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Archivo sonoro perteneciente al Archivo de la Tradición Oral de la Fundación Joaquín Díaz (sign.: ATO 00058 21).
En las anotaciones de campo, se identifica con el título "La asadura del difunto".
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Era un padre, una madre y tenían un hijo. Y la madre estaba muy enferma… y se murió la madre. Entonces, no tenían | eran muy pobres, muy pobres y no tenían nada que comer, y el niño le dice al padre:
—Padre, si no tenemos nada que comer—.
Dice: —Mira, vete a la sepultura de tu madre, y córtale unas tajadas de la, de la nalga—.
Y entonces, el ga- | tenían un gallo que era muy, que era muy cotorro y muy canturrón. Y entonces, pues cuando ya pusieron la comida, pues el gallo empezó a cantar:
“Kikiriki,
carne de culo comen aquí.
Kikiriki,
carne de culo comen aquí”.
Y ento- | Ah, tenían | habían tenido invitados, habían tenido invitados. Esto es, y no tenían qué ponerles y entonces el padre le había dicho al… niño que fuera y le cortara a la madre unos filetes. Esto es. Bueno, pues lo invitados, pues claro, estaban diciendo “pues, ¿qué pasará?, ¿qué no pasará? Pues ¿por qué canta el gallo esto?”. Y estos se marcharon y no hicieron comentarios en la casa, pero claro, luego los hicieron fuera.
Entonces, pasó más tiempo, y no tenían tampoco nada que comer, y el padre le dijo al hijo: “Mira, vas a ir a donde tu madre y la vas a sacar la asadura”, dice, “porque es que no vamos a estar sin comer”. Y claro, el chico la sacó la asadura con muchos… angustias, el pobre, porque no, no lo quería hacer. Pero claro, lo hizo. Se comieron la asadura de su madre y ya se acostaron. Y por la noche, pues llamaron a la puerta, a la calle, al portal pero por la parte de fuera diciendo:
—Tan, tan—.
Y decía el chico:
—¿Quién, quién?—.
Y decía la madre:
—Soy yo, tu madre, que vengo a buscar mi asadura, ura,
que me la has robado de mi sepultura—.
Y decía: —¡Ay, padre!, ¿quién será?—.
Y decía el padre: —Déjala hijo, que ya se marchará—.
Y ella: —No me voy, no, que entrando en el portal estoy—.
Y otra vez:
—¡Ay! Tan, tan —llamaba desde más cerca ya— ¡tan, tan!
—¿Quién, quién?
—Soy yo, tu madre, que vengo a buscar la asadura, dura,
que me la has robado de mi sepultura, ura, ura—.
Y: —¡Ay, padre! ¿Quién será?
—Déjala hijo, que ya se marchará.
—No me voy, no, que entrando en la sala estoy—.
Y ya, y otra vez llamaba:
—Tan, tan.
—¿Quién? ¡ Ay, padre! ¿Quién será?—.
Y, o sea, lo mismo. Y ya llegaba a la habitación, y ya:
—¡Ay, padre! ¿Quién será?
—Déjala hijo, que ya se marchará.
—No me voy, no, que entrando en la habitación estoy—.
Y…
—¡Ay, padre! ¿Quién será?
—Déjala hijo, que ya se marchará.
—No me voy, no, que tirándote de los pelos estoy—.
Le agarraba de los pelos y, y le tiraba de ellos.