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Esta persona que se acaba de morir hace dos semanas, se llamaba Antonio, le decían “el Napo”, un hombre con una mentalidad de niño, un hombre con una mentalidad de niño, creyéndose el este…, el Látigo Negro, ¿me entiendes?, veía las películas | ya solo | un hombre ya hasta, hasta casao, pero con una mentalidad de un niño exactamente, ¿eh? Como no tenía un caballo, se compró un burro, se vistió de negro, se compró una gorra y, y, y se puso las gafas aquí, aquí así. Ahí andaba recorriendo las lomas en un, con un canijo burro creyéndose así. Como quiera pasaba… pero ¿no crees tú que, en la presa de san Luis, qué suerte le tocó? Él ya murió. En una presa tan altísima, altísima, ¿eh?, digamos unos veinte, treinta metros de alto en la cortina, y en la parte la cortina abajo, desde el charco, onde cae la | cae el agua. Pues, tan tonto, que ahí dos veces estuvo a punto de matarse, tres veces. Porque se | primero se hizo unas alas pero querían que lo miraran, pa que me entiendas, no quería volar solo, querían que lo miraran, hizo unas alas de, de carrizo y la canija y se iba a aventar en la presa allí. Pero no al agua, sino pa’abajo. Y le dijo uno que le dicen “el Bizcocho”, que es primo mío, dijo:
—Mira, Bizcocho, ¿sabes qué? | —dijo, dijo— mira, mira, Antonio, mira, déjame. Que si quieres matarte, matate tú solo —dijo— pero no quiero verte.
—No, que sí voy a volar—.
En la parte bajita, porque se iba a aventar en la parte alta. Se aventó en la parte bajita y porrún, allí se… desgració el, el todo, se quebró el canijo Antón. Pos dispués, allí mismo, en aquella presa, tres cosas pasaron. Dispués, con la misma capa, haciendo del, del, del, del Látigo Negro, se aventó un clavao a sacar a un amigo de él que se estaba ahogando. El que se andaba ahogando era él, que se le enredó la capa en la cabeza. Vez que andaba cerca el Bizcocho ahí, le decían, le dicen el Bizcocho:
—¡Ay! Hijo de la canija, loco infeliz—.
De vuelta, ya lo trae jalando de la capa pa fuera… Y no sé cómo… siempre le fallaba. Bueno, lo último que le pasó, que se agarró un chamaco, aquí así, mira, aquí se lo subió a los hombros. El, el, el, el gordo de arriba es anchísimo, digamos tres metros o más arriba, lo que es arriba. Así es que de Rio Ancho, se lo puso aquí arriba, mira, en los hombros, pa que el chamaco se aventara un clavao. El chamaco se alcanzó a dar aquí a sí, mira, todo aquí así mira. No se quebró pero se alcanzó a dar en, en la cortina de, de la presa, porque no, no fue un apoyo, un apoyo como… pos, te imaginas, aquí así, el chamaco que se aventó, pos apenitas alcanzó a tragarse la orillita del, del borde de, de | se entró al agua. Pero, pero el, pero el Napoleón fue a caer hasta el charco abajo. ¿Te imaginas? Como treinta metros el salto, treinta metros. ¡Qué suerte le cayó! Cayó parao. Cayó parao. Y lo mismo… había gente, gente por ahí, que andaban allí bañándose abajo, pos lo sacaron al, al pobrecito.
Te digo que taba loco el pobrecito. Una mentalidad… Te digo que el Bizcocho, porque era un buen mís-, un buen músico, él, él tocaba en la | él era maestro en la universidad, daba clases de música, este, Ignacio. Entonces, un día se venía al agua y andaba y tocaba muy bonito, muy bonito | aquí venía… antes de morir mi papá, fue el que vino a cantarle aquí una semana antes, porque lo mandó llamar, su despedida. | Pues este día taba lloviendo que se venía el agua y le dijo al, le dijo al, al Na- | a este, a Toño, le decían Napoleón. Le dijo:
—Mira, te encargo mi guitarra —dijo— no se vaya a mojar, no traje el hule.
—No te preocupes, Bizcocho, échala para acá —la metió pa’dentro.
Dijo: —Mañana vengo a por ella.
—Ándele, pues—.
Porque él vivía aquí, aquí en la rue-, | aquí de… de San Ignacio. Hombre, ¿qué crees que le hizo a la guitarra? Por la parte de atrás le metió con un taladro, le hizo agujeritos, le hizo agujeritos así. Ya cuando llegó por su guitarra aquel, pues ya no sonaba bien. Dijo:
—No, hombre, Bizcocho, más vas a ver cómo suena tu guitarra. Mira —dijo— son inventos míos—.
Dice: —Uy, pues mi guitarra ya no suena… —como que le faltaba algo.
—No, ahora suena más bonito —dijo—, ahora lo oyes no solamente por adelante, sino por atrás —dijo—. Mira este, mira, como si fuera una bocina —dice—. Aquí la oyes por el frente, y ahí la oyes por atrás, por los agujeritos.
—Ay, echaste a perder mi guitarra…—.
Vio que taba medio loco. Y ahora sí, se | era más chiquito que yo, más chiquillo que yo, pero una caída… se cayó, se fracturó la, la espina… dorsal y se le pusieron los pies así, mira. Y, en una semana, dos, tres semanitas, mira, se fue Napoleón, ¿eh?
Yo tengo muchas historias de él, porque, porque él quería fregarme, canijo muchacho, yo nunca, nunca fui pletista, como te digo sí fui un pistolao, ahí ta mi padre Dios, empistolao. Te digo que le decía un tipo de verso a, a su compadre, que era el suegro, el abuelito de mi, de mi nieto, de mis nietos, el suegro de Oscar. Yo no lo conocía. Fue en el bautismo, yo creo. Venía a curarse acá al Chías, uno que le decían el Chías | yo fui y me eché un pegacito acá al Chías, dije “yo voy, voy camino debajo a buscar a mis amigos, yo solo no, no, no, no me pasa, un traguito no me pasa”, y por un compañero, ¿no?, o alguien, pa platicar. Cuando venía ellos… los dos, medio zaracillos. Yo iba pa’bajo. No, pos… como ya me traía ganas el… | quería darse un tiro conmigo el chamaco, ¿verdad?, yo lo juzgaba de a loco, entonces le di- | me dice así, pero en tipo de verso, le dice a su compadre:
—Compadre —dice— estas son veredas —y taba equivocao, era camino—. Son veredas, y si, si camino fuera, usted camino atravesao, compadre, y no hay quién se le atraviese—.
Digo: —No seas tonto, Toño —le digo yo—, estas no son veredas, este es un camino… Pero mira, te voy a decir una cosa, ¿por qué no vas a pasar, Toño?, ¿eh?
Ah, pos salieron corriendo por allá. Dieron vuelta y cayeron onde mí, ya me regresé yo, porque me iban a agarrar pedradas. Me metí yo acá el Chías, pero adentro del cuarto. Y ellos llegaron:
—¡Toñito!
—Ay, Chiritas, ven a [¿…?].
—Ah, es fácil, Toñito —y que la canija—.
Ahí tan y echan sus peguecitos, y dice:
—Miren, muchachos, cuando se vayan, no se vayan por ahí, que anda un, andan un par de muchachos ahí medios malosos que corretearon aquí a Luisito—.
Me miraban los pies, pero no me miraban la cara, yo estaba atrás de la puerta así, recargao. Y se asoma Toño y dijo:
—No, si fuel él el que nos correteó, él nos correteó a nosotros—.
Y ahí taba regañándome el Chíras:
—¡Ay! Que ta de hablador, que lo corretearon y usted fue el que los correteó.
Así fue. Ahí, y otra… y otra, y otra… Y ya… a mí ya ni me pelaba. Pos hombre, que se van yendo con la cuenta, se van yendo con la cuenta cuando dice [¿?]: “Asómese, que ya no los vi, van, van orinar p’allá”. Na… ya se fueron, se fueron, entonces me decía el Chías:
—Te doy una botella, porque vayas y [¿…?]—.
Dije: —No, anda, a la fregada, yo ya no quiero meterme con ese problema…—.
Canijo Toño…