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Informantes
Recopiladores
Notas
La informante asegura que esta canción es muy antigua y que la aprendió durante la faena de la uva.
Este registro ha sido recopilado en el marco del proyecto de I+D (Excelencia) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades “Documentación, tratamiento archivístico digital y estudio lexicológico, histórico-literario y musicológico del patrimonio oral de la Andalucía oriental” (referencia: FFI2017-82344-P), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Bibliografía
Otras versiones de "El confesor de su madre"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Transcripción
Elena tenía amores con un joven muy gallardo,
este se llamaba Flores, por apellido, Navarro.
Esos dos se festeaban, se amaban con ilusión,
y en sus brazos estrechaban al mundo sin precaución.
Cuando más tranquilo estaba, ella encinta quedó;
trataron de casamientos y este milagro se dio.
—Ahora que he perdío mi honra, ahora, ¿qué vamos a hacer?
Antes que llegue la hora, hacerlo de padecer—.
Llegó la hora dichosa, que ha dado a luz un varón;
quedando bien en el acto, Elena se levantó.
Cogió a su hijo en los brazos y se lo ha llevado al monte
y, en medio de aquel barranco, se lo dejó a media noche.
Liadito en un pañal, lo dejó encima una mata.
Esta mujer criminal se marchó para su casa.
Al cabo de poco tiempo, un pastor que allí se hallaba
desde muy lejos oía cómo aquel niño lloraba.
Acercándose el pastor a los gritos de aquel niño,
cogiéndolo en sus brazos, lo besaba con cariño.
Se marchó para su casa, iba loco de contento
a enseñarle a su mujer aquel infeliz encuentro.
Los dos, muy compadecidos, para la iglesia se fueron
a bautizar a aquel niño, que lo amaban con anhelo.
Cuando doce años tuvo, le decían con locura:
—Te vamos a dar de estudios para carrera de cura—.
En la catedral del Carmen pidieron por caridad
que si estudios querían darle a aquel niño por piedad.
Por fin le dieron estudios y lograron su intención,
y muy pronto ha salido cura de la población.
En la catedral del Carmen, una mañana amaneció;
una señora elegante de rodillas se postró.
Un cura muy jovencito que al confesionario entró
y le dice a la señora: —Habla usted en nombre de Dios.
—Padre, tengo una gran pena, he sido una criminal,
más indigna que una fiera en esta tierra fatal.
No tengo perdón de Dios porque he sido una incruel,
que se la lleve el Señor con el mismo Lucifer.
Yo tiré a un hijo mío el veinticinco de agosto
del mil ochocientos cinco en el barranco del Rostro.
El cura quedó parado sin aliento y sin valor
al oír aquel milagro que la señora exclamó.
—Señora, es usted mi madre, por lo que se explica usted.
—¡Nuestra señora del Carmen! —ha exclamado esta mujer.
Madre e hijo se abrazaron sin poderse separar.
Este milagro logró nuestra señora del Carmen.