Audio
Clasificación
Informantes
Recopiladores
Transcripción
[Luis]: —De Marfil, ese sí es de aquí de Marfil. Se dice que aquí pasaba un carruaje también jalao con mulas, con caballos así que aventaba hasta lumbre, y que pasaba no solamente por aquí sino por el camino de abajo.
Había un hombre que se llamaba don Guadalupe… Martínez, don Guadalupe Martínez. Ese era el ladrillero, el que acarreaba el ladrillo por tener un, un ato de burros y, y muy temprano se levantaba y cargaba sus burros con ta-, con tabiques desde Yerbabuena y au- | los entregaba hasta Guanajuato. Les convenía porque era él el que le llevaba los tabiques a los barrios, ese subía con sus burros hasta los barrios. Era un hombre bueno. Entonces dicen que en el primer viaje, mientras la mujer hacía de comer, echaba las tortillas, él le llevaba, le llevaba qué comer a sus muchachos, que le encargaban: “Me traes esto para hacer de comer”, y todo esto. El hombre, el primer viaje era para comer, el segundo viaje, era para hacer | tenía todo planeao, el segundo viaje era pa ahorrar un poquito de centavos y para darle de comer a sus a-, a sus animales, porque los | sí, los tenía impuestos a | tenía su pesebre, les compraba su, su alfalfa, su paja y todo, los tenía bien alimentaos a los animales entonces, porque los animales trabajaban todo el día, tenían que comer, tenían que descansar. Y el último viaje, pues también ahorraba, traía sus centavitos, pero ¿qué más quería en el último viaje? Se echaba sus mezcalitos el hombre. Y eso precisamente le decía la mujer, dijo:
—¿Cómo es posible que los primeros viajes que echas —dijo, porque eran tres— todo tranquilo y en la noche me llegas borracho? No… —que le decía la señora. Dijo: —No, mira —dijo—, no quiero que te vaya a pasar algo en el camino. Te vas a caer del burro o algo. Te vayan a asaltar o algo. Te van a dar un mal golpe. —Y que sí le dijo: —Mira —que le decía—, mira —que le decía—, mira, mira Guadalupe, dicen que hay por el ca- | por esa carretera pues camino antiguo del templo p’alante, dicen que, que en la noche pasa un, un, que pasa una carreta, un, un, un carru-, un carruaje jalao con, con caballos —dijo— y que dicen que es el vil demonio que se los lleva a tos los borrachos como tú.
—Ay —que le decía don Lupe— son puras fantasías, hombre. Puras fantasías—.
No, pues este hombre, que dicen que así lo hizo. Se le hizo tarde, se le hizo | cosa que nunca le hacía de noche. Él siempre pasaba ya tardiando aquí, trepao arriba de su burro con ya | pero ya llevaba una saca con su, con su pomito. Ese día se le pasaron las cucharadas al hombre en Guanajuato, pero llevaba su pomo en el burro. Allí venía con su ato de burro, si trepao en un burro. Y ahí venía. Dicen que entrando a la hacienda, a la hacienda allí de, de, de San Juan, de San Juan allí, más bien de San Antonio, allí que entrando más acá de, de, del barrio de, de, de la Noria Alta, que entrando el camino antiguo, le dieron ganas de hacer pipí al hombre. Tuvo que bajarse del burro, y al bajarse del burro, era po lógico que el burro no lo detuvo, lo, le soltó la rienda y el burro siguió su camino junto con los demás, porque el burro pues se-, sencillamente tenía que descansar y además ya tenía hambre, porque los tenía impuestos a darle de cenar. Siempre llegaban ya tardiando a su casa. Y esa vez ya era de noche. Y los burros taban inquietos también. ¿Por qué taban inquietos? Porque querían descansar y tenían hambre los animales. Así es que don, don Lupe, haciendo de…, haciendo pipí y, y los burros caminando. El burro, cuando este trató de correr para alcanzarlos, y como venía un poquillo tomao, alcanzaron los burros, arreciaron el paso, po lógico que no los alcanzó. Y a partir de allí, pos empezó don Lupe a maldecirlos a los burros, a maltratar a los burros y que “malagradecidos” y que “van a ver, que no les voy a dar de cenar, hijos de toda su qué sé a qué” y ahí venía solo el hombre hablando.
Él mismo lo platicaba, que venía maldiciendo a los burros, cuando ya venía delante, cuando dice que oyó el rechillido de un guayi-, así de un, de un carruaje que venía rechinando las llantas, pos en aquellos entonces eran de, de, de rines de, de, de madera todo aquello. Cuando dice que empezó a oír los rechillidos y el troteo de los caballos, y dijo: “Ahí viene alguien”, dijo. Dice que lo mismo así, dice que pasó, pero pasó quedito, él vio la | aquel carruaje, muy elegante, pasó el carruaje allí. Él se hizo a la orilla, pa que pasara, vio los caballos que iban así, pero despacio. Hasta cuando ya habían pasao, que pasaron, que pasó el carruaje, se le ocurrió…, dijo: “¡Ay! ¿por qué no me le colgué al carruaje de atrás?”, dijo, “pos que ay”, dijo, “al fin que va despacito, me le, me le hubiera colgado”. Así lo pensó. Y el carruaje delantito. Dijo: “¡Ay!”, dijo. Dicen que la noche estaba oscura, paro bajo un pirul, la sombra de un pirul taba más oscuro todavía, por lo sombrío del pirul. Siempre de una manera o de otra, hay la luna o no hay la luna, las estrellas dan brillo. Se alcanza a ver la, la noche. Ahí a veces se da cuenta donde va uno pisando. Pero ya debajo del pirul, la sombra del pirul estaba más oscuro. Cuando don Lupe le dijo, dijo: “Ah”, dijo, “mira”, dijo, “ya se paró, se paró el carruaje”, dijo, “lo más seguro”, dijo, “lo más seguro es que me estén esperando pa que me suba”. Y este apreció | arreció el paso a subirse, arreció el paso para subirse. No, pos dice que cuando ya llegó a la sombra del pirul, aunque todo taba oscuro, pero la sombra del pirul, donde se había parao el carruaje, pos que ¿cuál carruaje? Que volteaba pa todos los rumbos y decía: “Pero ¿cómo es posible que desapareció?”. Allí fue donde descubrió que era la, la cosa mala. Dijo: “Ay, Dios de los cielos”, dijo, “entonces que sí, que esto es lo, lo que me decía mi mujer, que el dichoso carruaje”, dijo, “¿pero dónde ganó?”. No había manera que pa que desapareciera, ¿para dónde?, si en pleno camino, “¿para dónde tenía que ganar?”, dijo, “para el río, no, para el cerro, ¿para dónde? No”.
Dice que este de allá arreció el paso y se vino. Dice: “Todavía”, dice “cuando yo venía ahí por Pánuco, por esas curvas ahí de Pánuco”, dice, “hasta el vino se me cortó”, dice, “venía yo hasta temblando, sudando”, dijo, “y malpensando”. Dice: “Y cuando me encomendaba a Dios, no oía yo ya aquel rechillido, pero cuando no me, no me encomendaba a Dios”, dijo, “se oía el rechillido”, dijo, “y yo no quería voltear para atrás”, dijo. “Oí el rechillido y el troteo de los caballos, que venían tras de mí”, dijo, “y yo, pos venía corriendo”, dijo, “y mis animales nunca los encontré”. “Hasta onde tuve el valor”, dijo, “que ya me sentí con valor”, decía don Guadalupe, dijo ,“me voltié para atrás”, fue fueras de la hacienda de San Juan [¿?]”, dice, “entre las sombras de los mezquites que había”, dijo, “se veía que todavía iba la carroza, aquel, aquel carruaje iba tras de él, a lo lejos, dijo. Dijo: “No, ya allí arrecié el paso”, dijo, y estaban “unos, unos | personas que me conocían”. Dijo “taban, por cierto, taban tomando fuera de acá del sitio”, dijo, “allí vendían”. Dijo: “Allí estaban”, dijo, “el sitio allá en San Juan, allí vendían, estaban sentaos allí en el pollito”. Y que le dijeron, dijo:
— Pos ¿qué prisa traes tú? Tú, Guadalupe, hombre ven, échate un, un traguito, hombre.
—No —que les dijo— es que vengo —dijo— porque… se me vinieron mis burros adelantito.
—Ahí van adelantito —dijo—, mira, ahí van ahorita delantito —dijo—.
Entonces este que dice que tuvo el valor todavía de, de, de quedarse parao un ratito, porque se sentía con valor ya estando con ellos allí. Pero él sí oía todavía el rechilllido. Dijo:
—Miren, muchachos —dijo—, ya, ya es noche —dijo— Mira, recójanse a sus casas —dijo—, y miren, no me lo van a creer que vengo corriendo —dijo— que viene un, un carruaje —dijo— tras de mí —dijo—. Un carruaje antiguo, de esos antiguos —dijo— y dicen que, que es el carruaje de la muerte.
—No hombre —pos que dijeron aquellos muchachos. Dijo: —No se preocupe, don Lupe, dijo, aquí lo esperamos nosotros [¿a decirle que nos eche un rail?], que a ver si nos da una paseadita por ahí. Una paseadita—.
Dicen que así fue, dicen que don Lupe se fue y sus burros lo taban esperando. No se fueron los burros, que allí no estaban ni en Jalapa. Estaban en el puente, allí estaban los burros paraos esperando a don Lupe. Y además el burro donde iba montao, llevaba su bolsa, llevaba su, llevaba su mezcalito el hombre. ¿Cuál sería la sorpresa? La sorpresa de aquellos hombres, de aquellos hombres que taban sentaos allí. La sorpresa era que aquellos no le, aquellos muchachos no le creyeron, no le creyeron a don Lupe, ni tampoco les aceptó el, el trago que le invitaban. Él lo que llevaba prisa era de salir de allí, por el ruido, por aquel susto que había pasado. Entonces aquellos muchachos se quedaron, pero se quedaron burlándose. Decía don Lupe “se le botanea”, dijo, “pos también toman mucho”, dijo. Y se fue, y allí se quedaron. La sorpresa para aquellos muchachos dicen, que estaban sentaos ahí tomando, y no tuvieron chanza ni siquiera de correr por otro rumbo, sino que cuando van viendo que salieron, que al dar la vuelta, que salieron | porque entonces, en aquellos entonces estábamos en las tinieblas, pa que me entiendas, no teníamos luz eléctrica, toda la gente se aluzaba. La tienda se aluzaba con un, con un mechón, que nombraban aparatos de, de petróleo, con eso se a-, se aluzaban las, las tiendas, no había, no había cuál luz, na más con el reflejo del, del, del, del, de aquel mechón que tenían y los muchachos sentaos afuera de los pollitos a cada lao de la tienda. Porque esa | los pollitos estaban precisamente al, al lao de la salida del camino antiguo. Y allí estaba, y allí estaban los muchachos todo para abajo oscuro ¿cuál sería la sorpresa de aquellos muchachos? Cuando dicen que van viendo que salió | porque se taban burlando, se taban carcajeando de don Lupe y se estaban riendo de que, que | las imaginaciones de aquella carreta, de aquel carruaje jalao con, con caballos. Cuando dicen que van saliendo. Vieron los caballos y vieron el, el carruaje cuando venía a salir hasta allí hasta ellos, dice que no más pegaron un grito y entraron corriendo. No, nadie corrió para sus casas, sino entraron corriendo a la tienda y que les decía Esiquio: “¿Por qué cierran la puerta? ¿Qué pasa? ¿Qué pasó allí afuera?” Y que decían | no, pos que na-, ninguno de ellos podía hablar. No podían explicarle a, a… | eso lo platicaba también este, este, este, el Esiquio, que le decían Esiquio. Decía: “Pero si | a ver, ¿qué les pasa, muchachos?” Y que pos nadie podía explicarle porque no podían ni hablar del susto tremendo que se llevaron. Que no más hacían señas, ¿eh? Entonces dicen que este, pues Esiquio, pues po lógico que todavía no era, no era hora, hora pa cerrar, ¿no?, por la calle, además que tenía que cerrar la puerta de su tienda era él, porque toavía era hora que aquella gente se iban a comprar maíz o frijoles allí a su tienda. Entonces dice que él abrió la puerta y al abrir la puerta, que aquellos muchachos se arrinconaron para el mero rincón de la tienda, pero todos. Y no eran muchachos chicos, ya muchachos grandes y dicen que Esiquio se asomó y no vio absolutamente nada, todo tranquilo. Y que les decía:
—A ver, explíquenme, muchachos—.
No, dicen que les platicaron pues la historia, dijo: —Mire, [¿pa to?] —que le platicaron, dijo— Mire, pasó don Lupe, el, el ladrillero —dijo— y nos platicó que venía un, un carruaje jalao con caballos —dijo— y que dicen que le nombran el, el carruaje de la muerte —dijo— y po nosotros nos estábamos riendo —dijo— tanto de don Lupe como del dichoso carruaje.
—Pero ¿qué pasó? —les decía don Esiquio.
Fue cuando dijo que ellos lo habían visto… Dijo: —Vimos los caballos y vimos el carruaje—.
Y Esiquio, pues claro que no vio nada absolutamente nada. Fue cuando Esiquio les dijo: —Miren, muchachos, váyanse a sus casas ya —dijo— y esto que les sirva de escarmiento. Que les sirva de escarmiento a los muchachos…—.
Y no, pos que salieron todos derechitos a sus casas. Todos corriendo. Y esto lo platicaba también don Esiquio. Lo que él había visto, por lo menos de los muchachos que le habían platicado. Y don Lupe, pos po lógico que dicen que se fue. El burro lo esperó y no fue capaz de tomarse un traguito de la botella que llevaba allí. Llegandito a su casa, le dijo a la señora todo lo que le había pasado y la mujer le dijo:
—Ya vez, te lo advertí, te lo advertí Guadalupe, porque mira —dijo—, todo ese dinero que gastas le hace falta a tu familia —dijo—, y piensa en tu salud —pos no mas dijo—. Ya siempre en la noche me llegas borracho —dijo— en la tarde ya vienes tomado.
Dijo: —No…
Dijo: —No, así, mira—.
Y dicen | y esto fue un ejemplo precisamente. Un ejemplo precisamente como lo que te platicaba hace rato del muchacho de la aldea, que no volvió a tomar, ni volvió a faltarle, ni volvió a faltarle a su, a su madre. Pues precisamente don Lupe, don Lupe, dicen que don Lupe Martínez se apellidaba, don Lupe Martínez, desde ese momentito, no volvió a tomar don Lupe. Ni volvió a faltarle el respeto tampoco a la señora, porque también la maltrataba porque decía que ese era… parte de su… | además era su dinero, y que se lo merecía, ¿eh? Entonces dicen que jamás se le ocurrió a don Lupe, y les aconsejaba a sus hijos cuando ya empezaban a crecer: “Nunca se paseen por el camino antiguo, y menos de noche”. Dijo: “Porque no quiero que les vaya a pasar lo que me pasó a mí de, de del carruaje”, dijo, “del carruaje de, de, de la muerte”.
Y po lógico, también se decía que aquí se pasaba por estas calles, mucha gente lo vio, lo llegó a ver por aquí. Mucha gente lo vio. Mi tía Pachita nos, nos platicaba que en las noches, que pasaban, que hasta los caballos se iban aventando, con las herraduras, aventando hasta alumbre. Por aquí, que aquí pasaba ese carruaje, ¿eh? No era frecuente, pero cuando dicen que había | y más cuando decían que había alguien que iba a morir, porque había una persona muy mal hablada por ahí, por pu- por Tenería, ¿eh?, que se llamaba Severiano, que para él no existía Dios y todo eso y e-, ese era el hombre que no quería irse solo, ese es el hombre que quería irse con la mujer. Que le decía: “¿Cómo me voy a morir yo y tú te vas a quedar aquí en la puteada?”, que así le decía a la mujer. No, lo tenían en el suelo como un perro y que lo tenían en el suelo como un perro allí y con un palo le arrimaban el plato pa que comiera, con un palo le arrimaban el plato pa que comiera allí Severiano. Le decían el gigante, creo, a Severiano, porque el señor era enfermo, enfermo que taba | tenía una guaparra por un lao allí. Una guaparra por un lao y le decía: “No, que tenemos que morirnos juntos”. ¿Eh?, quería matar a la señora y… para allá que se | morirse y junto con ella. No quería irse solo. Y dicen que ese hombre se lo taba llevando el demonio.
Era por aquellos entonces, el padre de él también era igual don Trinidad. Don Trinidad también era igual que él. Por eso el demonio | me platicaba mi tía, que el demonio se presentaba en esa carroza, en ese carruaje cuando alguien se iba a morir, ¡qué coincidencia! Y por eso en aquellos entonces, cuando hacía la visita el señor cura, él se daba cuenta porque él se me hace que tenía ese don que miraba a aquellos personajes que ya estaban esperándolo. Y que muchas de las veces cuando ya se salía, que lo ayu-, ayudaban allí a que, a que | a bien morir, cuando él salía dicen que el señor cura se regresaba, porque decía que él miraba a aquellos personajes que taban esperándolo que muriera ya para llevárselo en cuerpo y alma. Y que se regresaba y que les decía: “Miren, lo que les pido”, dijo, “no se despeguen de él, no se despeguen de él, ténganlo aquí, ténganlo, miren, día y noche, cuídenlo, porque era un hombre tan malhablao” dijo “que ojalá Dios lo perdone”, dijo, “el demonio se lo quiere llevar en cuerpo y alma”, dijo. “Ahí, el demonio anda fuera”. Y así lo mismo que le pasaba a don Aul-, a don Trinidad, que era el padre de él, así le pasaba también a Siveriano. Y por eso platicaba mi tía que era conci- | no era coincidencia, sino cuando ya decían “que ta muy malo don Severiano, que ta muy malo este, don Trinidad”. Dicen que pasó y mi tía se imaginaba y decía: “No, la carroza de la muerte que se quiere llevar a...". Dicen que ta malo don Trinidad. Y después que taba malo don este, don Severiano. Dicen que sí, aquí mucha gente lo llegó a ver en aquellos entonces. Hoy como te digo son tiempos muy, muy distintos… ya no habla uno ya de, de que la muerte, ya no habla uno de la muerte, no habla uno del demonio. Ahora como les digo yo, yo creo en la iglesia ya está prohibido hablar ya del demonio en la iglesia. Hay padres que son liberales que te hablan por fuera.
[Recopilador]: —¿Y usted nunca lo vio? ¿A usted nunca…?
[Luis]: —Mira, yo vi… yo lo vi de niño, pero yo no vi la carroza, yo vi uno que iba, porque decían que pasaba sin cabeza. Un descabezao, el descabezao, que es el que te he digo que fue y pisó fuera de la casa de mi tía, de doña Filomena, fuera de la casa de Filomena que dejó la, la, que se veían las cerraduras en la losa. Esa era la mujer que te digo que taba, que taba colgando de las gre-, que taba el demonio colgando de las greñas en una claraboya, chiquita así, donde no cabía la señora, que la tenía levantada allí. Allí dicen que ese era precisamente cuando el demonio se pasaba por aquí. Y la puerta tenía dos ojos, aquí la puerta tenía dos ojos, que eran unos nudos, unos nudos que tenía como dos ojos, como unos lentes en la tabla. Que mi tía le metía hasta, hasta hilachitos así a la, a la puerta, para que no, pa que no se viera la luz de la, del fo-, del aparato para dentro o… que amenorara el ruido de la calle y todo eso. Yo, chico, porque mi tía nos inculcaba todo aquello: “Pórtense bien, hijos”, dijo, “porque el demonio anda, por, por donde quiera se presenta”, y ella nos decía que por aquí pasaba. Y en una ocasión, chico, aquí estábamos, mira, ahí tábamos sentaos así, tos chicos así, todos chicos así y oímos cuando venía el caballo. Pero por aquellos ojos no podíamos ver los cuatro, los tres, que éramos los más grandes, si miraba uno, el otro no miraba ¿me entiendes? solamente la puerta abierta, entonces sí mirabas, mirabas. Dábamos fe de, de, de los tres, los tres hermanos que eran los más | los menos | los más grandes en aquellos entonces. Entonc- | bueno, éramos chicos, pero los más gran- | los más chiquititos. Entonces estábamos, no sé que si era cierto. Entonces, yo doy fe de lo que yo vi | o sería como te digo, siendo yo muy chico, puede ver, puede ser que haya sido una imagina-, imaginación mía de lo que me platicaba mi tía de, del descabezao. Yo me asomé y yo lo vi, pero yo lo vi con un, con un, una, una, como un tipo de, entonces había como unas gabardinas negras así, eran como un capote, pero de… que se compraba así, era un capote que cubría así, cubría todo. Y esa vez estaba chispitiando, ca-, cayendo como chispitas. Y, y en mi imaginación, me imagino que el capote ese se lo ponía | yo le decía a mis hermanos: “A mí, sí que sí tiene cabeza, lo que pasa es que, lo que pasa es que no… | que el capote lo lleva desde la cabeza”. Ah, ese se llamaban mangas, aquellos eran mangas que le nombraban. Ya se, se usaban las mangas. Dije: “Lo que pasa es eso”. Bueno, eso fue mi versión, pero todos teníamos | mi hermano José | mi hermana Mada tenía la curiosidad, aquella curiosidad. A la única que sí tenía miedo era Mada, tenía aquel miedo, pero la curiosidad, la cu- | te-, te- | la curiosidad, las mujeres son más curiosas que nosotros. Tenía miedo, claramente no lo decía, pero la curiosidad era más grande que la de, que nosotros. Entonces, cuando oíamos aquello, lo que dicía Mada. Dijo: “Ahora me toca a mí, ahora me toca a mí”. Porque ella, pues tú sabes que la curiosidad también de las mujercitas, y esa sí, pues po lógico, po lógico que por ser una mujercita, pues… te digo que tenía miedo, pero curiosa, y al ver aquello que pasó en la noche. Y no era que digas tú la una, las dos de la mañana. Era de las once, ya de las diez, once, de la no-, de la noche. Todo [¿tentinero?], todo oscuro. Esa sí pegó un gritotote, pegó un gritotote y dijeron | pues claro que mi tía dice:
—Pos, pos que | pero ¿que no taban acostaos, hijo? ¿Qué tan haciendo en la puerta? —Y ya Mada parada y ella tiemble y tiemble y hasta llorando— ¿Pero que tienes, hija? ¿qué te picó? Y pues ¿qué te picó? —y que nada. Y que arrima la vela, pues, para… | estaba el aparato ahí, pero arrima la vela a ver que qué tenía.
—No— le dijo. Nosotros | José era el más grande. Dijo: —No, es que vio al descabezao.
—Ay, hijos, pero ¿qué se andan asomando a la calle? Si ya tan, ya los tenía yo acostaos, hijos. Ya ta-, taban acostaos, ¿qué andan haciendo?—.
Porque mi tía, mi tía | mis papás se quedaban adentro y mi tía se bajaba pa’bajo. Nos dejaba solos porque taba habiendo en aquellos entonces, cuando estaba doña Adelita, que taba muy enferma, que estaba se puede decir en agonía. Bajaba en la noche a darles sus vueltas pa no dejarla solita. Y nos dejaba solos a nosotros. Y nosotros, pos hacíamos nuestra voluntad. Todavía en ese entonces que te platico estaba toavía la escalera de madera allí, donde había el postigo donde bajaba uno pa’bajo. Por ahí se bajaba mi tía y por ahí subía. Y entonces nosotros, pos por curiosos. El que sí se quedó con las ganas, me imagino, no sé con el tiempo que también haiga tenido esa curiosidad, era el más grande. Era el más grande, porque se concretaba a decir: “Yo sí le creo a mi tía. Y yo no necesito verlo, yo sí le creo a mi tía”. Y nosotros éramos más chicos | la curiosidad | queríamos cerciorarnos si era, si era cierto. Y eso, como te digo, eso pasó también en esta calle en aquellos entonces.