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Notas
Este registro ha sido recopilado en el marco del proyecto de I+D (Excelencia) del MINECO “Documentación, tratamiento archivístico digital y estudio lexicológico, histórico-literario y musicológico del patrimonio oral de la Andalucía oriental” (referencia: FFI2017-82344-P).
Agradecemos la valiosa colaboración de Rosa Crespo Moreno, responsable del Centro de Adultos de Santo Tomé (Jaén), y de Jovita Rodríguez Bautista, coordinadora de Centros de Adultos de la comarca de la Sierra de Cazorla.
Bibliografía
IGRH: 0000
Otras versiones de "El golfillo del tranvía"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Transcripción
Era un chaval muy alegre que se ve todos los días
por las calles de Barcelona enganchado a los tranvías.
No tiene padre ni madre, según la gente decía,
y por nombre le pusieron el golfillo del tranvía.
Todos los días se iba enganchado a los tranvías
a la barriada de Santo, donde una fábrica había.
En la fábrica un jardín, en el jardín una verja,
por dentro una muchacha más linda que las estrellas.
Apenas vio al golfillo con su boquita de risa,
le dio en un papel envuelto las sobras de la comida.
—¡Que Dios te lo pague, ángel! —el golfillo le decía.
Y, besándole las manos, estas palabras decía:
—¡Qué buen corazón tienes! No quiera Dios que algún día
yo te viera en un apuro, que hasta mi vida daría—.
No se pasó muchos meses ni tampoco muchos días
cuando un incendio voraz a la fábrica envolvía.
La niña estaba en peligro de morir entre las llamas
y sus padres, afligidos, a la Virgen suplicaban.
Cuando ya creían todos que la niña estaba muerta,
vieron salir al golfillo, que sacaba un lío a cuestas.
Y, delante de los padres, desliaron el bultillo;
vieron a su hija sana, salvada por el golfillo.
El niño lleva las ropas muy quemadas en su cuerpo,
lleva grandes quemaduras producidas por el fuego.
El padre quiere pagarle su buena acción con dinero,
y el muchacho le responde: —No quiero nada, caballero.
Yo no quiero nada más que me de su hija querida
hasta que pueda trabajar las sobras de la comida.
—Papaíto de mi alma, tráete a casa a Manolito;
tú tendrás un hijo más, yo tendré un hermanito,
porque ha dado su vida solo por salvar la mía
tan solo porque le daba las sobras de la comida—.
Al niño lo protegieron, lo meten en un colegio;
al cumplir dieciséis años, ya era un hombre de provecho.
El padre de la muchacha muere de una enfermedad
y él ha quedao responsable de la contabilidad.
La niña cumple veinte años y el muchacho, veintidós;
los dos se han enamorado con una loca pasión.
Piden permiso a la madre y esta pone impedimento:
que su hija era mu joven; no permite el casamiento.
Un día que fue la madre a visitar la oficina,
la acompañaba su hija, su hijita querida.
Y ya que se vieron juntos, esta madre, con dolor,
entre suspiros y penas, les dice esta confesión:
—Ya lleva bastante tiempo de sufrir mi corazón,
pero ha llegado el momento de que lo declare to.
Ahora os voy a decir, aunque todo lo he callado,
que casaros no podéis porque los dos sois hermanos.
Yo diré por mi culpa, hijo de mi corazón,
solo por salvar mi honra; la culpa la tuve yo.
No lo hice por desprecio, lo hice por no manchar
la honra de mi familia, pero me perdonarás.
—Te perdono, madre mía, por lo mucho que has sufrido;
porque has callado aun sabiendo que yo era tu hijo querido—.
Nada cambia de ilusión, y le agrada todavía
que le llamen por su nombre, el golfillo del tranvía.