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Notas
Los cuatro primeros versos pertenecen a la canción Contar mentiras.
Este registro ha sido recopilado en el marco del proyecto de I+D (Excelencia) del MINECO “Documentación, tratamiento archivístico digital y estudio lexicológico, histórico-literario y musicológico del patrimonio oral de la Andalucía oriental” (referencia: FFI2017-82344-P).
Agradecemos la valiosa colaboración de Rosa Crespo Moreno, responsable del Centro de Adultos de Santo Tomé (Jaén), y de Jovita Rodríguez Bautista, coordinadora de Centros de Adultos de la comarca de la Sierra de Cazorla.
Bibliografía
Otras versiones de "Hermanos separados"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Transcripción
Ahora que estamos despacio,
vamos a contar mentiras.
Por el mar corren los peces,
por los montes las anguilas.
Les voy a explicar un suceso de dolor,
que solo de referirlo entristece el corazón.
Se trata de un matrimonio que dos hijitos tenían,
con la sudor de su frente a los dos los mantenían.
Y un día aquel matrimonio, los dos se dijustaron,
con razones o sin ellas, quedaron deseparados.
Y yéndose el mayorcito con su querido padre,
quedándose el más pequeño con su cariñosa madre.
Esta pobre mujer no podía descansar ni de noche ni de día
pensando en aquel hijo, que olvidarlo no podía.
Y un día que estaba sola de esta manera pensaba:
empezó a escribir cartas y cartas por todo el mundo, pero nadie le contestaba.
Llena de sentimiento y dolor de pensar en aquel hijo que se fue,
cayó enferma en la cama y enseguida se murió,
dejándose abandonado al otro hijo de su corazón.
Transcurrieron unos meses y este niño, al verse solo, de esta manera pensó:
un día se fue al muelle y en un barco se montó.
Cuando vino a darse cuenta, se encontraba en Nueva York.
Ha llegado a la Argentina, paseando por allí
ve un letrero que decía: "Hace falta un aprendiz".
Como era tan atrevido (………………………………)
y, sin reparar en nada, en aquel taller entró,
preguntando por el dueño, que enseguida se presentó.
Y el joven le dice así: —Aquí me encuentro solo,
no tengo padre ni madre. ¿Si ustedes me quieren por aprendiz?—.
El dueño le preguntaba: —¿Tú cuánto quieres ganar?—.
Y el joven le contestaba: —Lo que ustedes quieran darme y bueno va,
que yo quiero, como todos los hombres, enseñarme a trabajar—.
Al ver aquel jovencito tan pequeño con tan buena explicación,
lo cogió de la mano y a su despacho se lo llevó,
le arregló todos los papeles y colocado lo dejó.
A otro día, salió a trabajando en unas naves, que allí trabajaban
todos los días, diariamente veinticinco o treinta obreros.
Al ver aquel chaval tan competente, lo pusieron de pinche.
[Com.: Todos lo querían con locura porque era un niño muy… obediente para todo lo que le mandaban.]
Ya llevaba siete u ocho años trabajando de pinche,
todos los días hablaba allí con su padre y con su hermano,
y ellos no se conocían nada más que por paisanos.
Pero un domingo por la tarde, lo invitaron a tomar café
y el joven, como paisano, con ellos se fue.
Y al poco rato de llegar a la cafetería, el joven recordó
de escribir una carta a un amiguito que en Alicante dejó.
Y estando poniendo las señas, el padre, que estaba al lao, se ha fijado bien,
y se dio cuenta que ponía sus apellidos y también los de su mujer.
El padre, con mucha pena, al joven le preguntaba:
—¿Cómo se llaman tus padres?—. Y el joven le contestaba:
—Antonio Pérez García son los nombres de mi padre,
Rosa Rodríguez Fernández, así se llamaba mi madre.
Le voy a enseñar una foto que conservo todavía,
que ustedes siendo de aquel barrio quizá la conocerían—.
Se echó mano a la cartera y él la foto le enseñó,
y al momento de verla, enseguida recordó
que aquella era la mujer que en Alicante dejó.
Se levantó de la silla y a su cuello se tiró:
—Yo soy tu querido padre sin que lo puedas dudar,
y este joven es tu hermano, el que por ti ha de mirar—.
Se abrazaron fuertemente los tres y quedaron admiradas
casi toda la gente que había en aquel café.