Era una chica que la invitaron a una fiesta, y antiguamente no se tenía más vehículo que una burra, y iba sentada en la burra en la albarda, claro. Y según iba andando por la carretera con la burra, estaba el cura dándose un paseo, pues a mitad del pueblo, y la dice:

—¡Ojo, hija, ojo! ¡Ojo cómo te diviertes, eh! ¡Ojo cómo te diviertes!

Y ya llega, la encuentra el cura, dice:

—Oye, niña, no te pongas así, ¿no ves que vas dando escándalo? 

—Si que me ha dicho mi madre que me ponga eso.

Dice:

—Anda y baja, niña, de la burra, que te lo doy una puntada.

Bueno, ya fue la chica, bailó, se divirtió en el pueblo. A la vuelta dice:

—¡Qué paliza! ¡Qué paliza! ¡Uy, madre! ¡Me he divertido! ¡Qué bien me lo he pasao!

Y a la entrada del pueblo estaba el señor cura de paseo, dice:

—Hermanita, baje, baje, que le doy una puntada.

Y dice la madre:

—¡Ay, qué tío desgraciao! Pero, ¿no se te ha acabao la hebra?

Dice:

—No, señora madre, si tenía dos ovillos.