Audio
Clasificación
Fecha de registro:
Referencia catalográfica:
1410c
Categoría:
Informantes
Recopiladores
Notas
La informante lo titula Los Calvarios y asegura que se rezan en el convento de los agustinos de Valladolid.
Registro sonoro perteneciente al Archivo de la Tradición Oral de la Fundación Joaquín Díaz (sign.: ATO 00003 19).
Título indicado en las anotaciones de campo: "Sígueme y verás".
Muchos de los temas de esta entrevista fueron también transcritos en el Catálogo Folclórico de la provincia de Valladolid.
Con respecto a las canciones, la informante declara que se solía reunir en Rueda con otros músicos para cantar jotas, sirviéndose de panderetas, guitarras, bandurrias y violines, mientras que un grupo de chicas bailaba. Ella solía cantar y tocar la pandereta.
Transcripción
El pretorio en casa de Pilatos
será la primera estación que andarás
y verás que azotaron mi cuerpo tan fuerte,
seis fuertes verdugos hasta se cansar.
Sígueme y verás
que Pilatos sentencia mi muerte,
me dio procurando a César agradar.
Reina del cielo,
estrella del mar,
líbranos, señora,
del pecao mortal.
La primera estación es adónde
apenas oyeron la sentencia dar.
Los sayones la cruz me pusieron
en hombro y aprisa me hacían caminar.
Sígueme y verás
que una soga le echaron al cuello,
de la cual tiraba algún hombre incapaz.
La tercera estación verás almas
que cómo a empellones me hacían caminar.
El madero que a cuestas llevaba,
el peso tan grande me hizo arrodillar.
Sígueme y verás
que, a puñadas, a palos y a golpes,
aquellos tiranos me hacían levantar.
En la cuarta estación considera,
fue cuando mi madre me vino a encontrar
en la calle amargura, injuriado.
Vertieron sus ojos copioso cristal.
Sígueme y verás
que, aunque llena de angustias y de penas,
siguiendo mis pasos fue su majestad.
En la quinta estación, alquilaron
para que la cruz me ayudase a llevar
a Simón Cirineo, hicieron
porque movidos fueran a piedad.
Sígueme y verás,
que lo hicieron temiéndose todos
sería yo muerto antes de llegar.
En la sexta estación, una santa,
mujer fervorosa, llegóse a limpiar
el sudor de mi rostro sagrado
en un lienzo blanco, llena de humildad.
Sígueme y verás
que mi rostro estampando en tres faces
quedó testimonio de aquesta verdad.
La séptima estación es adonde he caído,
en el suelo tal vez me hallarás
y, del golpe que allí di tan grande,
después no podía ni aún un paso dar.
Sígueme y verás,
muy llagado mi cuerpo y mi rostro,
herido, escupido, renegrido está.
En la octava estación, me salieron
allá unas mujeres con gran caridad,
que, afligidas, sentían mi muerte,
haciendo sus ojos fuentes al llorar.
Sígueme y verás.
Yo las dije: —No lloréis mi muerte,
si por vuestros hijos, supongo lloráis.
La novena estación es adonde
estando mi cuerpo desangrado,
ya fatigado y muy falto de fuerzas,
con la cruz a cuestas, volví a arrodillar.
Sígueme y verás
que esta fue la tercera caída
y llegué con mi boca el suelo a besar.
La décima estación es adonde,
habiendo llegado al Calvario ya,
al quitarle a mi cuerpo las ropas,
volvieron mis llagas más a renovar.
Sígueme y verás
que la hiel con el vino agriado
aquellos sayones a beber me dan.
La undécima estación es adonde
la cruz en el suelo postrada hallarás
y, sobre ella, tendido mi cuerpo,
verás que, sin manos, clavado está.
Sígueme y verás
que, al oír del martillo los golpes,
quedóse mi madre del dolor mortal.
Estas son las décimas doce,
habiendo llegado, considerarás
cómo en alto la cruz levantaron
clavado mi cuerpo
por mí avergonzar.
Sígueme y verás
el dolor que sintió allí mi madre,
al verme clavado y en cruz levantar.
Estación es la décimatercia,
donde fervorosos fueron a alzar
de la cruz mi sagrado cadáver
dos santos varones con gran lealtad.
Sígueme y verás
que mi madre me tuvo en sus brazos
mientras dispusieron llevarme a enterrar.
Estas son las décimas cuartas,
donde sepultura me fueron a dar.
Me llevó en un santo sepulcro
que en el cual estuve tres días no más.
Sígueme y verás
que dispués de dejarme enterrado,
lloraba mi madre su gran soledad.
Estos son los grandes dolores, tormentos
y muerte afrentosa que quise pasar
en cuanto hombre, fue solo por darte
la vida y sacarte de cautividad.
Sígueme y verás
que si humilde contemplas en ellos
siempre de tus oraciones participarás.
¡Oh, piadoso, divino cordero,
Jesús, Dios y hombre, que solo mandáis
que el que venga [¿…?]
Señor, obedezco, las voy a tomar.
Y con voluntad,
los deleites y el mundo,
los vicios y las vanidades
los echo a olvidar.
Yo pequé contra vos, Padre mío,
perdón de mis culpas quería yo otorgar.
Yo propongo firmísimamente
jamás ofenderos, nunca más pecar.
Y con voluntad,
las catorce estaciones
y cruces de la Vida Sacra
siempre visitar.
Que su majestad
nos dará en esta vida su gracia
y, después, en la gloria
nos dejará entrar.