Canto a la mujer cordobesa

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Notas

La informante asegura que aprendió esta composición cuando era joven, gracias a un amigo suyo, que se la pasó escrita.

Es un versión de un poema de Julián Sánchez-Prieto, “El pastor poeta” (Ocaña, 1886-Colmenar Viejo, 1979), perteneciente a su obra de teatro Un alto en el camino (1928). Vid. “Ayer fue enterrado el pastor poeta”, El País, 1050 (19-9-79). Se popularizo a partir de la versión “Romance a Córdoba” de Pepe Marchena.

La informante neutraliza /l/ y /r/ en posición implosiva y final.

Transcripción

—Cortando por el camino,
¿llegaré a la carretera?—.
Dice: —Sí, ¿es que te marchas?—.    
Dice: —Sí, voy a la venta de la Estrella—.
Dice: —¿Sin comer?    
—Comeré allí y la espero a ella.
—Sebastián, oye un consejo,    
que te lo da un buen amigo:
olvida a esa mujer.
—¿Olvidarla? ¡Qué bien habla
quien está libre de una cegación!
Ovidarla no puedo ya,
¿cuántas veces lo intenté?     
y más antes mi pensamiento.
Y no la olvido ni un solo momento     
y sería mi perdición.
Pero, ¿más ciego que yo    
es el querer sin hartura
que le tienes a esa criatura?
—¿No la conoces? —No.
 
—Es artista y cordobesa,
 con andares de gitana    
y mira como una princesa
y habla con una soltura…
 
Si la vieras a caballo…    
En Córdoba la encontré.
—¿En Córdoba?    
—Sí, allí fue.
 
Cuando en la feria de mayo,    
las treinta mulas compré,
y, comentando la corrida,     
en la que Antonio Cañero,
sacando su jaca herida,
puso el rejón más certero
que hubiese puesto en su vida.
 
Y estábamos Patojil,    
Pedro, el del Puente Genil
y el Niño Sabio de Lora    
en las puertas de un mercantil,
tomándonos una de pastora. 
    
No te puedes figurar tú,
que aquello lo conoces,
cuando fuistes a comprar la yegua,
rumor de voces.
 
Por la calle Coldomán,    
como reguero de hormigas.
Las mujeres paseaban,     
y todas en su pecho llevaban
flores en lugar de espigas.
 
Y entre mujeres y flores,    
pasaron los domadores
por delante de nosotros,   
luciendo sobre sus potros
los atalajes mejores.
 
¡Qué de coches! ¡Qué de troncos!   
Iban los caballos broncos,
mostrando todo su brío,
mientras los cocheros roncos    
de tanto hablarle al gentío.
 
Y mientras aquella admiración,
un grito se oyó a la gente,    
y fue cuando, por la contención,    
se vio subir de la feria    
el cuerpo más soberano,
más gallardo y más serrano,     
que se vio del sol a la luz.
 
Sobre un potro jerezano    
del mejor hierro andaluz,
pues si un ángel lo mirara,    
los demás sentirían celos de él.
 
Y ¡qué garbo!, y ¡qué gallardía!    
Y aquella mujer tan bella
con hechuras tan completas,    
se va meciendo orgullosa,
como en la mejor maceta    
se mece la mejor rosa.
 
Su cara la contemplé      
cuando a mi lado pasó.
Lo que le dije, no lo sé,    
lo cierto es que me miró
y en sus ojos me enredé,    
como el día en la aurora.
Y soy tan esclavo ahora
como las perlas que lloran mis clavitos.   
 
Hablé con ella, fue mía.
Puse en ella mi afán y mi alegría    
y hoy, por mi gusto, daría    
más sangre que hay en mis venas.   
 
Y sé que no me pertenece
y que no es de mi opinión,
pero, ya no hay remedio,    
el hombre siempre obedece
cuando lo manda el corazón.
 
Y allí fueron los abrazos,    
y allí fueron los suspiros,
y allí fueron encontrados    
los dos amores queridos.