, daba clase de inglés en la | sería que en la alianza. Entonces, po lógico, ellos vivían, Conchita y Lucio vivían de él, y eran unos holgazanes desgraciadamente. Así es que, te imaginas tú, decían que ponía Lucio, le decía que había tres presas, que le nombraron “las presas de las flores”, esa presa la usaban para regar las, para regar las legumbres y, cuando se terminaban las dos presas de arriba, dejaban pendiente la de abajo, que era que la que usaban para lavar y para bañarse. Y ya de entons de allí, tenían que mantear el agua de la, del, de la noria con el bambilete, pero ¿cuál era la sorpresa? Que pos el hombre no quería hacer nada, porque le decía Lucio, dijo: “Ahí está el bambilete, que hay que echarle agua a las, a las, a las legumbres”. Echaba dos o tres botecitos, sacaba del pozo y sencillamente le dolía mucho la cintura, le dolía la rabadilla a Lucio y no era un niño, era un joven, ya fue un joven ya, ya macizo. Y claramente le decía que le dolía a cintura y le dolía la rabadilla. Y este hombre le decía:
—No te chicotees, Lucio, no—, porque se hacía así, según dicen, que se hacía así, se movía todo, la cintura, que le dolía la cintura y que le dolía todo y así le decía, le decía el señor Onivá, le decían así, “Onivá” pero ese era Eduardo Mudy. Le decía: —No te chicotees, Lucio.
—No… —dijo— yo me voy a acostar pa que se me quite este dolor.
Así es que el viejito se ponía a regar, se ponía a regar sus legumbres. Vivían de la mano de él, porque no eran capaces de hacer nada. Conchita mandaba a hacer | mandaba a lavar, a lavar la ropa. Conchita no quería hacerle de comer, lo único que le preparaba de acuerdo a la, la plática, le calentaba agua para su café, le calentaba su agua para bañarse, pero es más, la comida no quería hacérsela, porque taban acostumbraos a que al señor les traía sus pan bimbo…, cosas así ligeras para comer, pero no quería hacer más comidas la señora allí, porque le decía Lucio | le decía el señor Onivá: “Mira, Conchita”, dijo, “mátate un pollo y hazte un, hazte un, hazte un caldito”, dijo, “y hay bastante verdura, ponle de esta verdura y de esto otra”, dijo, “para cuando yo venga”, dijo, “y si yo llego tarde, coman ustedes”. No quería, no tenía si quiera el valor de matar un pollo, una gallina. Y si uno lo mataba, el otro quería que lo pelara. Y si uno lo pelaba, el otro quería que lo cocinara. Eran holgazanes y flojos. Dicen que cuando el señor Mudy se murió, murió el señor Mudy, dicen que ese era su preocupación, que les decía, que les decía el señor…, dijo: “¿Qué, muriéndome yo...?”, dice, “me preocupo qué van a hacer, qué van a comer, si no saben hacer nada”.
Y este, po lógico, pues no más ya no lo escuchaban. Pues así fue, murió con esa pena, murió con la pena don, don, don, don Eduardo Mudy, murió con la pena que qué iban a hacer aquellos hombres tan inútiles. Sí les dejó la hacienda, pero no le iban a dejar, no le iban a dar mordidas a la hacienda. ¿Pero qué iban a hacer para comer mientras? Cuando se les empezó a acabar toda la provisión que les arrimaba el hombre, empezaron a vender las gallinas. Decían que les llevaban gallinas acá a esta, a Carmelita Cebedo, le llevaban, le llevaban gallinas allá a esta, acá a Estefana, que le decían “la Teta”. Allá le llevaban gallinas a vender para seguir comiendo ellos allí. Y llegó el momento en el que se quedaron sin nada, porque casi no había mucha, mucha, mucha, mucha… demanda para, pa, pa los conejos. Solamente las gallinas sí pudieron venderlas para… Ya no quedaba ni qué hacer para comer. Y el hombre, po lógico que no se despegaba. El hombre ondequiera lo miraban, lo oían en la casa, cuando subió la escalera para arriba que era de madera, a los cuartos de arriba, porque abajo era la cocina. En los cuartos de arriba, donde se quedaba el señor Mudy. Empezaron a vender los muebles, que esos muebles se quedó don Jorge Bellole, muchos de ellos que escogió, se quedó con ellos don Jorge Bellole, toda la, la, la, los muebles. Y ondequiera, lo miraban. Decía don Teodoro que a él no le gustaba comer en la cocina… por el humo. Él tenía un portal donde tenía | era albañil él, pero tenía una mesa, un, un banco de, de…, como d’este de, de de carpintero. Tenía en la pared muchos, muchas herramientas de carpintero y él allí le gustaba comer, viendo el cerrito de La Cruz, todo enfrente. Todo el cerrito, miraba todo el cerrito. Cuando dice que él vio, mero arriba allá en el cerrito allá onde taba un mezquite, y todavía existe el mezquite y que le dice | lo vio y que le habló a doña Josefa. Le dijo:
—Mira, Josefa —taba la cocina cerquita. Dijo— mira a ver —dijo— mira, ¿qué ves allá en el cerro en la cruz? Allá, mira, junto al mezquite—.
Y la señora le dijo | la señora se llama Josefa y le dijo: —No, yo no veo nada.
—¿Qué alcanzas a ver?
—Pues veo el mezquite, pero yo no veo nada—.
Y don Teodoro sí lo estaba viendo. Dice que lo vio cuando ganó de p’arriba allá y él se le quedó con esa impresión. Dijo: “Era el señor Mudy, era el señor Mudy”, dijo “era, él era”, dijo, “así su sombrero, su manera de caminar, su manera de vestir…, todo él era”. Y no solamente él, sino su, sino sus chiveros que, que, que paseaban y era la, la, la, al medio día cuando le daban agua a los, a los, a los animales. Que los bajaban a la pre-, a las presas, a dales agua a sus chivas así. Y eran tres, no era no más uno. Era Juliancito, era don Cirilo y evora | y era, y era este, don Ramón Rodríguez, que eran los que andaban allí arriba, bajaban las chivas, las aventaban pa’l lao de abajo, pa que co-, tomaran el agua de la presa. Entonces si lo veían a don, a don, al señor Mudy, con un palo porque tenía las piezas muy limpiecitas, no permitía que se le dieran tijuelilla, ni lanas, ni nada, que con un palo limpiaba todas las presas, las tenía muy limpiecitas las presas, y lo veían. Entonces decían:
—Mírenlo, que se había muerto—.
Dijo: —No, si se murió—.
Dice: —Ese ha de ser un hermano de él —dijo— porque es igualito —dijo— todo, en todo—.
Y que les dice ellos, que se animaron. Dijo: —Vamos a bajarnos, vamos a bajarnos para cerciorarnos, si vieran que sí es algún hermano de un familiar de él—.
Dicen, y caminándolo, que ya los bajaron de repente, como… arte de magia, dijo, desapareció, y se veía con el palo como taba sacando la, la, la, las lamas, dijo, las, las tijuelillas de la presa y las sa-, sacudía en el borde de la presa. La sacudía. Dijo: “Vamos”. Pues pasaron por la presa, dicen que ni un | ni siquiera en la presa había ni una gotita de agua ni nada de la tijuelilla fuera de la presa, ni el palo siquiera con que andaba limpiando. ¿Y para dónde ganó? Si… a uno hizo tonto, pero ¿a los tres? Y todo eso para abajo, en una parpadeada desapareció don, don Eduardo. Entoncs, dicen que ellos también lo veían “¡mira!”, pero ellos no le tenían miedo tampoco. Ellos decían: “Mira, allá va Eduardo, míralo allá va el Buero”, como conocían ellos, “que las galeras, mira allá va”. Y si iban a buscarlo entre las galeras, se | a sabidas de que ya se había muerto, pero como ellos no le tenían miedo, querían saber qué, qué andaba haciendo, qué o qué, qué algo andaba algún secreto. Porque muchos decían, a quien les platicaba esta Conchita, que platicaba Lucio del… de que allí andaban en la hacienda de, de, don, de don Eduardo el Buero, como lo conocían ellos. Y allí andaba. Entoncs, le decían lo que pasa es que… el señor ha dejao un dinero enterrado, y ellos estaban conscientes de que el hombre no tenía | no era un hombre rico. Vivía de su trabajo, vivía de lo que se ganaba él, de su trabajo.
Entonces, así fue su penal de, de, del señor Mudy, que ondequiera lo miraban. Entonces, cuando ya se les empezó a acabar todo, pos empezaron a ir a con la Teta. La Teta entonces en sus tiempos era hermana de Kiko y hermana de Jorge. Kiko tenía muchas vacas. Jorge era lechero y… y la Teta tenía también muchas vacas. Entonces les decía la Teta, dijo:
—Miren —dijo— algo —dijo—. Por eso, por eso anda penando —dijo—, por algo —dijo—. Ustedes saben, deben de saber algo, de, ¿de veras no ha dejado unos centavitos por ahí enterrados? —dijo.
—No… —dijo— ya el Buero no tenía dinero —dijo—. No, no dejó dinero y que no dejó dinero—.
Entons la Teta sí les sacó la verdad. Dijo: —Bueno, —dice— muchos dicen que cuando el, cuando el ya ta en agonía, hace señas, hace señas con la mano hacia una parte, hacia un rincón de la casa, hacia el techo —dice—. ¿Qué hacía el señor?—.
Y les dijo, y le dijeron este Conchita y Lucio: —No —dijo—, lo único que decía ya para morir, que decía que la pena que, que tenía él era que qué iban a hacer para comer, que qué iban a hacer para comer—.
Esa fue la pena, por eso no lo dejaban descansar al hombre, porque se fue con ese pendiente de que qué iban a hacer el par de holgazanes, qué iban a hacer para comer, para vivir. Ese era pues | andaba el hombre, el hombre andaba penando que | pos se, se les aparecía ondequiera.
Entons, dice que la Teta le dijo a sus hermanas, les platicó a sus hermanas, a sus dos hermanas les platicó, porque eran tres hermanas que vivían juntas allí, independiente de Kiko, independiente de Jorge. Ellas tenían sus vacas y todo, y a la orilla del río tenían, tenían, tenían bastantes alfalfas sembrada. Entonces, este le dijo, dijo:
—No, entonces por eso viene a penar del señor Mudy —dijo—. Vamos —dijo, dijo— mira, vamos un día en la tarde —dijo—, y vamos a rezarle pa que el hombre descanse —dijo.
Se vinieron las tres hermanas que no, ni se metieron a los cuartos, a las piezas, no. Por dentro del portón, nada más por dentro del portón. Pero no le siquiera se metieron para la cocina o el cuarto, no, por dentro del portón. Y allí le empezaron a rezar, que la Teta le decía: “No, don Eduardo, usted váyase a descansar, descanse ya”, dijo, “yo me hago responsable de que estas gentes coman. Yo me hago la responsable de que estos coman”, dijo, “no, ya no”, dijo, “usted descanse, usted pertenece a la vida de los mu-, a la vida de los muertos, a mundo de los muertos”, dijo, “usted no debe andar por acá penando. Váyase a descansar”. Don Eduardo no regresó jamás, pero la Teta platicaba, que lo platicaba mi mamá, que lo había hecho también por un interés. Que si en toda su vida no había trabajao Lucio, ella lo iba a poner a trabajar. Decía se conformaba con que fuera y le segara la, la alfalfa. Dijo: “Aunque yo vaya a por ella en una carretilla, a traer la alfalfa”, dijo, “para mis animales, aunque la segue”, dijo, “y eso es todo”, dijo.
No, pos resulta que eso no le pareció a Lucio, ni le pareció a Conchita, porque lo quería que Conchita, le decía, le decía esta, la Teta: “Mire, Conchita, yo voy a hacer esto”, dice, “mis hermanas están echando las tortillas”, dijo, “y una pos ta, ta lavando”, dijo, “¿por qué no se pone a hacer un poquito de quehacer aquí, mire, láveme los trates”. No, pos Conchita como no taba, no taba impuesta a hacer nada, era muy..., igual, igual que Lucio de, de holgazanes. Dicen que se salieron, ya no regresaron. Se vinieron y se metieron acá con esta, con Otilia, acá con Otilia, pero Otilia los admitió con mucha ventaja, mucha ventaja. Los invitó a comer y todo, pero claro que la ventaja que llevaba, que les dijo que pos…, si ya no tenían qué comer y tenían la hacienda, que ¿por qué no la vendían? Pues que taban pensándolo, pero que no sabían cómo hacerle, porque taban de a tiro cerrao los hombres. Entonces Otilia con toa la ventaja del mundo, le dijo que ella sabía, que ella buscaba el cliente, que si ellos querían, pero quería que les diera una carta poder, para poder ella moverse. Dijo: “Yo me muevo”, dijo, “tengo muchos influencias”, dijo, “con licenciados y todo”. Y efectivamente, era una mujer muy movida. Dijo: “Y deme la carta poder”, dijo, “y verá que yo le vendo la hacienda”, dijo, “y usted recibe su dinero”, dijo. Dice: “Ahorita de momento no sabemos cuánto hasta que hagan un avalúo”, dijo, “que haga un avalúo un ingeniero”, dijo, “un avalúo de la hacienda a ver cuánto vale”, dijo, “no podemos decir cuánto vale ahorita”, dijo. No, pos ellos tontamente le dieron el, el, el papel pues, le dieron el poder para que, pa que ella se, se moviera. ¿Qué fue lo que pasó? Efectivamente vendieron la hacienda, pero no les dio, o sea, que los robaron vilmente, robaron vilmente. Dicen que cuando ya les dijo | ellos ya tenían sus planes, Conchita ya tenía sus planes, ella tenía un familiar de hacía muchos años, de cuando taban jóvenes, porque ellos eran de los Rodríguez también, tenía planes de irse a vivir con sus parientes. Y los parientes de, de Conchita, y sus parientes encantados de recibirlos, porque sabían que iban a vender la hacienda y que valía millones de pesos, de acuerdo que le mandaba decir Conchita, que la hacienda valía millones de pesos. Así es que los parientes, con las manos abiertos estaban esperando que regresaran allá.
Cuando ya fueron a recibir que vendían la hacienda, fueron a recibir el dinero, platicaban que Otilia les dio una bolsa, una saca así de pita, una saca así de pita, así llena de dinero, con puro billete de baja dominación, todo una…, y todavía allí, quería que darles parte Conchita dijo: “No, no, no, Conchita, no. Todo es para usted. Todo es para usted”. Una, una saca. Los señores se emocionaron tanto, que todo, las pertenencias que tenían que se había quedao, que no las había comprao don Jorge, se las regalaron a la Teta y se despidieron, porque se iban a ir a la, a la frontera con un familiar. El familiar po lógico que los estaba esperando con, con ansiedad, porque era ya, ya habían vendío la casa, la hacienda y creía que vendrían con millones de pesos. Y una vez estando allá, cuando se les ofreció que vendían una casa en ochenta mil pesos. En aquellos entonces era mucho dinero, ¿no?, pero, pero no. Hablamos, hablamos de millones, lo que costó la hacienda, pues ochenta mil pesos, ni cien mil pesos esta mujer les dio la, la mujer a estos hombres. Ahí se dieron cuenta, fue cuando se dieron cuenta y hasta la cara que hicieron los familiares, que dijeron “Pues ¿cómo vamos a recibir dos familiares aquí?, que ya ni nos acordamos de Conchita y un hombre extraño”. Claro que ellos oyeron, un hombre extraño y sin dinero, dijeron: “¿De qué sirven ochenta mil pesos?”, dijo, dijo “si esta mujer se nos enferma”, dijo, “¿qué va a ser?”, dijo “vamos a hacer hasta gastos en ella, hasta en ellos”, dijo. Ya no los recibieron con muy buenos ojos, ya no los veían con buenos ojos. Y se le vino a la mente y… | a este a, a Lucio, tonto, tonto, se le vino a la mente y le dijo claramente a Conchita:
—Mira, nos estafaron, Concha—.
Dijo: —¿Pero ya qué?, —dijo— ¿ya qué hacemos? —dijo.
—Y no… la tontera de tú y la tontera mía —dijo—. Mira, vamos a hacer un negocio —Pero claro, Lucio con su plan, un plan de él. Dijo— Vamos a hacer un negocito aquí —dijo— mira, ¿qué te parece si me das la mitad del dinero y me voy a León, me voy hasta Guanajuato —dijo—, a la ciudad de León y me traigo y compro zapatos —dijo— compro zapatos y vendemos zapatos —dijo—. Allá son muy baratos —dijo, dijo—. Sacamos lo de lo, lo del arrastre y todo —dijo— ¿qué te parece?—.
Convenció a Conchita y le dio la mitad del dinero de lo que la | aparte de lo que habían gastao, de lo que traían, le dio la mitad Concha a Lucio. Pero Lucio tenía su plan. Cuando Lucio ya, ya estuvo aquí en su tierra aquí, no le tuvo más remedio que regresar con la Teta de vuelta, porque no tenía onde quedarse. Cuando él ya regresó y le platicó todo lo que les había hecho esta Utilia y le platicó pues los poquitos centavos que traía y le pidió de favor, que ella tenía un tejavancito en el corral allá de donde tenía los animales. A hoy en estos tiempos es una huerta, pero en aquellos antiguos era un corral de animales. Dijo: “Mira, dame chanza”, dijo, “de darme, de quedarme allá en el corral”, dijo, “en el tejavancito allá”, dice “donde metes, que metes allí la alfalfa y todo”, dijo. “Dame chanza”, dijo, “de quedarme allí”, dijo, “porque no tengo dónde quedarme, mira, esta mujer nos estafó y yo me quedé solo”. Se compadeció Teta y allí lo dejó, a Lucio. Sí llegó a reclamarle, Lucio llegó a reclamarle a la, a esta… y la esta se negó. Completamente dijo que, al final de cuenta dijo que no, que el trato lo había hecho con Conchita, que con él no había hecho ningún trato y que ella le había entregao todo a ella. Que si él, que si él no le había dao su parte completa, era porque Conchita lo había tranciao a él. Pero si era él el que llevaba la saca, la llevaba en la saca con todo el dinero.
No, pos dicen que allí fue cuando | allí este, este Lucio, allí murió. Y Conchita | la Teta tuvo que costear todo, todos los gastos y todos los gastos. Pero luego dispués, ya de muerto, que se murió, que se murió Lucio, pues lo enterraron y todo, pues que esto ya Conchita, esta, más bien la Teta | las hermanas, porque la Teta era muy movida, pero las hermanas que estaban siempre en la casa, una que se estaba quedando cieguita, la Chocha, se estaba quedando cieguita, que ella le decía que alguien se andaba en la huerta, que oía. Y ya Teta para ese entonces, que ya empezó los años también a, a…, a pesarle, empezó a vender los animales. Empezó a vender a los animales, porque ella tenía muchos, empezó a vender los animales, porque la leche se la entregaba su hermano, y ya empezó a vender los animales y todo eso. Y que le decía la Chocha, dijo:
—Mira —dijo—, yo oigo ruidos, yo oigo ruido en el corral —dijo.
Dijo: —¿Cómo es posible? Que na más cuando tú estás sola, ¿cómo cuando estamos, cuando estamos todos aquí no se oye ruido? —.
Dijo: —Sí —dijo—, yo cuando estoy echando las tortillas —dijo—, cuando estoy haciendo la comida, se oye ruido allá fuera—.
Decía la Teta: —Será por fuera, será por dentro—. Y eso sí no le permitió a Lucio. Le decía a mi mamá, dijo “con todo el debido respeto”, dijo, “que se mería, se, se… que se merecía Lucio”, dijo, “porque yo mismo lo admití allí”. Dijo:
—¿Qué crees que hice, chata?
—¿Qué hicites, Teta?
Dijo: —No, hombre… —dijo— mira, me fui. Si a don Onivá —dijo— al señor Mudy lo despedí, lo mandé a que fuera a descansar con unas oraciones —dijo—, a Lucio lo mandé con puras insolencias—.
Dijo: “Te me sales pero de voleto de mi casa. A mí nunca me dites servicio, nunca quisites ayudarme en nada, cuando te mandaba a segar la alfalfa, mejor corrías por otro lado”. Dijo: “Así es que, mira”, dijo, “yo costeé tus gastos de tu sepelio”, dijo, “así es que mira” con estas palabras que son fuertes, pero decía: “ya no vengas a chingar aquí ni a asustar a mis hermanas, no te quiero volver a oír que mis hermanas”, dijo “te vuelvan a oír aquí”, dijo. Y fue y se lo dijo, allí onde se quedaba en el corral, allí donde se quedaba en el jacalito, allí le dijo. “Y sí, a la chingada pa fuera, a la chi-“ | así le decía a mi mamá, hasta le daba con risa y todo. Dice: “A la chingada pa fuera, Lucio. No te quiero aquí, ándale, ándale a la chingada”, dijo “y no te quiero volver a ver”, dijo.
—¿Vas a ver qué, chata? Mira, jamás volvió. Yo nunca lo oí —decía la esta, decía Estefana, la Teta—, pero mis hermanas sí lo oían—.
Y ya les preguntaba que a ver qué dijo:
Dijo: —No, ya no se oye ruido.
Dijo: —Lo mandé a la chingada.