Historia de los niños de La Soledad

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Digo la crueldad, la crueldad de los padres… No te digo que este hombre era de aquel, de aquel lao, del, del | no sé precisar del, del Tablón o de Agua Colorada. Era un minero, se vino aquí a la, la, a los, a los llanos de Santa Ana, se vino a los llanos de Santa Ana porque tenía | él era minero, ahí se vino, se arrimó allí, pero no se arrimó al pueblito, allí a los llanos de Santa Ana, los llanos de santa Ana son los que están más allá. No, los | Santa Ana es el que ta más abajo, que ta la, la, la mera, on ta la, la colita la presa. No, los llanos están más allacito. Entonces este se arrimó en la loma. Allí arriba, un hombre orgulloso, trabajador, pero orgulloso, borracho y golpeador. Entonces, allá se arrimó, sabía on taba un manantial, allí se arrimó hizo un jacal, allí se arrimó y todo eso y de allí él trabajaba, dicen que en ese entonces él trabajaba allí en este en, en valenciana, en la mina. Y siempre | y los niños los | la mujer los mandaba a la escuela a, los mandaba a la escuela allí a Santa Ana. Pos claro, con el polvaderón del camino, aunque fueran limpiecitos, todos polveaditos los niños. Y entonces, en ese entonces, se necesitaba | se taba exigiendo los, los uniformes a los niños. Pero como ellos no tenían..., y entonces es que una vez estaba una señora allí, una señora con la maestra y le dijo, le dijo: “Mira, mire, maestra, ese es el papá de los niños”. Entonces le dijo:

—Venga, señor, ¿puedo hablar un momentito con usted?—.

Dijo: —Sí, señora, ¿cómo no? —Pero iba borracho el hombre. Dijo:— ¿Qué se le ofrezco? —.

Dijo: —Mire —dijo— yo sé —dijo— cómo está la vida —dijo—, si no tiene para los uniformes de los niños —dijo— mándemelos cambiaditos y bañaditos—.

Esto le molestó al hombre. Dijo: —Está bien —y se fue.

Llegandito a su casa, lo primero que ya llevaba un varejón el hombre y agarró a los niños, porque tenía | él mismo les, les limitaba el agua, porque tenían unos toneles con agua, delimitaba el agua, que no la desperdiciaran. Y lue-, luego llegandito les dijo a los niños. Dijo: “Me hicieron quedar mal delante de la maestra”, dijo, “hijos de…”, pues maltratándolos a los niños. Dijo: “Se me encueran”. Encueró a los niños, encueraditos, sin nada, encueraditos. Ya niños, estamos hablando, ya niños de doce, doce, trece años, ¿me entiendes?, más bien de, de diez y doce años, ¿eh? Ya cuando los niños ya tienen vergüenza, y más la niña, que era la más grande. Los… | encueraditos, les dio una golpiza y los hizo que se bañaran de | con agua del tonel. Y se fue derechito a golpear a la mujer. Porque ella también era culpable. Los niños ya desesperaos de tantas golpizas que les daba, y esa que fue la peor porque se encueraron sin nada, salieron corriendo rumbo al arroyo para abajo. Todo pa’bajo. Pos todos espinaos, espinaos de sus pies y los golpes que llevaban. Y ya cayendo la tarde, los vio con malas intenciones, ellos llevaban malas intenciones los niños, ya era tanto sufrir… Le decían a la madre:

—Madre, deja a mi padre, vámonos. Mira cómo nos golpea.

—Ay, hijos, ¿cómo me voy y dejo mis marranitos? —Se preocupa, se preocupaba más por los marranos que por sus hijos. Tenía que soportar a aquel hombre, de tantos golpes.

Entonces estes, enton- | había, había otro personaje que entra en esta platica, que lo cono- | sí, lo tuvo | lo conocí yo personalmente, en Valenciana. Este | su padre, joven ya te digo, también joven, su padre lo llevaba y lo dejaba en El Nopal. A veces lo dejaba en la…, allí en Valenciana, al muchacho este. Porque le gustaba la… su hobby era la cacería. Y allí lo dejaba, allí lo dejaba al muchacho. Entonces, ¿qué es lo que pasaba?, ¿qué es lo que pasaba? Allí lo llevó al muchacho, a ver la obra allí, el muchacho. Era un personaje. Se cargaba su rifle, se cargaba una mochila, una, más bien una bolsa negra, donde llevaba su fruta y llevaba su parque y, y por un lao, llevaba una cantimplora con el agua, y al frente, aquí al frente llevaba unos, unos, unos, unos d’estos que | unos biniculares, aquí, al frente. Y su sombreri-, su gorrita que llevaba. A la vista se conocía el muchacho, llegó como dos o tres veces allí. Porque una vez le dijo don Teodoro que qué es lo que cazaba. Dijo:

—Mire —dijo— yo cazo —dijo— na más las puras palomas —dijo—.

—¿Y eso?

—Porque me las encarga mi tía —dijo—. En cuanto lo más —dijo—, yo, el conejo, la liebre, no la mato porque son rebonitas —dijo—. Lo que no me gustan son las vi, las víboras, las serpientes —dijo—, porque son reabusivas —dijo—, se comen a los conejitos chiquitos —dijo—. Yo los he visto, y esas sí —dijo—, esas sí —lo manifestó allí con nosotros, dijo—, esas sí las mato yo. —Dijo:— Esas sí las mato, pero yo jamás —dijo—, yo jamás los conejos…—.

Dijo: —No, mira. Para la, para la paloma, necesitas una retrocarga —dijo— porque con el rifle no puedes hacerle nada —dijo—. Así ¿cuántos tiros vas a gastar para matar una, una paloma? —dijo—. De esas sí hay bien altas en el campo—.

Entonces, ese personaje precisamente le tocó la suerte andar en esas lomas, cuando vio precisamente a los niños, que salieron de entre la loma, que salieron de entre la loma, desencuerados los niños, llorando y que no podían caminar, y él enfrente en la loma, de este lao, porque ellos venían de aquel lao de aquella loma y este se quedó vio-, viéndolos, y claro que los vio cerquitas. Tan cerquita los vio, que porque llevaba, llevaba los biniculares y los vio y él mismo que decía: “¿Cómo es posible que si vienen a bañarse esos niños a la presa vengan desnudos? Y sin poder..., y descalzos, y sin poder caminar”. Claramente se vio que los niños venían… sin un… | nada en la ropa. Venían… los niños. Y este alcanzó a ver las, las intenciones que traían los niños. Porque las intenciones de los niños era ya no sufrir. Las intenciones. Porque iban bajando derechitos al bordo de la presa, para bajarse y aventarse a la presa. Era ya su final de los niños. Ya no querían sufrir, se habían puesto de acuerdo los dos hermanitos. Entonces este, cuando vio las intenciones que tenían aquellos niños, entons bajó de la loma, porque ya se había dao cuenta que era una niña y un niño, y que eran niños ya grandes, que no eran chiquititos. Bajó corriendo, bajó corriendo a salvarlos y cruzó, cruzó el bordo, cuando ya, cuando ellos iban llegando ya casi al bordo. Y fue cuando les dijo:

—¿Qué van a hacer?

Y ellos sí le dijeron: —Ya no soportamos tantos golpes de mi padre —dijo—, prefiremos ahogarnos, que ya tantos golpes—.

Y al verlos, todo golpeados, todos golpeaos, maltrataos, descalzos, pinchaos de sus pies, que no podían caminar los niños, llorando y encuerados, sin nada en su cuerpo. Entonces este lo que hizo, que le dijo: —No. ¿Cómo voy a permitir que se vayan, se vayan a ahogar. No. No, no. —Se le atravesó y dijo— No, ustedes no sé por qué van a hacerlo —dijo—, no —dijo—, no, no y no—.

Y ya los jaló a los dos niños y se quitó la camisa, la camisa se la puso a la niña, pa que le quedara como vestidito, pa que le tapara a la niña, porque era una niña que ya, le daba vergüenza, porque ya él mismo lo manifestaba: se ponía su manita acá y se | pa, pa taparse. Y el niño lo mismo, ya le daba vergüenza. Y al niño le puso su camiseta. Y en vez de cruzarlos, por donde él bía bajado, cruzarlos el bordo, los bajó hacia abajo, hacia el lado de abajo del arroyo, a bajar hasta abajo del Siglo XX, on tan las minas del Siglo XX y abajaron tal a, a la mina tal que | la, la mina de San Martín Alcántara, que esa está en medio del cerro gordo y on tan las antenas, pa subir onde hace la, como la silleta, para tratar de que el padre si acaso los anduviera buscando, no los mirara. Pero él ya encendido, estaba dispuesto a que si su padre se le, se les, se les atravesaba, a lo mismo que se iba, se iba, se iba a enfrentar, por salvar a los niños, por defenderlos, a los niños, y así fue, se los bajó a los niños por todo el arroyo. Cami-, caminaba uno y ya no podía caminar. Alzaba uno y lo caminaba pero cerquitas, pa que no, pa que no se asustara el otro. Agarraba uno y lo, lo caminaba así, cerquitas como dice, cinco o seis metros se le ve y lo | alzadito. No podía cargarlos, porque él llevaba su bolsa, llevaba su rifle. Bueno, él también llevaba sus cosas, que iba cargao y tenía que alzarlos aquí. Y así los fue bajando. Los fue bajando. Cuando ya cayó la tarde, ya estaban fuera de la mina, que era la de San Martín Alcántara, debajo de la del Siglo XX. Allí, él ya tenía todo planeao, que ya desde allí no se veían tan bien las lomas para arriba. Ya tapaba un poco más las lomas. Y su padre desesperao, su padre del muchacho | ya había venido aquí, porque él lo esperaba aquí en este, en La Aldana, su padre ya había venido a buscarlo. Ellos se comunicaban por medio del chiflido y…, y por medio del horario: “A tales horas nos vemos”. El muchacho llegaba a su hora. “A tal nos vemos en tal parte y allí nos vemos”. Ya su padre ya se había regresao hasta La Aldana, hasta allá más bien, hasta la, hasta la mina de El Nopal y… anduvo buscando, revisando que no. Dijo: “No, si quedamos que en la Aldana”. Dijo: “Y por aquí tiene que bajarse”, regresó el señor con su, con su carro y se dejó el carro acá en Rocha, acá. O sea, que la parte onde ta el panteón nuevo, on ta la parte de arriba, allá iba el señor, desesperado, a buscar a su hijo y… chiflándole, porque ese cuando no lo veía, se comunicaban a base de chiflidos. Y el muchacho no le contestaba, porque no le quería contestar el chiflido para no alarmar. Con suerte venía el padre o con suerte los miraba el padre o los oía, el padre, le llamara la atención. Por eso no, no le contestaba. Entonces dice que cuando el papá lo vio, a su hijo, ya lo vio a lo lejos. Dijo: “Ese es mi hijo”. Pero lo vio sin camisa y que algo llevaba en las manos. Pos era cual- | no sé, no se puede decir cuál era, cualquiera de los dos, que llevaba a los niños, fue lo | ya lo, lo puso… Pero ya, como dijo, tras tumbando la lomita hacia este lado y se regresó. Fue cuando el papá arreció el paso, dijo: “Algo trae mi hijo”, dijo, “algo trajo”, dijo, “y se regresó, y ¿por qué anda sin camisa?”. Ya cuando se regresó el, el, el muchacho por la, por, por, por otro viaje, ya fue cuando salió el muchacho con la otra criatura, no se puede saber, precisar, cuál de ellos sería. Fue cuando el padre llegó y ya cuando vio, dijo: “Mire, papá, por esta razón no le contestaba el chiflido”. Dijo: “Yo desde el otro lado”, dijo, “ya oí que me chiflaba. No le contestaba porque mire como tan los niños, golpeados y sin | mire, ya no pueden caminar, todo espinaos de sus pies” Dijo: “Mire como tan de los golpes, que los, los golpeó su padre y encueraditos todos”.

Híjole, le dio mucho coraje y ese, el, el padre del muchacho era un licenciao, era un licenciao que vivía adenlantito, lo que sería adelantito de, de La Normal… Por esos rumbos de La Normal, por allá y, y entonces cada quien agarró uno, cada quien agarró uno de esos muchachos y lo bajaron hasta la ca-, hasta el carro abajo. De allí lo llevaron derechitos con Cervantes, que no es | en aquellos entonces estaba frente a San Francisco. Los llevaron allí a los niños pa que los curaran. ¿Qué les dijo Cervantes?: “Los voy a curar de todas sus pinchaduras que traen y los voy a curar de su espalda, de todos sus golpes que su padre le dio. Pero mi obligación es demandar al hombre y ahorita le abran la judicial para que detengan a ese hombre”. Y dijo Cervantes: “Es mi obligación”. Entonces el licenciao le pidió de favor que no lo hiciera, que él se iba a encargar de castigar a ese hombre. Era un licenciao bueno, era un hijo bueno, ¿me entiendes? Entonces, lo único que hizo es que se llevaron a los niños ya curaos, se los llevaron a, a su casa. No puedo precisar en qué casa vivían, si era delantito de Bobby Ramsay, pero por esos rumbos vivían ellos. O tantito para arriba o tantito para abajo de La Normal, por allí vivían ellos.

Hombres de, de, de, hombres de, de, de, de mucha economía, tenían, tenían de poder pues. Entonces, allí, fue cuando el, el licenciao planearon | el licenciao y su hijo planearon | consiguieron una persona para que fuera a ver a la maestra, a la maestra de los niños, exigiéndole. La mamá no sabía leer, su mamá de los niños, no sabía leer. Habló con la, ma-, la | la enviada del licenciado habló con la maestra de los niños y les dijo que necesitaba las actas de nacimiento de los niños, que eran urgentes. Entonces ya la maestra se prestó a llevar a la casa, pero la e-, la enviada que mandó el licenciao nunca le dijo a la maestra que los niños los tenía el licenciao. Ella ignoraba todo aquello, sabía la…, todo aquello. Entonces esta, la maestra, co-, como caminó, la señora le dijo:

—Mire, es que, por cosas, por razones de la escuela, los niños no han ido a la escuela —dijo— y necesitamos los, los, los, las actas de nacimiento.

—No, pos que ahí tan los documentos que tienen, ahí lo… | y todo esto…—

Y se los entregaron. La mujer sin…, no sabía leer y se los entregaron y todo. Pero le dijo la mujer esta que le envió el licenciao:

—Mire, señora, yo sé que su marido le pega mucho —dijo—. Mire, yo le consigo un trabajo, vámonos. Bien, un trabajo bien pagao y allí tú vas a tener donde quedarse, para usted y pa su niño el más chiquito. Vámonos, mire.

—No… —La misma pregunta | la misma contestación—. No, ¿cómo me voy a ir? Si, si, si, si los estos, si ¿cómo voy a dejar mis marranitos solos?—.

Allí fue pasando el tiempo y era tan tonta la señora, tan tonta, que le metió en la cabeza ese hombre borracho, le metió en la, la cabeza, le dijo que si no se los había comido un animal a los, a los, un animal a los niños, se habían ahogao, porque sí los vio que caminaron de p’abajo. Dijo: “Lo más seguro que se ahogaron”, dijo, “y olvídate”. Y la mujer no le quedaba otro remedio que, que, que a-, a- | ya na más a su marido. Creyéndole todo a su marido. Así es que fue pasando el tiempo, fíjate, el tiempo, y los niños, los metieron a la escuela. Y la mujer extrañaba a sus hijos, ¿y cómo salía?, si tenía prohibido que se sali-, que se saliera la señora a buscar a los niños. Se le hizo a la idea, la mujer se hizo a la idea de que se habían ahogao, y que nunca los iba a volver a ver a sus hijos. Se hizo a la idea. Era tan tonta la mujer, tan sumisa era que al grado que así aceptó que sus hijos ya habían muerto. Y así le decía el marido, porque era malo con ganas, dijo: “Tus hijos ya tan muertos” dijo. Dijo: “Tus hijos, ya te dije, si no se los tragó un animal pa la sierra”, dijo, “se ahogaron”, dijo. “Así es que olvídate de ellos”, dijo.

Así, y así lo aceptó durante algunos años así. Pero la, las, las golpizas siguieron igual. Ya en una ocasión, dispués cuando el niño fue creciendo, el otro niño, el otro niño fue creciendo. También recibiendo los golpes del padre. Y le dijo el niño, le volvió a repetir a la madre, dijo:

—Mira, madre, mis hermanos desaparecieron por culpa tuya, porque mis hermanos decían que, que, que dejaras a mi padre. Yo también, madre —dijo—, me voy a ir —dijo— y no me vas a volver a ver, madre —dijo—, porque yo no voy a soportar los golpes de mi padre—.

Fue cuando dispertó la mujer un poco y dijo: —Sí, tienes razón, hijo. Vámonos—.

Y esta mujer se vino, agarró, agarró a su hijo y dejó | ahora sí que se olvidó de los puerquitos y se vino a Valenciana, porque en Valenciana tenía una amiga, supuestamente que era su amiga. Dicen que esa mujer, cuando tuvo uno de sus hijos en el hospital, allí se conocieron, y que era de Valenciana y la conoció y platicaron. Pero una ocasión, nada más. Y esa preguntó por aquella mujer en Valenciana. No digo que le dio… | que no tenía espacio para ella, dijo claramente la mujer. No, no le dijo que no tenía espacio para ella. Dijo: “Te voy a dejar por esta noche”, dijo, “pero no puedo darte más tiempo aquí en mi casa”, dijo. Porque no quería compromisos con nadie, tenía problemas. Entons dicen que la mujer se salió muy temprano, se salió muy temprano en la mañana pa, pa | de a pie pa, para el centro pa Guanajuato, preguntando a ver, quería trabajar. A ver que, a ver que… le ocupaba en algo, pa limpiar una casa, o lavar, o algo. Como una suerte, como una suerte, frente a la inspección de policía, allí vivía una partera, una partera que se llamaba Catalina Olmos, Catalina Olmos, y que tenía un papel en la puerta allí, de su casa, onde decía allí, pero en aquellos entonces cuando todavía taba que taba | había un puente, que taba el río allí, onde decía que solicitaba una gente que lavara las sabanas, sabanas porque era partera. Todo aquello necesitaba que la, le lavara, una lavandera que necesitaba. Entonces allí, alguien le dijo: “Mire, vaya allí”, dijo, “mire, allí tan solicitando una persona pa lavar ropa”. Y allí fue, y sí fue recibida y ella le dijo, dijo:

—Yo soy una mujer sola —nunca le dijo que era casada, ni que había dejado al marido. Dijo:— Soy una mujer sa- | ca- | sola —dijo— y, mire, con mi hijo —dijo—. Si usted me acepta —dijo—, yo le lavo —dijo— pero… porfita, que busque un lugarcito donde quedarme —dijo—. No tengo dónde quedarme —dijo—. Y el alimento para mi hijo, que es lo que me preocupa —dijo.

Dijo: —No… —que le dijo doña Catalina, apoyada según se dice que de su padre de Catalina.

Le dieron alojo, le dieron todo a la señora. Era una señora, pues trabajadora, pero la tristeza no se le quitaba a la señora. Tenía aquella pena que se le botaba por encima. Entonces le dijo doña Catalina, dijo:

—Algo le pasa a usted, señora —dijo—, mire, el tiempo que tiene aquí —dijo—, aquí no le falta nada, señora, mire, tiene dónde quedarse, tiene alimentos, tiene todo. Usted su tristeza no se le, no se le acaba —dijo— ¿qué le pasa?—.

Fue cuando le dijo la señora. Dijo: —Mi tena, mi tristeza y mi pena es esto —dijo—. Fíjese —dice— que sí soy casada —dijo— y dejé a mi marido —dijo— por golpeador —dijo—. Hace muchos años —dijo, ya le dijo cinco o seis años, dijo—, cinco o seis años —dijo— golpeó mi marido —dijo—, golpeó mi marido a mis dos hijos —dijo— ya grandes, ya taban grandes —dijo—, y ellos corrieron y que yo nunca supe para dónde si fue pal monte o pal lao del abajo de la presa de, de La Soledad, y mi marido siempre me metió en la mente que hacía poco se habían ahogao.

—¿Y nunca los buscó, señora? —dijo—.

—No, nunca los busqué—.

Y ella, como enfermera que era, trabajó una ocasión para, para Cervantes. Y Cervantes le dijo, le platicó aquella, aquella anécdota de aquellos niños que habían llegao a su, a su, a su consultorio desnudos y golpeaos y ya está ahí, porque no había más que platicar. Eso fue lo que, lo que le platicó Cervantes a esta, a Catalina.

Desde allí, pos lógico que la Catalina se dedicó, se dedicó a buscar, a buscar en las escuelas. Porque dijo | no, no le dijo que estaban vivos, sino recordó lo que le había platicao Cervantes y se dedicó a las escuelas a buscar en las direcciones, hombre y los encontró. Encontró la dirección, dijo “aquí estaban”, porque se encontraron sus actas. Empezó en buscarlos y los encontró. Y e-, y ella mismo localizó al licenciado. Y, y le, y le dijo a la señora: “Yo sé onde están sus hijos, no tan muertos”. Ya los llevó, se conocieron. La mamá, los hijos la rechazaban por tonta. Al que odiaban era al padre. Entonces, ya, el licenciao les dijo: "Mire, trabaje para mí. Usted se va a ir con mi hermana a trabajar, con mi hermana que ta enferma”, dijo, “y los niños aquí se van a estar”, dijo.

Ya tenían un nuevo padre y todo eso. Pero la hermana los mandaba constantemente, la hermana del licenciao, para que hubiera contacto los niños y, los niños y la, y la madre y el hermanito. Con el pretexto del niño, se hicieron grandes amigos, grandes amigos. Los niños se recibieron de, de | estudiaron su carrera. Cuando ya se recibieron, se recibieron, el niño, aquel niño golpeao | el licenci- | se casó el muchacho, el licenciao lo mandó a unas empresas que tenían en Celaya. Dijo:

—Tú estudiates esta… —[¿pa que… yo no recuerdo, para...?] algo, algo referido a alguna empresa. Lo mandó para allá.

Y dijo el muchacho: —Yo me voy p’allá con mi esposa —dijo— pero me llevo a mi mamá y me llevo, y me llevo a mi hermano— dijo.

—Hay casa para todos —dijo— tú mueve la empresa—.

Y así fue cómo se lo llevó. Y la pregunta es… lo último ya para decirte, ¿no? Lo último. ¿Y la, y la niña? Ahí viene la, ahí viene la… Esto ya lo supe ya lo último por cuestiones de uno que se llamaba Tiburcio, que era el que, el empleao de, de allí. El trabajador de allí, se llamaba Tiburcio Bucho. El, el que | el salvador... fue el que se casó con la muchacha. Ese es el final. El salvador, que los salvó a los muchachos, es el que se quedó con la muchacha. Pero los niños quedaron... bien.

Ya lo último, se dice que el hombre murió solo por allá, murió solo por allá.