En el monte murió Cristo,

Dios y hombre verdadero;
no murió por sus pecados,
sino por los míos y ajenos,

clavaíto en una cruz
con duros clavos de hierro.
Padre mío de mi alma,
humilde, manso cordero,
yo soy esta pecadora
que tan ofendido os tengo.
Hasta la tierra que piso,
padre mío, no merezco.
Si algún día [¿reusito?]*
vuestro santo sacramento,
es la hostia consagrada
que se venera en su templo.
A vos, Virgen del Rosario,
este rosario te ofrezco.
No tengo nada que daros,
Señor, porque todo es vuestro.
Un alma tengo prestada
y en la hora la entrego
para que vaya y descanse
en vuestro sagrado reino.