Audio
Clasificación
Fecha de registro:
Referencia catalográfica:
1249r
Informantes
Recopiladores
Notas
La informante sesea y neutraliza /l/ y /r/ en posición implosiva y final a favor de [r].
Anotaciones musicales
Partitura
Transcriptor de la partitura
Luis Moreno Moreno
Bibliografía
IGRH: 0202.9
Otras versiones de "Atentado anarquista contra Alfonso XII"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Estudios
CRUZ SÁENZ, M. S. (1984). El atentado contra Alfonso XII: Versión de Costa Rica. Josep María Solá-Solé: homage, homenaje, homenatge (miscelánea de estudios de amigos y discípulos), 2, 273-282.
GARCÍA SURRALLÉS, C. (1990). Atentado anarquista contra Alfonso XII. Estudio de un personaje del romancero vulgar. Tavira, 7, 13-22.
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Transcripción
El día quince de enero en Madrid se presentó
un joven bien parecido, natural de Badajoz.
El objeto que a Madrid, señores, le condució,
fue a matar a Alfonso XII, pero no lo consiguió.
Hizo un disparo con gran valor, y, por desgracia, no le acertó.
Y él, al momento, quiso huir, y lo detuvo un guardia civil,
lo llevan al tribunal y la causa se juzgó,
y le ha salido de muerte, pero el rey lo perdonó.
Indulto piden todos por él y el rey acerta con su poder,
pero el Congreso dice que no, por el gran crimen que ejecutó.
Lo ha convidado a cenar un amigo de prisión
y, estando los dos cenando, de esta manera le habló:
—Amigo mío del corazón, mira qué cerca estamos los dos,
pero mañana, triste de mí, larga distancia estaré de ti—.
El amigo le contesta: —Amigo, tener valor;
si lo dicreta la ley, amigo, resignación.
—Valor me sobra, —le contestó—, pero me queda en el corazón
un sentimiento triste y cruel, que son mis hijos y mi mujer—.
Estando el reo en capilla, cuatro cartas recibió,
y a las cuatro ha contestado, al parecer, con valor.
Cuando su mujer llegó, en capilla estaba ya,
pero los dos centinelas no la dejaron entrar.
Pero, al instante, se arrodilló al comandante del batallón
y le suplica que quiere ver a su marido la última vez.
Cuando Olivar vio a su esposa, horriblemente sufrió,
pero se dijo a sí mismo: —Olvídate, corazón.
Adiós, esposa del alma, Emilia del corazón.
—Adiós, Enrique del alma, adiós para siempre, adiós—.
El verdugo, en la capilla, a la una y media entró,
y Oliva estaba leyendo y el libro se le cayó.
—Vengo a matarte con gran dolor; perdón te pide tu ejecutor.
—Yo te perdono —le dijo él—, la ley te manda obedecer—.
Bajó del coche con gran valor, subió al tablado con devoción;
el cura dijo: —Piense usted en Dios—, y el centinela se desmayó.
Estando ya en el tablado, pidió permiso para hablar
y el público, muy sereno, al fin se lo quiso dar.
—Amigos míos, no hay que temblar, que somos muchos en sociedad,
que si hoy no ha muerto, ya morirá, y otro muy pronto lo matará—.
El sacerdote le dijo: —Oliva, piense usted en Dios—.
Y al decir: “su único hijo”, su alma se la entregó a Dios.
Ya se murió Juan Oliva, ¡qué lástima y qué dolor!
En la plaza del Congreso allí fue la ejecución.