La prometida falsa, la verdadera y el hermano convertido en perdiz [ATU 403]

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Referencia catalográfica: 1529n

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Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.

Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

Transcripción

Érase una vez un hombre que tenía dos hijos: un niño y una niña.

Uno de esos días de Dios el muchacho se fue a la mezquita para estudiar y se quedó allí con los demás estudiantes. En cierta ocasión los alumnos estaban en clase, y el maestro les preguntó cómo eran sus hermanas, porque tenía la intención de casarse con alguna de ellas. Los estudiantes fueron contándole uno por uno cómo eran sus hermanas. Uno le dijo que su hermana tenía tal profesión. Otro le dijo que la suya sabía cocinar… Cada uno de ellos le dijo algo sobre su hermana. El muchacho tenía una hermana bella como el sol, que hacía que se cayeran luises de oro[1] cuando caminaba de una esquina a otra de la casa. Cuando ella lloraba, se ponía a llover y, cuando se reía, salía el sol. Pero al muchacho le daba vergüenza decirle aquello a su maestro.

Todos los estudiantes se pusieron a contar las virtudes de sus hermanas. Todos menos él, y por eso su maestro le pegaba con un palo. Así que poco a poco el muchacho fue perdiendo mucho peso. Cuando su hermana lo vio en aquel estado, le dijo:

—Hermano, siempre te doy lo mejor de la comida. Y te cuido muy bien… Pero has adelgazado mucho. ¿Por qué?—.

Su hermano le dijo:

—¡Hermana mía! Es que mi maestro me pega sin descanso. Todos los días en clase pregunta a los estudiantes cómo son sus hermanas. Y como yo no le digo nada, pues me pega.

Su hermana le dijo:

—Y ¿por qué no se lo dices? Dile: “Tengo una hermana que, cada vez que camina de una esquina a otra de la casa, hace que caigan luises de oro; y cuando llora, se pone a llover. Cuando sonríe, sale el sol; y cuando se peina, hace que caigan diamantes”.

—Entonces ¿quieres que le diga eso?

—Pues sí, díselo.

Al día siguiente, cuando fue a la mezquita, el muchacho le dijo a su maestro:

—Perdone, pero tengo algo que decirle.

Y dijo el maestro:

—¡Anda, dime!

—Como siempre insiste en que le diga algo sobre mi hermana, pues hoy, por fin, he decidido que se la voy a describir. Tengo una hermana que, cuando camina de una esquina a otra, hace que caigan luises de oro y, cuando llora, se pone a llover. Cuando sonríe, sale el sol y, cuando se peina hace que caigan diamantes.

Y el maestro le dijo:

—¡Cuidado! ¡No se os ocurra prometerla a nadie en matrimonio! ¡Quiero casarme con ella!—.

El muchacho se fue a ver a su padre y le contó lo que le había dicho su maestro. El padre le dijo que a él le parecía muy bien aquella idea. La mujer del padre pensó: “¡Ah! Conque ¿es eso? ¿Así que quiere casarse con ella? Pues ya veremos, ya…”.

Cuando ya solo quedaba una semana, o diez días, para la boda, la muchacha le preguntó a la mujer de su padre:

—¿Qué es lo que se debe hacer antes de casarse?—.

Y su madrastra le contestó:

—Hija mía, antes de casarse, las novias dejan de comer. Las mujeres solo deben comer sal[2].

Pero no era verdad. La había engañado. Le dijo que no debía comer durante siete días, que solo debía comer sal. La muchacha le dijo:

—Entonces ¿qué es lo que tengo que hacer?.

Y su madrastra respondió:

—Pues solo tienes que comer una pizca de sal. Nada más. Y ¡cuidado! ¡Ni se te ocurra beber agua!—.

Así que durante siete días la muchacha solo comió sal y pan. Estaba muerta de sed… Pero ¿qué podía hacer? No podía hacer nada. Al final acabó convirtiéndose en una perdiz con patas rojas, color de alheña. Y se echó a volar.

Luego llegó el maestro y tomó por esposa a la hijastra. No le quedó más remedio que casarse con la hija de la mujer del padre[3], en lugar de casarse con la otra muchacha, porque se había convertido en perdiz.

Y una vez en casa el marido le pidió a su esposa que caminara de una esquina a otra. Su mujer obedeció, pero no cayó nada. Después le pidió que se pusiera a llorar, pero no empezó a llover. Luego le dijo que se riera, pero no salió el sol. Y cuando se peinaba, lo que caían eran insectos. Entonces el maestro pensó: “Conque ese muchacho me ha engañado… ¡Pues que se prepare!”. Y ¿qué hizo entonces? Se fue a buscar al hermano, lo colgó de un árbol y luego prendió fuego por debajo para que el humo subiera y el muchacho se fuera asfixiando poco a poco. Pensaba que no estaría bien que muriera rápidamente, porque lo que se merecía era sufrir antes de morir.

El maestro era un hombre rico que tenía jardines, huertas… Tenía de todo. Tenía hombres que trabajaban para él. Labraban sus campos y cultivaban sus huertas, y además hacían un trabajo magnífico. Entonces la perdiz se quedó pensativa: “¿Cómo voy a salvar a mi hermano, que está colgado encima del humo? ¿Cómo?”. Así que se quedó esperando hasta que los trabajadores acabaran de labrar el campo y terminaran su trabajo. Ella, mientras tanto, se quedó en el árbol diciendo:

 

—¿Quién sabe lo que le pasó a mi hermano?

Está sobre el humo colgado.

¡Desbordaos, jardines, desbordaos!.

 

Y se echó a llorar… De repente empezó a llover a cántaros. Llovió con mucha fuerza, y todo lo que habían hecho los trabajadores desapareció en un momento. El agua arrasó con todo, y solo quedaron en pie los árboles que habían plantado. Al atardecer el maestro fue a ver sus tierras y vio que todo estaba deshecho y desolado. Se dirigió a sus trabajadores y les dijo:

—¿Se puede saber qué estáis haciendo?—.

Y ellos respondieron:

—Nosotros hemos hecho un trabajo tan bueno que ningún otro hombre habría podido hacer. Pero por aquí suele venir un pájaro que dice cosas que no entendemos. Justo en ese momento se escucha un trueno, y al rato empieza a llover a cántaros ¡Y se hace de noche en un abrir y cerrar de ojos! Después el trabajo que hemos estado haciendo durante toda la jornada acaba echándose a perder.

Y dijo el maestro:

—Conque ¿es eso lo que está ocurriendo?

—Pues si no nos cree, la próxima vez venga con nosotros y podrá verlo con sus propios ojos.

A continuación volvieron a ponerse manos a la obra e hicieron un trabajo estupendo. En cuanto hubieron terminado, le preguntaron al maestro:

—¿Le gusta cómo lo hemos dejado?

—Me gusta mucho. Es cierto que no existe en el mundo un trabajo mejor que este.

—Pues ahora espere un poco, que enseguida llegará el pájaro.

Al momento llegó la perdiz, se posó en el árbol y empezó a decir:

 

—¿Quién sabe lo que le pasó a mi hermano?

Está sobre el humo colgado.

¡Desbordaos, jardines, desbordaos!.

 

Y se echó a llorar. Entonces se puso a llover, y todo el trabajo de los labradores se echó a perder.

El maestro, cuando vio aquella escena, se fue a ver al herrero y le pidió que le hiciera una jaula que se abriera y se cerrara sola. El herrero le construyó una jaula que se abría sola y se cerraba desde el interior.

Al día siguiente los trabajadores volvieron a labrar la tierra, y la perdiz dijo lo mismo de siempre. Luego comenzó a llover, y todo lo que habían hecho los trabajadores desapareció en un momento. Al cabo de un rato, la perdiz vio la jaula y le gustó muchísimo. Se metió en ella, pero, de repente, la puerta se cerró. Y ya no pudo salir.

El maestro se llevó a la perdiz a su casa. Allí la hermanastra de la muchacha convertida en perdiz dio a luz a una niña. Entonces el maestro metió a la perdiz dentro del akufi[4]. Después le dio trigo y tapó el akufi. Al terminar le advirtió a su mujer:

—¡Si le pasara algo a esta perdiz, te comería a ti y me comería hasta la tierra por la que caminas!—.

Su mujer le respondió que ella no le iba a hacer nada.

Pasó el tiempo, y un día la niña de la hermanastra se puso enferma. Bueno, solo fingió que lo estaba. Entonces la hermanastra de la muchacha convertida en perdiz le dijo a su marido:

—Por favor, sacrifica a esa perdiz para que nuestra hija se cure.

Su marido le respondió:

—¡Pues que no se cure! Si nuestra hija quiere morirse, por mí que se muera…—.

Y su mujer le dijo:

—¿Por qué dices eso? Tenemos una perdiz en casa, y si la sacrificamos, seguro que nuestra hija se curará.

—¡Que se muera! ¡No me importa!—.

La mujer no le dijo nada más y esperó a que su marido se marchara. Entonces llamó a sus sirvientes para que sacaran a la perdiz del akufi, y luego la degolló justo a la entrada de la puerta.

La sangre de la perdiz se convirtió en una mata de juncos. Y los juncos cubrieron completamente la entrada de la casa. Cuando volvió su marido, no pudo pasar a casa y pensó: “¿De dónde habrán salido todos estos juncos?”. No se había enterado de lo que su mujer le había hecho a la perdiz. Así que le preguntó:

—¿De dónde han salido todos estos juncos?—.

Y ella le respondió:

—Y ¿yo qué sé?—.

Después el maestro llamó a sus sirvientes y les dijo que cortaran la mata. Ellos la cortaron, pero al día siguiente los juncos volvieron a crecer. Y de nuevo los trabajadores volvieron a cortarlos. Pero cada vez que los cortaban, los juncos volvían a brotar. Al final el maestro se fue a ver al anciano sabio y le contó lo que estaba ocurriendo. Le dijo:

—¡Oh, viejo sabio! Si supieras lo que ha sucedido… En la entrada de mi casa ha crecido una mata de juncos. He ordenado a mis sirvientes que la corten, que no dejen ni rastro de ella. Pero cada vez que la cortan, a la mañana siguiente, los juncos vuelven a crecer en la entrada y me cierran el paso a la casa. ¿Qué tengo que hacer?—.

El sabio le respondió:

—¿No habrás hecho algo malo, por casualidad?

—Pues no, yo no he hecho nada.

Y el sabio insistió:

—¿No habrás hecho sufrir a alguien?—.

Y dijo él:

—He castigado a un muchacho. Lo he dejado colgado y he prendido fuego debajo para ahumarlo.

El sabio le dijo:

—En ese caso, vete inmediatamente a buscarlo y descuélgalo para que corte él la mata de juncos. Y luego ya verás…—.

El maestro se fue a buscarlo. Descolgó al muchacho y después le pidió que cortara los juncos. El muchacho empezó a cortarlos y a cortarlos hasta que llegó a la mitad del montón, donde la mata era la más gruesa. ¡Y allí estaba su hermana, la perdiz, convertida otra vez en muchacha!

Y justo en el momento en que su hermano estaba a punto de cortarla a ella, su hermana gritó:

—¡Despacio, hermano, despacio! ¡Que soy yo!—.

Al instante salió del montón de juncos una mujer muy guapa. El muchacho dijo:

—Esta era la que estaba entre los juncos.

Y el maestro le preguntó:

—¿Se puede saber quién eres tú? Y ¿qué haces ahí?—.

La muchacha le dijo:

—¿Que qué es lo que me ha traído aquí? La que está en esa casa es mi hermanastra, la hija de mi padre. Cuando le pregunté a mi madrastra qué hacía la gente cuando se acercaba el momento de la boda, ella me respondió que las mujeres solo tenían que comer sal.

Su marido le preguntó:

—Y tú ¿qué hiciste?—.

Y ella le dijo:

—Mi hermano se fue a estudiar a la mezquita. Una vez allí todos los estudiantes se pusieron a hablar de sus hermanas; todos menos él. Cuando le pedí que él también te hablara de mí, te dijo que su hermana hacía que cayeran luises de oro cuando caminaba de una esquina a otra, que hacía que se pusiera a llover cuando lloraba, que, cuando sonreía, hacía salir el sol y que, cuando se peinaba, caían diamantes.

Entonces el maestro le dijo:

—Pues si es así… A ver, ¡péinate!—.

Ella empezó a peinarse, y al momento empezaron a caer diamantes.

Y luego le dijo:

—¡Ahora ponte a llorar!—.

Ella comenzó a llorar, y otra vez empezó a llover a cántaros.

—¡Sonríe!—.

Y enseguida salió el sol, como si fuera verano.

—¡Ahora camina!—.

La muchacha se puso a andar, y a medida que iba caminando iban cayendo luises de oro de una esquina a otra de la casa.

Entonces el maestro le dijo:

—¡Me han engañado!—.

Después degollaron a la otra mujer. La cocinaron y se la ofrecieron a su propia madre como comida.

Mi cuento ha terminado.

 

[1] Luis de oro: moneda francesa que estuvo en curso desde mediados del siglo XVII hasta finales del XVIII.

[2] Antaño las mujeres argelinas no solían probar bocado antes de la boda para evitar hacer de vientre en la nueva casa. Según la tradición, también debían evitar comer sal los días previos al matrimonio.

[3] La informante olvidó mencionar que la madrastra había tenido una hija con el padre.

[4] Akufi: tinaja de gran tamaño para almacenar higos y cereales.

Resumen de ATU 403

The Black and the White Bride. (Including the previous Types 403A and 403B.) A stepmother hates her stepchildren [S31]. The stepdaughter is kind to someone she meets (e.g. Christ and St. Peter) (she is sent after strawberries in winter [H1023.3], and meets dwarfs who help her). In return she is given great beauty [D1860] (the power of dropping gold or jewels from her mouth [D1454.2, D1454.1.2]). The stepmother's own daughter is unkind under these conditions and is made ugly [D1870] (made to drop toads from her mouth [M431.2]) [Q2].

The stepdaughter’s brother is in service at the court of a king. He takes his sister's picture with him. The king sees the girl’s picture, falls in love with her, and sends the brother for her [T11.2]. (The beautiful stepdaughter is seen accidentally by a king or prince, who marries her [N711, L162].)

On their journey to the king’s court, the stepmother or stepsister casts the true bride out of the carriage (overboard) [S432]. The king marries the ugly stepsister [K1911], and the brother is thrown into prison or a pit of snakes [Q465.1]. (The king's wife gives birth to a child. The stepmother throws her and her child into the water and substitutes her own daughter for the bride [K1911.1.2].)

The true bride is transformed to a duck (goose) [D161.2], and comes to the king’s court three times (to care for her child [D688]). The last night the king wakes and disenchants her by decapitation [D711] (cutting her golden belt, holding her during successive transformations [D712.4]).

The brother, unharmed in the den of snakes [B848], is rescued. The true bride is married or reinstated, and the false bride and her mother are punished [Q261]. Cf. Types 450, 480, 510B, 511 (Uther, 2004: I, 236-237).

[La muchacha noble y la muchacha innoble (incluye los anteriores tipos 403A y 403B). Una madrastra odia a sus hijastros [S31]. La hijastra es noble con alguien que conoce (p.e.: Cristo y san Pedro) (la mandan a coger fresas en invierno [H1023.3] y se encuentra con enanos que la ayudan). A cambio, le otorgan gran belleza [D1860] (el poder de vomitar oro o joyas [D1454.2, D1454.1.2]). La hija propia de la madrastra es innoble en las mismas condiciones y la convierten en una joven fea [D1870] (hacen que vomite sapos de su boca [M431.2]) [Q2].

El hermano de la hijastra está al servicio del rey en la corte. Se lleva un cuadro de su hermana. El rey ve el cuadro de la joven, se enamora de ella y manda al hermano a por ella [T11.2] (un rey o un príncipe ve por accidente a la hijastra guapa y se casa con ella [N711, L162]).

En su viaje a la corte del rey, la madrastra o la hermanastra sacan a la verdadera amada del carruaje (por la borda) [S432]. El rey se casa con la hermanastra fea [K1911], y manda al hermano a prisión o a un hoyo de serpientes [Q465.1]. (La esposa del rey da a luz a un niño. La madrastra las lanza a ella y al niño al agua y la sustituye por su propia hija [K1911.1.2]).

La verdadera amada se transforma en un pato (un ganso) [D161.2], y va a la corte del rey tres veces (para cuidar de su hijo [D688]). La última noche el rey se despierta y rompe su encanto decapitándola [D711] (cortando su cinturón de oro, sujetándola durante sucesivas transformaciones [D712.4]).

El hermano, desarmado en la madriguera de serpientes [B848], es rescatado. La verdadera amada se casa o vuelve a la corte, y la falsa amada y su madre son castigadas [Q261]. Cf. Tipos 450, 480, 510B, 511 (traducción de Alba Pegalajar Espinosa)]